Estaba sentada en la barra del bar de la esquina esperando. Me puse mi mejor y más seductor vestido negro que brillaba solo un poco y mi cabello alborotado por mis manos que no lo dejan tranquilo. El barista me dio una copa de vino, estaba impaciente pero no sé a quién o qué esperaba. Mire atenta el abrigo y el sombrero negro que estaba colgado en el perchero. Le pregunté a los que estaban allí, si era de ellos y no hubo respuesta, bueno, omití el gran detalle que el único que me responde allí es el de los tragos.
Si conocieran mi historia estaría totalmente segura de que pensarían "esta mujer enloqueció". Es que alguna vez tuve al amor de mi vida y lo perdí. No como cuando tienes algo, lo pierdes y sabes que está bien, sano y con vida, es como cuando sabes que no va a regresar.
El barista me da vino, que en muchas ocasiones descubrí que le pone mucha agua, me cuida, siempre mira mal a todo aquel que quiere decirme algo ofensivo, me mira como lo hacía él y me hiere. Ese día tomé todas mis cosas y me fui. Me llevé el sombrero y el abrigo, se que eran de él, lo sé porque aún tiene su aroma. Prometí no volver, porque aunque uno pierda y este destruido, se puede reconstruir. Entendí que aprendemos de nuestros actos, tomamos decisiones que creemos y confiamos.