“Temprano” era una palabra que podía tener muchas connotaciones, pero Anne no se había detenido a preguntarle a Araki cuál era la hora exacta para dicha frase. Mucho menos después de que esa noche la había obligado a lavar ella sola la decena de cestas con pufitas que habían ido a parar al suelo. No podía creer que Araki había preferido creerle a Mirna y Samuel antes que a ella, aunque no le sorprendía del todo, porque como Cassidy le había dicho ningún fairo era de su agrado, mala suerte que ella era su advizora, ya que siempre mantenía el emblema muy vigilado y la mínima infracción era sinónimo de castigo o tareas extras.
Así que al día siguiente sin perder el tiempo se levantó lo más temprano que pudo, después de todo ese ya no era un problema, desde que había llegado sus problemas de sueño habían desaparecido poco a poco.
El sol aún no aparecía cuando se encaminó hacia donde el mapa desdibujado, que Cassidy adormilada le había hecho, le indicaba. Cruzó el sendero pasando junto a las Salas mayores, el Gran Salón, y una gran línea de árboles y arbustos. La grandeza de Klenova seguía sorprendiéndola, aun después de varios días en aquel lugar no terminaba por descubrirlo todo.
A lo lejos vislumbró por fin un recinto con una cerca en el frente. De pronto escuchó el tap-tap cercano de alguien a su espalda.
―Al parecer no terminas por agradarle a Araki ―exclamó una voz conocida acercándose por su costado―. ¿Qué sucedió esta vez?
―¿Joan Zeyad? ―dijo reconociendo ese rostro que se esclareció con la cercanía―. Huuum… Fue un malentendido que terminó por enviarme aquí. ―Había sido más que eso, pero no quiso entrar en detalles―. Pero… ¿Cómo sabes que fue ella? ¿También te envió aquí?
El joven sonrió.
―¿Crees que soy alguien que incumple las reglas? Soy demasiado inteligente para dejar que me atrapen.
Anne sonrió ligeramente mientras avanzaban.
―De hecho soy tu vigía, Araki me envió un mensaje avisándome que hoy tendría compañía… ¿Cómo lo describió? ¡Ah, sí! “Una mano extra”.
―¿O sea que tú te encargas de las caballerizas?
―Bueno, en realidad soy un ayudante más. No tengo muchos amigos, así que suelo ocupar mi tiempo libre en estas actividades.
Anne se quedó pensativa, después de haberlo visto la primera vez, se lo topó un par de veces más en el pasillo, pero no había podido saludarlo, porque siempre estaba rodeado de otros aprendices con los que charlaba y bromeaba.
―Aunque no lo creas soy demasiado tímido, por eso prefiero la compañía de los animales, ¿Ya sabes? Suelen ser mejores escuchando ¿No lo crees?
―Sí, supongo. ―Agachó el rostro―. Aunque no pareces alguien introvertido, bueno no te conozco, pero te he visto con otros chicos, otros aprendices, creía que eran tus amigos…
―Bueno, estamos a mano Annelise Gagnon, yo tampoco te conozco, pero aquí estoy diciéndote mi secreto, dime ¿Acaso me has lanzado un hechizo de confesión?
―No lo creo… ―Sacudió la cabeza.
―¿Y dime qué tal va la mariposa de papel, ya empezó a volar?
Anne se puso seria, en realidad la mariposa de papel seguía guardada en el mismo cajón que la pluma de la yuilsife. Había intentado hacerla volar un par de veces y al no funcionar decidió mantenerla oculta.
―Mi magia sigue sin funcionar ―confesó con pesadumbre.
―¡Y ahora tú me estas contando tus secretos! Quizás he sido yo quien te ha hechizado. ―Guiñó el ojo―. Descuida, no se lo diré a nadie, si tu prometes no contar mis secretos tampoco ―dijo arrancándole una tímida sonrisa a su ayudante―, pero no te preocupes, aquí no necesitas magia, solo resistencia para aguantar el olor del estiércol de nuestros amigos.
Cuando pasaron la entrada, Joan le señaló las áreas en las que se dividía el sitio, y explicó lo que haría aquel día, con un tono de voz amistoso y comprensivo, por lo que Anne seguía dudando de que fuese la persona introvertida que había descrito.
Una docena de cajones se acoplaban al fondo del recinto donde los equinos relinchaban y golpeaban las puertas demasiado impacientes.
―Al parecer nuestros amigos se despertaron con mucha hambre esta mañana, será mejor que nos demos prisa. Tendrás que ir por un poco de alimento, mientras voy por los limpia cascos ―explicó señalando con la mirada uno de los espacios donde también se guardaban las carretas.
Los caballos se sacudían con más fuerza en sus cubículos y sus cascos resonaban ruidosamente.
―¿Qué les ocurre esta mañana? Parece que algo los asusta.
Murmuró Joan, mientras observaba a Anne bordear la fuente abrevadero al otro lado del establo y dirigirse al cobertizo donde se guardaba el heno.
―¡Vaya, no creí que el estiércol tuviera ese olor! ―exclamó cuando abrió la puerta y un olor semejante al que había sentido en la noche sacudió su rostro.
Trató de ignorar aquel hedor que la incitaba a vomitar, porque no podía darse por vencida a la primera. Así que tomó el rastrillo, sosteniéndolo con firmeza hasta encajarlo en el enorme pajar de heno que ya estaba deshecho y lo llevó con cuidado a la carretilla. Recién empezaba, pero su frente ya había empezado a sudar; así que se deshizo de la capa y se afianzó el pelo con una coleta.
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Editado: 10.10.2023