Puedes besar el anillo, sin embargo, jamás tocarás la corona.”
ANÓNIMO
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STELLA BROWN
—Bendigan, señores de la paz, estos alimentos que con agradecimiento tomamos de vuestras cosechas— pronunció Kee desde el extremo más alejado de la gran mesa del comedor principal.
“Tengo hambre Kee, no me des mucho la lata” pensé con cierta diversión.
En Novak Ville, todos y absolutamente todos éramos creyentes.
Pero, no exactamente de Dios. Tampoco se nos puede considerar paganos por creer en un círculo de dioses distintos a los que están acostumbrados a ver.
Simplemente somos… distintos.
—Amén—finalizamos todos los integrantes.
Los chicos se abalanzaron sobre la comida como animales hambrientos, de tal forma que cualquiera que los viese pensaría que no comían nada. A pesar de estar todo el rato llevándose porquerías a la boca.
—¿No comes, Stel?— preguntó preocupada Kate. Ella había sido la última en llegar de los hermanos, por conclusión la más pequeña. Tendría unos nueve años.
—Hoy no tengo demasiada hambre, cielo.—admití, haciendo que todos dejaran de comer y me mirasen como si me hubieran salido cuernos fluorescentes.—¿Qué?
—¿Tú? ¿Sin hambre?—Max, uno de los chicos con los que mejor me llevaba, se dedicó a sonreír de lado.—¿Estás enferma o algo?
Rodé los ojos y reí con pesadez.
—No, Max, no estoy nada enferma para tu desgracia—él hizo un mohín que arrancó una armoniosa risa en la sala.—Así venga, todos a comer.
—¡Señora, sí, señora!—gritaron a la vez riendo.
Negué con la cabeza, sin poder contener la gran sonrisa que surcaba mi rostro. Ellos eran mi familia, y los quería más que a nada en este planeta. Si tuve alguna otra familia en algún otro momento de mi vida, había perdido su puesto.
Incluso puede que considerase a Pierce parte de ella, a pesar de su estado.
Pensar en él provocó que mi corazón se encogiera de tristeza. Hacía casi una semana que no sabía nada de él. Era como si se hubiese esfumado. Literalmente.
Respiré hondo, disipando los malos sentimientos que surcaban mi cabeza. Y cuando levanté el rostro para volver a observar el panorama, me encontré con los penetrantes y hermosos ojos de Keegan observándome con esmero, como si quisiese encontrar el porqué de mi repentino cambio de humor.
Y sin embargo, yo me deleité con la profundidad de su cabello, tal y como solía hacer desde que era niña.
“Necesito pintarlo con urgencia.”
Abrumada, me obligué a dejar de pensar en lo bien que quedaría su cabello bajo mis manos, captando cada textura, cada matiz… cada detalle que pudiese servirme para pintar a la perfección aquellas hebras que adoraba.
Ahora que lo pensaba, jamás había tocado su pelo. ¿Sería suave? ¿Se adaptaría a mis manos como yo soñaba? No podía saberlo.
—Bueno, chicos, creo que va siendo hora de que os vayáis a acostar.—dijo Kee sin apartar los ojos de mí. Me sentí un tanto… desnuda. Él jamás me había mirado de esa manera tan… indescifrable.
Siempre sabía lo que pensaba porque lo conocía.
Y puedo admitir sin ningún pudor que esa sensación fue bienvenida.
—¡Kee, eso no es justo!— protestaron las gemelas Ada y Ava, con una expresión de evidente mal humor. Ellas tenían diecisiete y habían llegado poco antes que yo, ayudándome a integrarme en la familia a pesar de ser mucho más pequeñas que yo.
—¿Y eso por qué, queridas?—preguntó con especial interés Kee. Ellas miraron a sus demás hermanos y sonrieron con malevolencia. Luego dirigieron sus miradas cargadas de maldad hacia mí.
“Oh, santos dioses. Si me estáis escuchando, salvadme” recé apartando mi porción de tarta de la mesa, por miedo a que se viese salpicada y no pudiese comérmela.
—Stella nos prometió una pijamada de chicas. Lo prometió por los dioses.—agregó para darle más dramatismo. Kee me miró con una expresión que no supe interpretar, mientras entrelazaba sus manos sobre su regazo, pensativo.
—Con que lo ha prometido, ¿Eh?
—Sí. ¿Podríamos?
Él pareció pensar la respuesta adecuada. Se levantó de su asiento y sonrió de medio lado, acercándose a mí.
Y cuando hacía eso yo sabía que era como si el lobo se estuviese acercando a caperucita.
—Claro.—accedió por último, antes de besar mi frente y susurrarme unas palabras al oído.—Pero los chicos no estáis invitados, así que a la cama.
Desapareció fuera de nuestra vista, dejándome sola entre todos esos adolescentes con las hormonas rebotadas.
“Arréglatelas con los chicos, princesa” había dicho como si nada.
—¡Eso no es justo! ¡Nosotros también queremos participar!
—¡Stella, di algo!
Estúpido Keegan, joder.
Me mordí los labios, nerviosa y les sonreí de manera falsa a los chicos, que habían aprendido a callar cuando hacía eso.
—La cosa será así.—comencé a explicar— Hablaré con Kee y mañana nos quedaremos todos hasta tarde viendo películas de miedo. ¿Queda claro?
Por mi tono de voz, ellos tragaron saliva, cogieron sus platos para llevarlos a la cocina y asintieron.
—Sí, Stel. Buenas noches—dijeron todos a la vez. Asentí, orgullosa de mi misma.
Las chicas me abrazaron y los chicos se limitaron a besar mi mejilla. El único que besaba mi frente era Kee y eso parecía bastar para que ninguno lo hiciera salvo él.
—Buenas noches, chicos. Que tengáis dulces sueños.—murmuré—Ah y, ¿Max?
—¿Sí?
—Que cierren todas sus puertas al acostarse. Hoy hay luna de sangre.
Todos ellos palidecieron.
En las lunas de sangre teníamos prohibido salir de nuestras habitaciones, porque los Malditos regresaban a la mansión para reunirse con Keegan, que por así decirlo era como nuestro representante.
Y como no, yo siempre temía por la vida de mi mejor amigo.
Porque aunque nadie me dijese nada, yo ya sabía que eran ellos.