Era perfecta, Sasha no pudo evitar pensarlo. No podía dejar de admirarla. Alguna vez había leído poemas antiguos de románticos exagerados, esos que hablaban de mujeres soñadas. Perfectas, maravillosas, etéreas. Más allá de todo, seres envueltos en un aura celestial. Inalcanzables. Pero sobre todo, irreales. Inventadas.
Estelle era irreal.
Piel sin marcas ni cicatrices, rasgos que rozaban la perfección. Cabello largo y bien cuidado. Ojos hechizantes. No era voluptuosa, su figura le parecía hasta armoniosa. Todo en proporciones perfectas y agradables a la vista. Y ni siquiera se esforzaba por ser seductora, solo andaba por ahí enamorando al mundo entero. Los tenía a todos en sus manos.
Sasha dio gracias de que desde esa sala de interrogatorios no se escucharan los gritos enloquecidos de cientos de fanáticos, quienes amenazaban con irrumpir en esa sede de la "Oficina del Orden Público" a liberar a su diva. Hace mucho que Sasha no veía una manifestación así, y si fuera un día convencional hace buen rato que los efectivos del orden hubieran detenido a los revoltosos. Pero habían pasado cosas terribles y en ese momento la ciudad no se daba abasto para encargarse de esa gente. Salvar cuerpos de los escombros, por ejemplo.
La gente de esa ciudad era extraña. Mientras que unos buscaban sobrevivientes y se unían a la búsqueda y rescate, otros preferían protestar porque arrestaron a la estrella del cyber-pop. Sasha entendía que no todos tuvieran las mismas prioridades, pero aquello ya era ridículo. Por cosas así a veces pensaba que quizá los enemigos de la Tierra tenían razón. No habían evolucionado nada.
Estelle esperaba sentada en la silla dentro de la sala de interrogatorios. No se había desesperado, ni siquiera lucía preocupada. Y mientras más la miraba, más se convencía de las palabras de Zelika. Esa mujer no podía ser real. No podía ser posible que tanto caos y muerte no le hayan movido ni un pelo. No solo no era real. Era un monstruo precioso.
Habían pasado apenas veinticuatro horas desde el gran atentado a la sede principal del Gobierno de la Alianza Mundial, y el caos se había apoderado de la ciudad mientras buscaban sobrevivientes. Veinticuatro horas desde que las máquinas decidieron acabar con la vida de la presidente de la Alianza Mundial, y de los principales miembros su partido.
Si bien sospecharon que un atentado estaba pronto a suceder, no imaginaron que llegaría a ese extremo. Porque las inteligencias artificiales decidieron de pronto que el gobierno a cargo era incapaz, y creyeron conveniente deshacerse de todos. No solo eso, sino que tuvieron la habilidad de protegerse y aislarse para que los científicos de la compañía tecnológica "Starlight" no los desactivaran. Se suponía que ya todo estaba bajo control, pero Sasha no lo creía. Eso no iba a acabar hasta que la autora real estuviera fuera del juego.
—Agente Sasha, me informan que su compañera Zelika ya está camino a la sala. Su aeromóvil acaba de aterrizar.— La voz sonó de pronto a través de los audífonos inalámbricos que llevaba puestos. Era su "Asistente", como le llamaban a las inteligencias artificiales personalizadas.
—Gracias por informar, Shampi —respondió la agente. Muchos se reían de que una agente del gobierno tuviera un asistente con un nombre tan extraño e infantil. No solo eso, Shampi tenía voz de niño. Lo había configurado así cuando lo diseñaron para ella. Shampi era el apodo que entre juegos le dio a su hermano pequeño muerto. Y esa voz era la de su hermano, Sasha introdujo grabaciones de la voz del niño para que la inteligencia artificial la adapte. No le gustaba explicar esa historia a la gente, solo Zelika lo sabía. Era importante, pero personal. Casi un secreto. Llevaba a Shampi incorporado en un sistema móvil de una pulsera que nunca se sacaba. Como todo el mundo, no podía vivir sin su asistente. Nadie podía hacerlo—. ¿Has entrado en contacto con el asistente de Zelika?
—Si, Sasha. Manda a decir que está furiosa. Ya usted sabe qué hacer, agente.
—Claro —murmuró. Zelika echando humo por la boca, para variar. Aunque esa vez la entendía, la situación lo ameritaba.
Pocos minutos después la puerta de la sala donde se encontraba se abrió. Las botas de Zelika hicieron un ruido furioso a cada paso. Pisaba fuerte, poco le faltó para patear la puerta. Sasha se giró a mirarla, a ella le tocaba amansar a la fiera.
—¿Has hablado ya con esa desgraciada? —preguntó molesta mientras miraba a través de la pared transparente hacia la sala blanca de interrogatorios donde Estelle esperaba.
—Pensé que sería mejor que entráramos juntas —respondió serena. Zelika entró furiosa y con el ceño fruncido, pero también se quedó mirando a Estelle. En realidad, esa era la primera vez que las agentes la veían de cerca, y pronto iban a enfrentarla. Solo una pared aislante las separaba. Estelle no podía verlas ni escucharlas aún, bastaría con ingresar el código correcto y la pared abriría una brecha para que ellas puedan pasar.