Storm

Parte III

Febrero 2019

- ¿Todo viene en el paraíso? –pregunte sonriente a Will.

-Cállate, alguien puede escuchar –contesto cerrando su casillero.

- ¿Y qué tiene de malo?

-Nada, solo, aún es, no sé cómo describirlo, es que, es el primer chico con el que me veo en público.

-Aún tienes miedo.

-No, no es miedo, es solo, aun no me acostumbro del todo –dijo recargándose en el casillero.

-Pero, ¿todo bien?

-Sí, Oliver es simplemente genial, no puedo pedir más.

   Sonrió y luego nos fuimos a nuestros salones.

- ¿Y tú que tal con Abel?

-Perfecto, simplemente es perfecto, amo estar con él, me da una paz increíble, solo –hice una pausa recordando nuestra última cita. –Quisiera ser su prioridad.

-Te entiendo, su grupo es prioridad.

   Llegue a mi salón y entre, me senté en mi usual asiento y espere por mi profesor. En algún momento me dormí, y desde el momento en el que él profesor me despertó no ha dejado de pasarme al frente a contestar estúpidas operaciones, cada vez más pendejas y sencillas. A veces siento que los profesores piensan que haciendo estas cosas aprenderemos una lección, pero ¿qué lección nos quieren enseñar al ponernos frente a todo el grupo haciéndonos sentir estúpidos y fracasados?, no sirve de nada.

   Por quinta vez en la clase el profesor me paso al pizarrón, podía ver claramente su sonrisa burlona mientras me daba el plumón. La operación era bastante sencilla ya que todo al final se multiplicaba por cero, tomé el plumón, y siendo yo puse un cero enorme en el pizarrón.

-Me duermo en su clase por aburrida, no porque no entienda el tema -termine lanzándole el plumón y regresando a mi lugar, la clase siguió su curso normal. Por suerte ya es viernes.

   El día se pasó demasiado pronto, apenas tuve tiempo de comer por estudiar para el examen de ciencias y cuando menos me lo esperaba ya me encontraba yendo a los vestidores para cambiarme. Es cansado tener que ir a cada evento deportivo de esta escuela. Antes de llegar, un Abel sonriente apareció.

-Hola hermosa -dijo robándome un beso.

-Hola Abel -respondí luego de separarnos.

- ¿A dónde vas? -pregunto tomando mi mano y caminando conmigo.

-A entrenar –dije riendo.

- ¿Puedo acompañarte?

-Si quieres, pero no entraras al vestidor, te quedaras en las gradas sentadito y callado -dije riendo al ver su cara ante lo que acababa de decir.

-Cordelia, eres una aguafiestas -dije muy serio.

   Seguí riendo el resto del camino, al llegar dijo que iría a las gradas a hacer su tarea (seria creíble si Abel hiciera tareas), es lo que pensé. Al entrar se escuchaban las pláticas de las chicas, entre y seguí sus bromas.

   Saqué el uniforme y los pompones de mi casillero, me vestí y luego salimos a la cancha. En esta ya estaban de nuevo entrenando los chicos, con o sin torneo ellos siempre entrenaban, y en las gradas vi a un Abel con un libro.

   Entrenamos un par de horas y al finalizar regresamos al vestidor para bañarnos o al menos cambiarnos de ropa.

- ¿Tienes libre hoy? -me pregunto Melisa.

-Sí, ¿Por qué?

-Quería saber si me puedes relevar en el trabajo.

- ¿Trabajas?

-Si Lia, trabajo -dijo un tanto fastidiada. -Soy niñera de una familia y hoy no puedo trabajar y te recomendé.

- ¡¿Me recomendaste para cuidar algo sin avisarme?! -pregunte sorprendida.

-Perdón, entre en pánico y di tu nombre -contestó ya poniéndose nerviosa. -Te puedes quedar con la paga.

- ¡Oh claro que planeaba quedarme con la paga!

- ¿Eso es un sí? -dijo poniéndose enfrente de mí, rodé los ojos y cruzando mis brazos respondí.

-Acepto, pero si veo en Instagram que estas en una fiesta ahogándote en alcohol, no vuelvo a hacerte un favor.

-Tranquila, eso no va a pasar, gracias -dijo dando saltitos como niña pequeña antes de salir corriendo.

   Caminé a la salida de la escuela y lo vi con la moto (más cliché no se podía ver), solo que él no es un bad boy querido, (¿Cómo sabes que soy hombre?), porque castras como uno (eso es machista), por el amor de Dios, cállate.

- ¿Te llevo a casa?

- ¿Dónde está mi chofer? -dije sonriendo.

-Lo mande a tu casa -me contesto tranquilamente.

-Y te hizo caso, ¿no?

-No, está de aquel lado, lo convencí para que me dejara llevarte a casa -dijo señalando algo detrás de mí, me gire y pude ver a mi chofer recargado en la camioneta, al verme me sonrió.

-Bien, vámonos.

   Ambos nos montamos en la motocicleta, el me paso un casco y la puso en marcha mientras lo abrazaba por la cintura. La moto se la gano en una apuesta, nunca me dijo como exactamente, ni mucho menos el lugar. Aun así, estas cosas me daban miedo desde que hace un año me subí a una que conducía uno de los gemelos, tuvimos un accidente donde lo único que me paso fue una cortada en mi muslo, lo que dio origen a mi cicatriz.



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En el texto hay: londres, italiana, lluvia

Editado: 23.04.2022

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