Era viernes en la tarde, y Chris abría lentamente sus ojos por primera vez en el día.
Lentamente se incorporó en la cama, fijándose que no estaba solo, pues una ancha espalda llena de arañazos y algunas mordidas so mostraba a su lado.
Curiosos por saber quien era su compañero de cama, apartó un poco la almohada para ver un par de cabellos marrones y un rostro que no recordaba. Quiso hacer memoria, pero la terrible resaca que lo atacaba esa mañana le indicó que lo mejor era esperar un poco más, por lo menos que llegara a su hogar. Primero agarró su ropa tirada por el piso para vestirse rápidamente. Analizó bien la habitación, para verificar que estaba en un hotel y no en la casa de su amante nocturno. Una vez que confirmo sus sospechas, dejó un par de euros sobre la mesita de noche y se dispuso a salir rápidamente antes de que el chico despertara, lo último que necesitaba era que quisiera otra ronda. No es que tuviera problemas en dársela, sino que esa noche le tocaba trabajar, y su lívido muchas veces le impedía hacer por lo menos un movimiento de caderas atrevido como el que le gustaba a su público.
Llamó a un taxi estacionado frente a la acera y le pidió que lo llevara a su casa. Luego de un par de minutos, descubrió que el hotel no estaba muy lejos de su apartamento y que bien pudo haber caminado en vez de gastar dinero en transporte. Decidió no molestarse por eso y mejor entró para darse una ducha y darle de comer a su gato, seguro el pobre moría de hambre por la poca comida que le dejo antes de irse de fiesta la noche anterior.
Un maullido se escuchó desde debajo de la mesa, y una bola de pelos color blanco y negro salió, casi arrastrándose, de su escondite entre las sillas. Chris cargó a Meredith para dejarla sobre las encimera de la cocina, al lado del estante en donde guardaba su comida. Sacó un plato dorado en donde estaba gravado, en letras cursivas estilo francés, el nombre de la gata y lo dejo repleto hasta casi desbordarse. Meredith se abalanzó sobre el plato feliz, mientras que su dueño revisaba el correo. Nada importante, más que las cuentas y una que otra carta de su padre.
Esa era la rutina que Chris llevaba todos los días: Salir en las noches, enrollarse con alguien, despertar en algún lado para luego irse a su casa a alimentar a Meredith y después prepararse para el show. No se quejaba, era lo mejor para un omega soltero de 27 años, aunque, cuando sus compañeros se enteraban de su edad, siempre tenían la tendencia de pensar que estaba muy viejo para andar rondando por ahí como abeja de flor en flor.
El teléfono comenzó a sonar, y como estaba cerca, se decidió por contestar, aunque luego se arrepintió después de escuchar la voz al otro lado.
De todas las personas que lo criticaban por no haberse casado o tener al menos un hijo que mantener, su padre era el más molesto. Y no es que lo criticara, era más un reproche silencioso por no darle un nieto al qué consentir cuando ya estaba próximo a dejar este mundo. Chris fue criado con mucho amor por su padre, un entrenador alfa que perdió a su pareja en un accidente cuando él solo tenía dos años. Le dijeron que su madre había salido a comprar algunas cosas para su cumpleaños y por eso se quedo en casa con su padre, pero la mujer jamás regreso. Aparentemente los semáforos viejos de la calle no funcionaron bien ese día de lluvia y ella perdió la vida junto a un conductor de camión que debía hacer una entrega por su casa. Desde entonces, Louis Giacometti hizo todo lo posible por educarlo como su difunta esposa, Liliana Giacometti, hubiera querido, a pesar de pasarse un poco con su protección paternal por el increíble parecido que Chris tenía con su progenitora. Y todo el asunto empeoró cuando se descubrió que era un omega en toda regla. No solo no le permitía salir con otros niños alfa, sino que lo metió a un colegio religioso solo para omegas, en donde le enseñaran defensa personal y algunas otras cosas que podrían servirles en la vida.
Chris agradecía que su padre le hubiera tenido tanta estima, de no ser por él quizás no habría conocido a la única persona a la cual realmente quiso en la vida. Aquel cuyo amor tuvo de manera esporádica alguna vez y que no pudo ser por cosas del destino.
El recuerdo de su encuentro aún seguía latente en su memoria, como si solo hubiera ocurrido ayer.
Cuando terminó la secundaria, le dijo a su padre que quería ir a estudiar ballet a Francia. Consiguió una beca gracias a la madre superiora de su taller extracurricular y presumía de tener un apartamento ya esperándolo en la ciudad de París. Su padre no pudo rehusarse a las peticiones de su pequeño consentido, pero le hizo prometer que le llamaría una vez que estuviera instalado. Sin embargo, ni bien llegó a lo que sería su residencia, se encontró con la no tan grata sorpresa de que ya había alguien viviendo ahí.
El encuentro fue bastante rápido. Chris había acomodado sus cosas en el dormitorio que, extrañamente, ya estaba amueblado, y se preparó para tomar una ducha rápida para llamar a su padre que seguro estaba al borde de tomar un avión a Francia para alcanzarlo en un ataque de nervios. Cuando abrió la puerta del baño, se encontró con un hombre de cabellos castaños largos y ojos azules, completamente desnudo y con una toalla que cubría su hombría. Demás esta decir que le dio una paliza con las cosas que tenía a la mano.