Me levanté de la cama y me acerqué hacia él para intentar tranquilizarlo. Lo miré a los ojos, y noté su respiración agitada. Él aún era incapaz de apartar la mirada de mi cuello, como si fuese lo único que le importaba.
—Dime quién te ha hecho eso —me pidió en voz baja.
—Zigor, estoy bien —aseguré—. Solamente he tenido un pequeño enfrentamiento con un vampiro, pero no ha sucedido nada grave.
Sin embargo, él no se conformó con aquellas simples palabras. Se mostraba furioso, al mismo tiempo que preocupado. Era como si, a pesar de todo, no terminase de creer que me encontraba bien. Miró mis muñecas para confirmar que no había en ellas marcas de colmillos, y el hecho de no verlas lo calmó un poco.
—Lo mataré —dijo—. Lo mataré por haberse atrevido a tocarte. Dame una descripción.
—No necesito que hagas nada —insistí—. Yo le habría vencido, pero Johann ha llegado y todo ha terminado muy rápido. No debes preocuparte más.
—Hablaré con Johann. Él me dirá quién ha sido. Ese vampiro estará muerto antes de medianoche.
Quise protestar, pero sabía que no lograría hacerlo cambiar de opinión dijera lo que dijese, y aquel vampiro no me había gustado lo más mínimo. ¿Por qué tratar de defenderlo cuando era uno de los que amenazaba las vidas de los cazadores de aquella ciudad? Tal vez fuese cruel, pero no iba a malgastar esfuerzos por tratar de salvarlo. No cuando había demostrado estar dispuesto a matarme.
Zigor mordió entonces su propia muñeca, haciendo que la sangre apareciese. Me ofreció la muñeca mientras me miraba a los ojos.
—Solamente quiero curarte —me dijo—. Un par de gotas bastarán para que no se note que has estado peleando. Te fortalecerá.
Sabía que la sangre de los vampiros tenía propiedades curativas, pero no debía aceptar. Si ocurría un accidente y moría, me convertiría en una vampira, y no lo deseaba. No quería convertirme en una de ellos.
—No puedo —dije—. ¿Y si ocurriese algo con tu sangre en mi organismo?
—¿Tan malo sería convertirte en vampira? —me preguntó. Parecía algo triste.
Sus palabras me hicieron reflexionar. ¿Realmente ser vampiro era tan detestable como los cazadores pensaban? Tal vez no lo fuese. Solamente me habían hecho pensar que ser vampiro era lo peor que me podía ocurrir por el odio natural entre vampiros y cazadores. Pero yo no era capaz de experimentar aquel odio ni de odiar a los vampiros por su condición. ¿Por qué me horrorizaba, por tanto, la idea de convertirme en uno de ellos? ¿Era el hecho de beber sangre lo que horrorizaba a todos los humanos?
—No lo sé —admití—. No quiero dejar de ser humana ni perder mi humanidad.
—Los vampiros también sentimos, Liher, pero lo hacemos de otra manera. Yo quiero a mis hermanos, porque son mi familia, y también a ti. Y, si te convirtieses, tú querrías a Ariadna, a tu ex, a tu familia… Todo eso no lo perderías.
Lo miré a los ojos. Era la primera vez que un vampiro me hablaba sobre aquello, y él lo decía con total sinceridad. Si lo que decía era cierto, convertirse en vampiro no debía de ser tan malo como los cazadores siempre habían pensado. No eran los monstruos que creían.
—Pero muchos parecen no sentir —dije.
—¿Y acaso no hay humanos que tampoco parecen sentir? —me preguntó él—. Hay veces en las que el poder, ciega a los vampiros, y llevan a cabo masacres. Otros simplemente son crueles. Tal vez tengamos una parte de nosotros que es cruel, al igual que muchos humanos. El mal forma parte de todos nosotros, al fin y al cabo.
Yo era plenamente consciente de ello. También los cazadores habían perseguido y torturado a los vampiros durante siglos, dándoles muertes crueles, inimaginables. Tampoco nosotros éramos buenos. La historia nos había mostrado que el poder nos podía hacer cometer las mayores barbaridades, y que nos podía hacer olvidar nuestros sentimientos y nuestra humanidad.
—Puede ser —acepté—. Pero está el hecho de que os alimentáis de sangre humana.
—Eso podemos aprender a controlarlo —me explicó. Su voz era suave, y detecté incluso un cierto tono de cariño en ella, aunque no supe si me lo había imaginado—. Hay quienes se han acostumbrado a beber sangre de animales, incluso. Son pocos, pero algunos lo han hecho.
No sabía que aquello era posible. Era evidente que la sangre que más les gustaba era la de los humanos, pues la mayor parte de vampiros bebían de su sangre. Pero en caso de convertirme en vampira, algo que esperaba que no sucediese, no sabía si sería capaz de hacerlo.
—Bebe, Liher —me pidió—. Yo me encargaré de que no te ocurra nada malo.
Confié en él. Si él había dicho que se encargaría de que no me ocurriese nada malo, estaba a salgo. O al menos así lo sentía yo.
Tomé su muñeca con mi mano lentamente y la acerqué a mis labios, sin perder en ningún momento el contacto visual con él.
—No quiero convertirme —dije a modo de súplica.
—Y no lo harás. No ahora, al menos. No hoy.
Entonces mis labios hicieron contacto con su herida, que ya estaba a punto de cerrarse por completo. Había pensado que el sabor de su sangre sería de un desagradable sabor metálico, pero me sorprendió comprobar que no era así en absoluto. No sabía describir el sabor exacto de la sangre de Zigor, pero resultaba adictivo.