Su cazadora

Capítulo 31

Me desperté aturdida. Lo primero que pensé fue que, por efecto del sedante, tenía la sensación de que el mundo a mi alrededor se movía. Después me di cuenta de que la sensación era cierta: el mundo a mi alrededor se movía.

A pesar de abrir los ojos, no podía ver nada. Me habían colocado algo sobre la cabeza, probablemente una capucha, y no tenía manera de quitármela, porque mis manos aún estaban atadas a mi espalda. Pero al menos podía respirar sin dificultad, y me encontraba bien.

—¿Ari? —pregunté—. ¿Ariadna? —repetí, más alto.

No obtuve respuesta. Esperaba que mi amiga continuase cerca de mí, dormida, y que no le hubiese sucedido nada. No podía imaginar que le hubiese sucedido algo grave…

Para no pensar en negativo, me concentré en lo que me rodeaba. Si el suelo no era firme, podía estar en algún tipo de vehículo. No me encontraba sentada en un coche, sino en un suelo duro, y dado que me encontraba sentada, tampoco podía tratarse de un maletero. Podía ser una furgoneta o un camión y, a juzgar por las irregularidades del terreno, debía de tratarse de un camino de tierra o de una carretera secundaria.

No pude deducir nada más. No escuchaba las voces de quienes me habían secuestrado; era posible que estuviesen en la cabina si se trataba de una furgoneta o camión. Tampoco podía saber si el camino era llano o si era ascendente o descendente. En las películas, parecía sencillo saberlo, a mí no me lo parecía.

—Ariadna —llamé una vez más, con la esperanza de que dijese algo.

No sabía en qué momento me habían quitado la mordaza, pues de pronto recordé que me la habían puesto antes de sedarme. Debía de estar inconsciente cuando habían decidido quitármela. Esperaba poder decir quién era antes de que me la volviesen a poner, y que sintiesen el suficiente respeto por el rey como para dejarme libre.

De pronto me parecía que había sido una estupidez trazar el plan de huida. Habíamos creído que lograríamos llegar a la academia o que los vampiros hablarían con nosotros, pero no había sido así. Antes de dejarnos decir algo, habíamos sido secuestradas. ¿Tendríamos el mismo destino que los cazadores que desaparecían y cuyos destinos nunca habíamos descubierto?

No supe cuánto tiempo había transcurrido cuando el vehículo se detuvo. Esperé durante varios segundos y escuché voces, pero no pude entender lo que decían. Estaba nerviosa, preparando mentalmente lo que debía decir en cuanto tuviese oportunidad.

«Tengo que ser rápida —pensé—. Si no, me habrán amordazado antes de poder decir quién soy.»

En cuanto escuché la puerta abrirse, por tanto, comencé a hablar.

—Ha habido un malentendido —dije apresuradamente—. Soy…

—Eres una cazadora inútil —me interrumpió una voz grave, de hombre—. ¿Crees que nos vas a engañar? Tú y los tuyos sois todos unos cobardes mentirosos.

Y antes de poder decir nada más, volvieron a ponerme la mordaza por debajo de la capucha. Alguien me sujetaba firmemente del brazo. Me obligó a ponerme de pie y a salir del camión o de la furgoneta. Entonces me quitaron a capucha.

Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la luz del sol, que estaba alto en el cielo a aquellas horas. Nos encontrábamos en medio de unos campos de cultivo. No había a la vista ningún pueblo ni ningún lugar donde pedir ayuda. Lo único que había era una edificación de siete plantas, de aspecto abandonado.

—Bonito paisaje, ¿verdad? —me preguntó el hombre que me llevaba, que era el mismo que me había colocado el pañuelo con cloroformo en el bosque—. El lugar está algo despoblado, pero verás como te acostumbras. Después no te parecerá tan malo.

Di media vuelta, intentando ver a Ariadna. El vehículo en el que habíamos llegado era una furgoneta blanca y sucia con el logotipo de alguna empresa de reparto. Un vehículo en el que nadie se fijaría dos veces si lo viese aparcado o por la carretera. No podía ver el interior, por lo que no sabía si mi amiga se encontraba allí. Pero el hombre me lo aclaró cuando se dio cuenta de lo que miraba.

—La pelirroja está todavía inconsciente —me dijo—. Supongo que la hemos sedado más de lo que deseábamos… pero despertará.

Entonces me hizo avanzar hacia el edificio. Según nos íbamos acercando, me di cuenta de que algo no encajaba. La fachada estaba abandonada, había ladrillos caídos y, sin embargo, las ventanas se encontraban en perfecto estado. Ninguna de ellas estaba rota o sucia.

Cuando entramos por las puertas del edificio, quedé sorprendida. Todo era blanco y estaba limpio. Había una recepción, como si aquello se tratase de un hospital, y una mujer vestida con una bata blanca salió para recibirnos.

—Mujer joven —comentó—. ¿Está en buenas condiciones?

Me examinó rápidamente con la mirada mientras hablaba.

—Eso me ha parecido —respondió el hombre—. La hemos cogido en el bosque, creo que intentaba llegar a la academia.

—De acuerdo. En ese caso, llévala a la tercera planta. Allí se encargarán de ella.

—Su amiga está aún inconsciente. Se encuentra en la furgoneta.

—Nos encargaremos también de ella.

La mujer fue tras el mostrador de recepción, mientras que el hombre me llevó hasta los ascensores, que se encontraban frente a nosotros. Entramos en uno y pulsó el botón de la tercera planta.



#14191 en Fantasía
#5414 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.