Estaba sentada en el asiento del copiloto del coche de Paulo, mientras que Ariadna y Milo viajaban en el otro coche. Ambos íbamos en silencio. Las imágenes de aquellas mujeres metidas en jaulas aún se repetían en mi mente una y otra vez, hasta el punto de que incluso los papeles entregados a los hermanos Garay habían dejado de tener interés para mí.
Mi vista estaba fija en la carretera ante nosotros. Cada poco tiempo, Paulo me miraba, como si esperase que rompiese a llorar en cualquier momento y me derrumbase. Pero no lo hice.
—Pregunta lo que necesites —dijo de pronto—. O grita, insulta… pero desahógate, Liher.
Pude detectar preocupación en su tono de voz. Para él, no solamente era la reina, sino que también era la pareja de su hermano y comenzaba a formar parte de su familia. También yo comenzaba a sentir cariño hacia él.
—¿Qué es lo que hacen en ese lugar?
Había intentado que mi voz saliese alta, pero fue apenas un murmullo que Paulo pudo escuchar por su gran audición.
—Experimentos —contestó—. Las personas que trabajan ahí tienen estudios y están especializados en Medicina, pero también son científicos. Fue gracias a dichos experimentos que conseguimos caminar bajo la luz del sol.
—Por eso desaparecían cazadores de los que nunca más se volvía a saber. Estaban allí.
—Sí. Según las características físicas de los humanos, se separan en diferentes plantas. Por eso tú solamente has visto a mujeres jóvenes. Pero en otras plantas hay niños o niñas, y en otras hay adultos de mayor edad.
Pensé en los niños creciendo de aquella manera, y me estremecí al imaginarlo. No permitiría, bajo ningún concepto, que a Erik o a Iraia les sucediese algo parecido. En cuanto pudiese, pediría verlos y me encargaría de que ambos se encontrasen bien. Y también Adrián. Y Luken, que había tratado de protegerme arriesgando su vida.
—Es horrible.
—Los cazadores aprendieron gran parte de lo que saben sobre nosotros sometiéndonos a torturas mucho más crueles. Muchos de nosotros no pueden perdonárselo aún. Algunos pasaron por ellos, y otros vieron cómo un ser querido sufría.
La mujer ya me lo había explicado, pero no por ello fue menos doloroso escucharlo. Sentía vergüenza de mis orígenes y de lo que mis antepasados habían hecho.
—Pero nosotros no hemos actuado así.
—Si los cazadores no han continuado, es porque no han podido. Porque nosotros hemos ganado poder, y ellos lo han perdido. ¿Sabes que lograron encerrar a varios vampiros hace unos años y volvieron a emplear los antiguos métodos? Estaban casi muertos cuando logramos liberarlos.
Paulo apretaba la mandíbula mientras hablaba. Tal vez hubiese visto personalmente a aquellos vampiros de los que hablaba, pero, en cualquier caso, era evidente la rabia que sentía. Y comprensible. Seguramente yo también actuaría de aquella manera si mi gente hubiese estado sufriendo torturas durante décadas o siglos y hubiese tenido que pasar miedo y esconderse.
Los cazadores con los que experimentaban no sufrían, al menos, daño físico. Zigor lo había ordenado. No los torturaban como los cazadores habían hecho… No se habían rebajado a nuestro nivel.
—Lo siento —dije. Sentía el peso de las acciones de los míos sobre mis hombros.
—Tú no has hecho nada malo. De hecho, según me han contado, tú nunca nos has odiado, al contrario que tus compañeros. Para mí, eso es suficiente.
Pasó al menos una hora más hasta que comencé a reconocer el camino por el que habíamos ido al salir de la finca. Cada vez estaba más cerca de llegar a la casa de los Garay.
«No —pensé—. A mi casa.»
Porque aquella había comenzado a ser también mi casa, y comenzaba a sentirme cómoda en ella.
Tenía unas ganas inmensas de ver a Zigor, pues sabía que solamente su presencia podía proporcionarme la calma que necesitaba. Paulo me agradaba, pero no podía sustituir la presencia de su hermano mayor.
—¿Por qué Zigor no ha venido? —pregunté.
—Porque no estábamos seguros de que estuvieseis allí. Él ha ido hasta la academia para preguntar por vosotras, por si habíais avanzado hasta llegar y alguien os había visto.
—Hay algo más que no entiendo. Cuando me han hecho tumbarme en la cama, la mujer ha dicho que no me tocasen. Pero no me había reconocido ni tenía la más mínima idea de quién podía ser. ¿Por qué lo ha hecho?
Era algo que me intrigaba. La mujer no sabía que era la pareja de Zigor. Tampoco me había reconocido como la hija del director de una de las academias, lo que podía haberme dado cierto valor adicional en caso de descubrirse. Físicamente estaba bien. ¿Por qué había actuado de aquella manera?
—No lo sé —dijo Paulo.
Pero mentía. Sabía más de lo que me quería contar.
Cuando finalmente llegamos a la finca, Zigor ya estaba esperando fuera de la propiedad, nervioso. Abrí la puerta del coche y salí. Él avanzó hacia mí, fundiéndome en un fuerte abrazo. Solamente cuando apoyé la cabeza contra su pecho me permití derramar un par de lágrimas. Con él, estaba completamente a salvo. Con él, estaba en casa.