Dos años habían ya pasado desde que Sofía encontró a su carta de triunfo contra Crow Black, teniendo ahora 10 años, estando cada vez más y más cerca el tiempo en que su guerra, dé inició.
Ahora se encontraba visitando al príncipe Alan, pero prefería ignorarlo y leer un libro en la biblioteca.
El niño rubio, que por ésos dos años había crecido un poco, ahora era de la misma estatura que Sofía, siendo cuestión de tiempo para ser más alto que ella.
El ojiverde, con porte educado y una sonrisa forzada, se paró delante de Sofía, quien no se esforzaba en mirarlo.
Su relación no era para nada buena y muy posiblemente, ambos prefieran no llevarse bien, jamás.
-Oh, señorita Sofía, me informaron que otra vez me vino a visitar, teniendo yo que desperdiciar mi valioso tiempo en venir a verla, a pesar de odiarla tanto.
¿Y si hace algo útil y no regresa a éste lugar, querida amiga?- exclamó el niño, con una gran sonrisa pero claramente enojado.
Últimamente, ésa niña iba muy regularmente, justamente los días en los que él no quería ver a nadie.
Sofía, lo ignoró completamente, haciendo que el niño borré su sonrisa y ya no oculte más su enojó hacía ella.
Quitándole el libro, acercó su rostro al de ella para que la vea, mirándolo la niña, con frialdad.
-Oye, cuando te habló, debés de darme atención y hasta arrodillarte, sucia campesina.- dijo Alan, que a pesar de que había madurado un poco, seguía teniendo una actitud infantil contra Sofía cuando se enojaba.
La de ojos grises, dio un suspiro, agotada.
¿Por qué siempre tenía que pasar por éso?
Era divertido molestar a ése inútil príncipe menor, visitandolo justo los días en los que él podía estar con su preciado hermano mayor, al cual realmente sólo quería ganarle su confianza para eliminarlo al crecer.
Ella es supuestamente la villana, pero Alan, que desde niño planea ganarse la confianza de su hermano para matarlo y ser el único sucesor al trono, era el buen y respetando protagonista.
-¿Qué dice, joven Alan?
¿Dice qué quiere jugar con Ella?- preguntó la de ojos grises, con voz alta y fingiendo sorpresa.
El niño rubio se estremeció, muy asustado al oír el nombre de ésa salvaje y antes de que pueda huir, fue agarrado y cargado en el hombro por Ella, quien también había crecido y a pesar de ser más educada, era muy juguetona e inocente cuando se trataba de Sofía.
-Que bien que Alan quiere jugar conmigo.
No me gusta tanto la lectura como Sofía, prefiero jugar a lo de siempre con Alan, él correr y yo taclearlo.- dijo la niña bestia, ya hablando mejor y muy alegré.
El príncipe Alan que no corría para jugar, lo hacía para huir, miró a Sofía con súplica para que lo ayudé, renunciando a su orgullo, pero la niña sólo sonrió levemente y le quito su libro.
-Señorita Sofía, por favor, ayudé a... este inútil juguete suyo.- dijo el rubio, con su orgullo muerto mientras contenía las lágrimas lo mejor que podía.
Un día, cuando sea rey, su primer orden sería decapitar a ésa salvaje que lo obliga a jugar de manera tan violenta y encerraría a Sofía por el resto de su vida en prisión.
-¿Qué dice, joven Alan? ¿Quiere jugar a las luchas libres con Ella?- preguntó Sofía, con una sonrisa tranquila en su rostro.
-¿Si? ¡Que bien!
Creí que a Alan no le gustaba jugar a las luchas porque la última vez quedó inconsciente y temblaba al verme.- dijo Ella, muy alegré mientras se iba afuera, cargando al príncipe Alan como si fuese un costal de papas, un costal de papas que podía llorar.
Sofía, dio un suspiro de satisfacción al ver éso.
Rescatar a Ella, fue mejor de lo que esperaba ya que podía torturar al príncipe menor y todos los adultos creían que el amable príncipe, sólo jugaba con una niña bestia, por lo que no interferían.
La niña, dejó su libro sobre la mesa y se puso a caminar, buscando algo ahora que se deshizo de Alan y Ella.
Derrotar al príncipe Alan no era tarea complicada, ya que él sólo lograba sus objetivos gracias a ella, pero de igual modo tenía que hacer un par de cosas para evitar que él sea rey algún día.
Luego de caminar un rato por ésa inmensa biblioteca, encontró lo que buscaba.
Sentado en el suelo, cerca de una ventana, con varios libros a su alrededor, se encontraba el príncipe Edith, ya con 15 años, posiblemente ya con muchas responsabilidades, leyendo de manera concentrada y tranquila.
Sigilosamente, se acercó a él, pero el chico que a diferencia de su hermano menor era más capaz, se dio cuenta de su presencia y levantó la mirada.
-Señorita Sofía.- el chico, se sorprendió al verla y se iba a poner de pie.
-No hace falta que se ponga de pie, no le diré a nadie que huyó de su práctica con la espada y vino a ocultarse a la biblioteca y de paso leer.- dijo la de ojos grises.
El chico, se volvió a sentar como hace un momento y le mostró una gran sonrisa a ésa niña.
Como siempre, la amiga de su hermano era muy sorprendente.
-¿Ya pudo leer los libros que le recomendé, su majestad?- preguntó la niña, de manera educada.
Edith, dio un suspiro al oír la manera formal en la que ella le hablaba.
Le dijo tantas veces que lo podía tutear, pero ella lo ignoraba y le hablaba de manera formal, casi como si lo quisiese molestar un poco (efectivamente, es por éso)
-No, no pude, últimamente no tengo mucho tiempo por mis deberes como heredero al trono.- respondió mientras cerraba su libro y sacaba un pañuelo blanco de su bolsillo.
Sofía se acercó más al chico que extendió el pañuelo a un costado suyo, para que ella se siente, viendo la niña una silla que había no muy lejos y sonrió levemente.
Era tentador ir por ésa silla para avergonzar al príncipe, pero su objetivo no era molestarlo en ésa ocasión, así que no lo haría.
La niña se sentó con cuidado y miró al chico, que estaba algo sonrojado, mirando a la silla que ella había visto hace un rato.