8 años después
Le dedico una amplia sonrisa al chico que me indica cuál es mi cubículo, tomo mi caja que contenía cosas del trabajo y algunas personales como fotos con mi novio y mi familia. Camino despacio para memorizar el camino, durante este veo algunas oficinas grandes hasta que encuentro los dichosos cubículos. Todos tenían el número correspondiente grabado con un color dorado diviso el veintiséis a la distancia y me acerco hasta él. Noto que hay algunos papeles por lo que se me pasa por la cabeza que posiblemente ya tenga trabajos acumulados, suspiro por ello y los hago a un lado, me siento sobre la cómoda silla de ruedas y abro una de las grandes gavetas del escritorio para guardar mis cosas.
Abro mis ojos como platos y siento que el corazón está a punto de salirse de mi caja torácica. Aquel libro café de gran tamaño que se encontraba ante mí, lo conocía perfectamente; porque yo misma lo había escrito. Cuando estoy a centímetros de tenerlo entre mis manos escucho las voces de algunas personas.
– Ya hay una nueva – todos los demás ríen, incluyendo la persona que acaba de llegar.
Se me va la respiración y mi estómago se revuelve, lo primero que opto por hacer es tomar mis cosas con rapidez y salir corriendo. El único cubículo vacío o sin cosas ajenas era el treinta sorpresivamente encontré un pequeño rotulo con mi nombre. Suspiro cubriendo mi rostro, miles de ideas, emociones y recuerdos me pasan por la mente. Deseo llorar, gritar y no volver a este lugar, pero después de haber batallado tanto en conseguir trabajo sé que sería algo sumamente cobarde. Siento un bajón en todo mi cuerpo y comienzo a sudar frío cuando escucho su voz, dirigirse hacia mí.
– Buenos días – al ver que no respondo vuelve a hablar y por su tono, además de que lo conozco demasiado bien, sé que frunce el ceño – ¿te encuentras bien? Oye, ¿hicieron algo? suelen ser un poco malos con los nuevos, pero no te preocupes se les va a pasar.
Aún con mi cara tapada muerdo mi labio inferior aguantando la respiración y casi logrando escuchar los fuertes latidos de mi corazón.
– Okey, eres tímida. Lo capto, aunque no deberías serlo aquí teniendo en cuenta de que seremos compañeros por mucho tiempo – ríe muy bajo, casi como un soplido apenas – veamos cómo te llamas.
Toma el cartel que había estado en mi manos hace unos segundos y cierro mis ojos sabiendo que ya no queda de otra.
– Santa mierda – habla alto.
– ¡Que no maldigas, Luke! – se escucha a lo lejos una chica.