Salonika era un planeta desértico, cuyas dunas colmaban la vista, y el sol abrasaba todo en su superficie sin piedad. Hireth y su padawan se quitaron sus túnicas y desenfundaron sus sables láser. A la distancia se apreciaba un ejército de droides, tanques de combate y guerreros locales montados a unos dromedarios monstruosos, cuyos hocicos espumantes dejaban ver una serie de filas de colmillos. Desde el transportador de la República comenzaron a descender aeronaves de combate y el ejército de los clones liderados por el comandante Zeth.
Haga estaba tenso hasta su ultimo músculo. Era un padawan joven, había participado en combates y misiones, pero nunca en una batalla a esta escala. Eran miles de enemigos justo en frente, por lo que repasó en su mente las técnicas y estrategias que su maestro le había enseñado. Éste parecía haberle leído la mente, porque puso una mano en su hombro y le dijo:
-Para este momento has entrenado toda tu vida Haga. Si cumplimos con nuestra misión todo habrá valido la pena-
La estrategia era simple, pero que sería todo un reto llevarla a cabo; hacer retroceder al ejercito enemigo y tomar la colina que se encontraba unos kilómetros adelante de ellos. Si lograban controlar el terreno alto podrían instalar los grande cañones terrestres y asediar al campamento adversario.
A los pocos segundos de terminar de hablar, una enorme bola de plasma lanzada desde una catapulta móvil arrasó con clones y maquinas a su paso. Frente a un arma así, hasta un jedi estaría en problemas. Los cazas de la República volaron sobre sus cabezas y comenzaron a disparar contra las catapultas y contra los enemigos, pero un campo de fuerza los protegía. Un enorme reptil volador surcó entre las naves evadiendo el fuego cruzado y atacando sus alas. Después volaba a ras de piso, desgarrando con sus garras y dientes a los desgraciados clones a su alcance. Los Salonikos eran seres de piel verde, ojos y dientes pequeños, pero cuerpos fornidos y desproporcionados, por lo que en combate cuerpo a cuerpo tenían ventaja. El maestro Hireth y Haga luchaban con todas sus energías. En una ocasión un dromedario los embistió a toda velocidad, y sus dientes se esforzaban por devorar la carne de Haga. El golpe había hecho que su sable saliera arrojado fuera de su alcance, podía sentir el aliento del animal y la risa de su jinete. Estiraba su mano en busca de su arma, y ayudado por la fuerza se hizo del sable con lo que atravesó la garganta de la bestia, cuyo cuerpo cayó sobre él. Segundos después alguien lo ayudaba a retirar el malogrado animal, solo para encontrase a un enorme Saloniko izando un bastón de plasma, dispuesto a eliminarlo. Cuando el arma ya estaba en dirección a su cuerpo, ayudado por la fuerza le realizó un empujón con el que salió disparado en dirección contraria. Tomó su sable justo a tiempo cuando su verde adversario arremetía nuevamente con su bastón. La fuerza de choque entre sus armas los estremeció y los detuvo a ambos. El Saloniko era un excelente guerrero, golpeaba y rechazaba los ataques de Haga. Un golpe con la base de su sable en el muslo de su adversario fue suficiente para que bajara la guardia y pudiera darle un golpe de puño en su cabeza desproporcionada. Pero no pareció afectarle, es más, esbozó una sonrisa. Dijo unas palabras en su idioma, pero no fue necesario saber Saloniko para entender que se burlaba.
-Veamos si esto te da risa-
Mientras lo azotaba con el sable de luz, atacaba sus piernas, golpeándolo sin cesar, hasta que perdió el equilibrio, momento en que Haga dio un salto sobre su enemigo, atravesándolo por la espalda con su espada.
Se apresuró en ir en ayuda de su maestro que luchaba contra dos Salonikos a la vez, y a la distancia, un pequeño grupo de droides de combate B1 se acercaban disparando sus blásters.
Lanzó su sable como si fuera un boomerang, atravesando a uno de esos seres verdes y luego volver a sus manos. Dejó a su maestro encargarse del otro Saloniko, mientras repelía con su espada las descargas de los blásters. Saltó entre los droides y en cosa de segundos todos estaban en el suelo, inservibles. Hireth ya había hecho lo propio con su enemigo, y éste le sonreía.
-Creo que el tiempo como padawan se te está acabando querido Haga- dijo riendo- la mayoría de los movimientos que te vi realizar no te los enseñé yo-
-Usted me enseñó a saber improvisar-
-Pues sigue haciéndolo, porque aún quedan muchos enemigos-
El comandante Zeth había logrado hacer avanzar a los clones, mientras que los enemigos lentamente se replegaban. El reptil volador seguía causando estragos, ni los bláster, ni lo cañones había logrado derribarlo, era demasiado rápido, demasiado hábil.
-Hay que atacarlo de más cerca. Haga, llévame con esa criatura-
El padawan asintió y llamo por comunicador a R7D7. En cosa de segundos, una pequeña nave de carga apareció y su droide lo piloteaba. El jedi miró recriminatoriamente a su padawan, pero le explico que era la única nave no tripulada de la que pudo hacerse su pequeño droide.
-Bastará maestro-
No debieron cubrir mucha distancia, tras emprender el vuelo, el reptil comenzó a acecharlos. Había derribado a un gran número de aeronaves hasta ese momento. Un golpe casi los hace perder el control. Incrustó sus garras en uno de los costados de la nave, y comenzó a ascender. El maestro Hireth encontró el momento que buscaba, mientras estaban unidos, saltó sobre el animal y clavó su sable en la nuca de éste, con lo que tanto la criatura como el vehículo cayeron en picada. A metros del suelo, el jedi y su alumno dieron un salto ayudados de la fuerza que amortiguó la caída, mientras R7D7 ocupó sus propulsores de emergencia para mantenerse en el aire.
En tierra los clones los rodearon entre vítores por la hazaña que acababan de presenciar. El ejercito comenzó a presionar hasta que a finales de esa tarde ya tenían pleno dominio de la colina, y sus cañones ya estaban instalados. Los separatistas se replegaron hasta la ciudad amurallada de Kolonis, capital de ese planeta inhóspito.