El amor en los tontos es mejor que el odio en los sabios.
–Matshona Dhliwayo
OJO POR OJO, CAFÉ POR CAPUCHINO
A la mañana siguiente todo marchaba bien en casa. Parecía que la fiebre del día de ayer había sedado y todo parecía estar en orden, precisamente es allí cuando te das cuenta que lo malo aún no ocurrió y que está pronto a ocurrir.
Me levanté de la cama como solía, sin ganas. Mamá estaba apurada con las tantas cosas que tenía que hacer un adulto y yo veía todo como si de una obra de teatro se tratara. Mi mamá tomó el control del televisor y puso un programa de noticias mientras ambas tomábamos el desayuno.
—En otras noticias, la familia del empresario Thomas Brown se está yendo al abismo. Fuentes confiables nos dieron la no tan grata noticia que el heredero, Alexander Brown, estaría estudiando en la preparatoria del Cercado de Chicago. Una noticia que en verdad preocupa ya que según lo dicho anteriormente por el señor Brown, su familia no estaría pasando por un buen momento económicamente hablando…
—¿Qué tal tus clases? —preguntó de la nada mi madre.
—Todo bi…
Antes de completar la frase, una de mis fotografías apareció en la pantalla del televisor, mi madre se atragantó con el pan que comía y yo casi pierdo los ojos, porque estaban a punto de salirse.
—La que vemos en pantalla es la chica de la que hablaba —indicó la periodista —. Por fin alguien tuvo el valor de cobrarle a Alexander Brown, se dice que ese muchacho por donde quiera que vaya siempre intentará aplastar a los demás y claro está que está vez no fue su turno de aplastar…
Mi mamá apagó el televisor y esperó con las manos cruzadas a que yo dijera algo, pero qué es lo que le podría decir, yo no tenía la culpa de nada, era ese insolente millonario quien había causado tanto revuelo. Mi vida era como la de cualquier adolescente antes de derramar el maldito capuchino.
—Él tuvo la culpa, estuvo a punto de aplastarme con su patético auto — me excusé intentando cambiar la mirada acechadora que traía.
—Solo espero que no te metas en problemas, por algo te digo que te fijes antes de cruzar…
—Está bien, tranquila, arreglaré el problema. Ustedes continúen con sus vidas, lo arreglaré todo —dije antes de salir.
***
Llegué caminando como solía, pero está vez tuve más cuidado con los semáforos y el capuchino. Todos los estudiantes al verme llegar solo comenzaron a murmurar y reírse entre ellos. Me sentía tan pequeña en medio de todas esas risas horribles y demasiado grande para esas miradas malintencionadas.
Caminé hacia el teatro y me escondí allí. Saqué el celular y reproduje un guión teatral que ya me sabía de memoria. El teatro era un buen lugar, me daba suficiente espacio, era cómodo y olía bien; además no había miradas malintencionadas ni nada de eso.
Un escándalo tan insólito no duraría más de dos o tres días si la responsable de lo sucedido (ósea yo), no se dignaba en aparecer. Esa era mi única salida para regresar a mi vida cotidiana de siempre. Llamé a Amy y le dije que trajera una gorra y unas gafas oscuras, las usaría solo hasta llegar al salón de clases, porque ambas cosas estaban prohibidas en la preparatoria.
Me dirigí a clases de Física, todos se dieron cuenta de que era yo, el plan de las gafas y el gorro, había fracasado. Todos comenzaron a murmurar nuevamente y eso ya me estaba cansando. No era una persona pasiva y tranquila al tratarse de mi dignidad y orgullo, así que, tomé el valor necesario, golpeé la mesa con mi palma y me puse de pie.
—¿Acaso no tienen algo mejor que hacer? ¿Qué tanto interés puede causar un jodido millonario que no tiene tiempo ni para lavar su maldito auto? — pregunté gritando.
Hubo un gran silencio y me sentí satisfecha por lograr callarles la boca. El silencio no duró más de dos segundos, pues la voz arrogante de Alexander Brown retumbó por todo el salón de clases.
—Que te expreses de esa manera, solo refuerza la teoría de los medios de comunicación, atrevida — mencionó haciendo énfasis en la última palabra.
—Millonario inútil —cerré los ojos presionando los puños.
—El ser famoso no significa que tenga millones en los bolsillos, ignorante —respondió dejando de lado las murmuraciones de los demás.
—Pero que… —intenté defenderme, pero la maestra tosió para dar a entender que ya no podía decir nada.
Bufé y me dirigí a la carpeta más lejana posible.
—¡Hey! — me llamó Amy desde un extremo del salón.
—¿Amy? —me incliné para verla mejor.
—Atiende a las clases —dijo entre susurros.
—Es lo último que haré —respondí de la misma manera y me dejé caer en la mesa como acostumbraba.
—Chicos, comencemos las clases dejando atrás el tema de Alexander Brown y la señorita Jones, si eso les parece razonable —dijo luego de lanzarme una mirada asesina —. Disculpen la tardanza, tuve algunos problemas con mi coche.
La maestra Lucy era nuestra asesora, era en realidad la señorita Lucy, puesto que a pesar de tener cincuenta y tres años aún no se casaba. Enseñaba física porque según nos decía esa fue su vocación, pero en realidad no... El curso aburría, la vocecita de la maestra Lucy hacía que mis ganas de dormir aumentarán. Así que, me quedaban dos horas de un largo sueño.