Justo cuando lo va a presentar, la profesora es llamada por el altavoz a la oficina de la directora y se retira, dejándolo allí parado frente a todas. Él solo sonríe sin decir nada y examina el aula con la mirada. Mientras, yo lo escaneo sin disimulo. De todas maneras, las demás están haciendo lo mismo, susurrándose comentarios obscenos.
Es alto, aunque no sabría decir exactamente cuánto; tiene el cabello color castaño oscuro, con sus mechones mirando hacia diferentes direcciones, como si hubiese tirado de ellos varias veces; su pecho es amplio y se le marcan algunos músculos a través de la camisa; tiene ojos de color azul. Vaya, debo admitir que no había visto nada igual. No es algo muy común, por lo que no debe de ser de aquí.
Viste formal con una camisa de rayas delgadas azules y grises, unos pantalones negros con corte recto, mocasines igualmente negros y esa deslumbrante sonrisa que no se le quita del rostro. Con solo mirarlo te das cuenta de que las mujeres se deben lanzar a sus brazos y estoy casi segura de que es uno de esos que solo las usan para una noche.
Tal vez sea el hijo de mi amada profesora, ya que habla francés perfectamente, pero mi maestra no es muy guapa que digamos y sería imposible que semejante chico sea su pariente. Tendría que haberse ligado a Brad Pitt para que su belleza cubra la carencia de la de ella y saliera alguien tan apuesto.
No, esta teoría no me sirve. ¿Estudiante de intercambio? Por Dios, ¿de intercambio a un colegio solo de mujeres? No, debo pensar en otra cosa. Lo miro con el ceño fruncido tratando de deducir quién es. Su mirada baja hasta mí y me sonríe. Yo lo observo impasible y él inmediatamente mira hacia otro lado con un poco de incomodidad. ¿Un nuevo maestro, tal vez? No creo, se ve muy joven, tal vez 20 o 21 años. Dios, ¿quién es él?
Por fin llega la maestra pidiendo disculpas pero justificándose con que ha tenido que hablar con la directora. Se detiene al lado del joven y, muy sonriente, anuncia en español para la comprensión de todas:
—Señoritas, él es un practicante de la UTI. Se quedará con nosotras por un tiempo a observar la clase. Sean amables con él. —Luego lo mira, sonriendo ampliamente con sus dientes algo amarillentos—: ¿Te quieres presentar?
¡A mí no me engañan, le gusta el tipo este! Nada más hay que verla cómo lo mira, le sonríe, y cómo mueve las caderas exageradamente. ¡Ella tiene como 50 años!
Las chicas están inclinadas hacia el frente, casi babeándose. Yo niego con la cabeza; qué decepción. Féminas con hiperactividad hormonal, eso es lo que son. El joven asiente y da un paso hacia delante, se aclara la garganta y comienza:
—Buenos días, señoritas. Mi nombre es Maximilian Kersey, tengo 23 años y soy estudiante de la UTI —su tono de voz es grave y, debo de admitir, placentero de escuchar—. Este año me graduaré y pienso trabajar como profesor de francés, por lo que me enviaron a observar cómo imparte la clase su profesora y cómo maneja a las alumnas. Espero que nos llevemos bien. Yo me sentaré en algún lugar donde pueda pasar desapercibido, ustedes solo actúen con normalidad. —Sonríe arrebatadoramente y puedo jurar que escuché un suspiro.
—Muy bien, Max, puedes tomar asiento cerca de mi escritorio —mi socarrona maestra mueve las pestañas como si tuviera algo en los ojos, y yo me tapo la boca con la mano para que no me oigan reír.
El chico sonríe y, de repente, se pone justo frente a mí. Está parado mirándome con una ceja arqueada. ¿Qué quiere? Lo miro hacia arriba ya que estoy sentada.
—¿Podrías moverte? —pide con tono un poco burlón.
—Madeline, muévete para que él se pueda sentar —interviene la profesora—, lo necesito a mi lado.
Bufo en mi interior y de mala gana me levanto. No me lo puedo creer. Recojo mi cuaderno y mi bolso y, luego de dirigirle una mirada mortífera al chico —que tiene una sonrisa ahora de triunfo—, me siento en una esquina del salón ya que solo ese pupitre queda desocupado.
¿Qué pasó con lo de «actúen normalmente»? ¿Qué pasó con lo de pasar desapercibido? Está sentado casi tocando el pizarrón, ¡eso no es pasar desapercibido!
Me parece una persona tremendamente inmadura para tener 23 años y estar a punto de graduarse. Definitivamente con un profesor como ese, me tiro de la segunda planta del colegio.
Cuando tocan el timbre minutos después, recojo mis cosas y salgo con el ceño fruncido hacia la cafetería. Tiro los libros en la mesa de siempre y me escondo cubriéndome con mis brazos.
Esa ha sido la peor clase de todas.
—¡Pero de qué buen humor estamos hoy! —es la voz de Felicia. Escucho cómo tira de la silla y se sienta—: ¿Bieber al fin se declaró homosexual?
—No estoy de humor y —gruño—, como no te calles y sigas con estupideces, te clavaré mi pluma en la mano.
—¡Chica, deja la agresión, ya te lo hemos dicho! —ríe y niega divertida—. ¿Qué pasa ahora?
—¿Qué pasa? ¡He pasado las peores dos lecciones de toda mi vida! —exclamo—. Las estúpidas de Alexa y Roxana han estado hablando de Ed Sheeran y no me han dejado escuchar la explicación del nuevo tiempo verbal. La profesora me regañó por supuestamente estar conversando cuando fueron ellas y, para completar, me ha sonado el celular en clase y me han mandado una boleta de -5 puntos.
—Vaya, la verdad es que hoy no ha sido tu día. —Felicia me mira con comprensión por primera vez, pero ahora eso no me sirve de nada.
—Todo gracias a la llegada del hombre ese. Como la vieja está encaprichada con él, hará todo lo que le pide.
—¡Amigas bellas de mi corazón! —saluda una alegre Mariela sentándose con nosotras—. ¿Qué hacen?
—Aquí, con Maddie versión Chucky que está despotricando contra la profesora y su pupilo —responde Felicia divertida y Mari suelta una carcajada.
Un torbellino con falda color marrón pasa de golpe por la puerta de la cafetería y corre hasta nosotras.
—¡Chicas, chicas, chicas! —Elizabeth tira su bolso en la mesa y nos mira con los ojos muy abiertos—. ¿Vieron al estudiante de la universidad? ¡Ese chico es un verdadero bombón!
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Editado: 24.04.2020