Spiacente

3

Viernes 3 de agosto

PENÉLOPE SALMON.

Sentía calor, una capa de sudor cubría mí piel, mi respiración era agitada, no entendía que me pasaba. Abrí los ojos y me encontré con una profunda oscuridad. Me senté a lo que se supone que era el borde de mí cama. Pero no lo era, estaba en otro lugar, o eso sentía.

Caminé sin rumbo y sin sentido hasta poder encontrarme con algo, una silla, una pared, lo que fuera para poder ubicarme. Una superficie plana, eso era lo que estaba tocando, una pared. Fui acariciando toda esta hasta encontrar un interruptor. Pero no había uno. Mis dedos chocaron con un desnivel; una ventana. La abrí dándole paso a la luz de la noche. Que no era mucha. Pero si ayudaba. Se iluminó un poco la habitación en donde me encontraba, paredes blancas... pisos de cerámica blanca... floreros con flores de plástico... sofás de color carmesí.

Esta es la habitación privada que El Gobernador tiene en el hospital. ¿Qué demonios hago yo aquí?

La última cena que tuve vino a mi mente. La noticia del Oficial Mcgregor se repitió en mí mente. Solo que... ya no sentía nada al recordarlo. No había tristeza, no había lágrimas, no había dolor. ¿Por qué ya no siento nada?

Intente visualizar una puerta, pero la oscuridad seguía consumiendo más de la mitad de la habitación. Caminé hacia donde se suponía que estaba la cama y me recosté en ella. Pensé en todo de nuevo. ¿Cómo era posible? Jesús solo tenía 25 años, tenía a una madre enferma, trabajaba medio tiempo para pagar la renta y era el nieto de Ben y Helena. Ellos son gente respetable, ¿Por qué hacerle eso a Jesús?

El dolor volvió. Mi vista se nubló a causa de las lágrimas acumuladas en mis ojos. Y me rompí, lloré, grité, patalee. Pero nada lo calmaba, nada apaciguaba el inmenso dolor que estaba sintiendo. El amor de mí vida se había ido, y con él, mí futuro. ¿Qué podía hacer ahora? Estaba sola, Jesús era el único que estaba para guiarme. Ahora el ya no estaba... ¿Quién me guiaría ahora?

La vela que iluminaba mí camino se había consumido. Ahora tendría que seguir mí camino a ciegas, con suerte y llegaría a mí destino ilesa. El problema era que ahora no sabía cual era mí destino. Estaba sola, lo que tenía planeado ya no se podía cumplir. Debía planear un nuevo destino. Simplemente debía considerar forjar un futuro distinto. Uno donde no incluiría a Jesús.

— Esto no puede estar pasando —, me dije a mí misma. Intentando darme una auto-consolación.

Una sombra frente a mí me sobresalto.

Pensé que estaba sola...

Fije mí vista en el lugar donde me pareció ver una sombra, y en efecto. Alguien estaba de pie al otro lado de la habitación; mirándome fijamente. Vi como hizo amagos de acercarse pero no lo hizo.

Miré hacia la ventana, la claridad que surgía de ella anunciaba al amanecer acercarse. El sonido de la puerta cerrándose llamó mi atención. La sombra se había ido. Caminé hacia donde ésta estaba de pie. Y acariciando nuevamente la pared, me tope con el interruptor.

Lo encendí y en efecto: estaba en la habitación privada del hospital.

Eso me hizo preguntarme ¿Quién era la sombra? Solo personal autorizado puede subir aquí. ¿Quién entraría y no diría nada?

— Estas despierta —. Esteban entró a la habitación con unas toallas en mano —, pensé que seguirías durmiendo —. Levanto las toallas y las meneo con una sonrisa en su cara —, pensaba dejarte una nota que dijera "Dúchate" —. Rió suavemente —, creo que te lo tendré que decir personalmente —. Dejó las toallas en la cama y avanzó hacia mí —, dúchate.

Eso en otra ocasión me hubiese hecho reír. Pero ahora, una mueca fue mí respuesta ante su broma.

— Deberías reír más a menudo —, soltó —, pasar dos días durmiendo no es sano —, agregó.

— ¿D-dos días? —, repetí.

— Sí. Bueno, podrían decirse que 46 horas más o menos —, hizo un vaivén con la mano —, pero no importa, con eso espero que se te haya pasado lo de Coleman —, me observó unos segundo esperando alguna reacción, cuando no la obtuvo, prosiguió —. Lamento que no pudieses ir al entierro —, añadió.

Con eso, quede en shock. Lo habían enterrado. Y no me habían despertado para tan siquiera asistir...

— ¿Entierro? —, pregunté, mis cuerdas vocales todavía no procesan bien las palabras.

— Emm, si ¿Eso dije, no? —, se lo pensó y asintió —, sí, estoy cien por ciento seguro de que dije eso —, bromeo —, en fin, tus padres me dijeron que vendrían por ti en una hora o dos —, miré la ventana, el sol a penas estaba saliendo.

— ¿Qué hora es? —, él siguió mi mirada.




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