La Ciudad Caída.
“Entonces vengan e intenten matarme, prefiero morir con la verdad en mi conocimiento, a morir en la ignorancia”.
Dhiran.
Las primeras naves cayeron a pique sobre la ciudad de Sommus.
La ciudadela de Nostramo, había resistido el ataque de una brigada de clones imperiales, los soldados blanquecinos se movían de izquierda a derecha en la que antaño había sido la ciudad conquistada, cúpulas llameantes centellaron en el cielo y las naves Sanctórum descendieron como bestias rugientes, y estelas llameantes aparecieron en el esclarecido cielo para dejar cabida al poderío estelar del imperio.
Los nativos que ya hacían congregados pensaron que eran dioses, sus amos que habían regresado después de un largo tiempo.
Serena Van’gelus, una rebelde de la ciudad Sommus sabía lo que era y había instado al resto de su guarnición para que prepararan una última defensa en la ciudadela; sin embargo, para su terrible desgracia, lo que vio la dejo más aterrada de lo que ya estaba; quien iba en el centro de las primeras escuadras era un Sith, y no uno cualquiera, su nombre era Dhekar, el silencioso; lo llamaban así porque nunca hablaba, o era así como ella lo había escuchado, según muchas especulaciones en distintos mundos del sistema que habían sido sometidos y donde se decía que la presencia de los Siths se había hecho más intensa; junto a él, otro individuo con una armadura plateada lo acompañaba. No reconoció al otro hombre, nunca en su vida había visto a esa persona.
Aquella era una batalla que no ganarían, aquel combate se había escrito desde que aquellos dos Lords Siths habían descendido, y solicito en primer lugar la rendición de sus fuerzas; habían personas que no merecían la muerte, solo ella debía morir en nombre de la rebelión. El resto de la ciudadela había sido tomada con efectividad y los clones estaban sometiendo al resto de ciudadanos que se resistían.
Una sombra se proyectó en su espalda y luego Serena vio a un individuo de aspecto fornido detrás de ella. ¿Cuándo había llegado? ¿Y en qué momento?
— Baja las armas, rebelde — dijo el general, con cierto aire autoritario. — Levanta las manos.
Serena las levanto, pero ella no se dejaría atrapar así de fácil; lucharía; y moriría, estaba a punto de propinarle un golpe al general y arrebatarle su arma, cuando una presencia detrás del general la intimido. Una figura negra con un sable oscuro se hizo presente en la sala y el resto de los ya presentes se quedaron callados, como si aquella presencia helara los sentidos.
No había sonido alguno en su andar, era como si se deslizara por los aires, pero Serena sabía que no era así. El individuo miro fijamente a la rebelde, la mujer tenía el pelo rojizo, tenía el uniforme de la rebelión, y llevaba colgado un cristal de Ilum, un cristal de luz. El Sith miro fijamente su cristal, extendió la mano y se lo arrebato de inmediato.
— General Kripman, llévese esto — el Sith se giró para entregar el cristal a su general.
Serena no podía moverse, pero una parte de ella hubiera querido hacerlo, para pasar sus últimos momentos peleando; sin embargo, no podía hacerlo, no podía proferir palabras, era como si todo su cuerpo hubiera sido anulado.
El Sith se volteo y luego dijo algo que no era para ella.
— El idiota de Dhiran se está retrasando. — Entonces fijo su atención en Serena. — ¿Usted es Serena? ¿Serena Van’gelus?
Pero Serena no contesto, no debía hacerlo. El Sith frunció el entrecejo, cerró los ojos como si se estuviera comunicando mentalmente con alguien, y de manera inmediata otro individuo ingreso; este era diferente a su captor, tenía una cicatriz en el ojo izquierdo, y tenía el pelo lacio, debía tener entre sus veinticuatro años de edad, una mirada inexpresiva y fría calaban su rostro.
— Te has tardado demasiado, Dhiran. — Dijo el Sith de su lado.
Dhiran lo miro y no dijo nada, se mantuvo callado y no dijo ni una sola palabra, miro a su captora y luego dejo que un amago de sonrisa se esbozara en su rostro.
— Hubo problemas con algunos rebeldes en la franja oeste.
— Comprendo.
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Para qué me convocaste? — Inquirió Dhiran con una mirada seria y sin expresión.