Su talismán

Capítulo 4

Hunter

En cuanto Sara dijo que prepararía la cena, comprendí tres cosas.

Primero: ya se había convertido en mi amiga.

Segundo: es una gran optimista si cree que va a encontrar ingredientes decentes en mi casa.

Tercero: Lili, al parecer, está lista para ayudar.

Y así acabamos en la cocina. Sara revisa mis reservas estratégicas (que no son muchas), Lili está sentada en el suelo mordisqueando una cuchara de madera, y yo… bueno, yo hago lo que cualquier hombre haría: intentar no estorbar y fingir que estoy ayudando.

—Bueno —digo, comiendo una galleta mientras miro alrededor—, tenemos un problema.

Sara, sin dejar de mirar el interior del frigorífico, me lanza una mirada rápida.

—¿Uno solo? Hunter, esto es un festival de problemas. En tu nevera hay una civilización de moho.

—Vale, entonces dos problemas. Me preocupa que Lili se haga daño. Esta casa no está adaptada para niños. Hay que crear una zona segura para ella.

Los dos miramos a Lili, que sigue chupando la cuchara con la cara más seria del mundo. Sara observa el entorno, pensativa.

—Mmm… creo que está todo bien.

—¡Podemos meterla en la caja de la lavadora! La guardé por si algún día servía para algo.

Sara me mira como si estuviera loco.

—¿O en un cubo al revés? —añado con cautela—. ¿Crees que se quedaría quieta?

—Dios, Hunter… Basta. Estará bien sin necesidad de un cubo.

—¿Segura?

—Sí.

Finjo tranquilidad, pero no le quito el ojo de encima. Gracias al hockey tengo buenos reflejos, y si pasa algo, espero poder atraparla a tiempo.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —pregunto, arremangándome.

—Primero, no estorbes —dice automáticamente, pero al ver mi expresión herida suspira—. Vale, puedes ayudar. De todos modos, no estoy segura de cómo orientarme en esta cocina.

—¡Yo cocino!

—¿Las galletas con las que puedes romperte un diente?

—También sé hacer borsch ucraniano —sonrío con orgullo—. Un día te invito.

—No hace falta.

Milagrosamente, encuentra un pollo en el congelador. Seguro es de la era glacial. Si no me equivoco, fue Oliver quien lo compró. Lleva ahí como medio año.

—Te encargo las verduras —ordena, pasándome un cuchillo.

Tomo el cuchillo con decisión.

—Esto es pan comido.

Me pongo a pelar patatas cuando Lili empieza a reírse. Parece que se burla de mí. Como si ella lo hiciera mejor.

—Me alegra alegrarte el día… —murmuro, a punto de dejar caer una patata.

—Le gustas, por alguna razón —dice Sara.

—¿Cómo que “por alguna razón”? —respondo, fingiendo ofensa—. Le gusto a todo el mundo. ¿A ti no?

Sara desvía la mirada.

—Tengo cierta desconfianza hacia los hombres en general…

—¿Problemas con el padre de Lili? ¿Acerté?

Solo suspira y cambia de tema:

—Ya basta de patatas. Vamos a hacer puré.

Me lavo las manos y me acerco. Finjo buscar un plato, pero en realidad la observo. No, por mucho que diga Oliver, esta mujer no tiene pinta de manipuladora. Más bien al contrario… parece alguien que ha sido herido. Alguien que esconde un pasado difícil.

—¡Listo casi todo! —dice con una sonrisa, girándose hacia mí.

—¿Qué harías sin mí?

—Probablemente terminar la cena el doble de rápido…

Pongo los ojos en blanco.

—Eres igual que MacKay. Ni hace falta prueba de ADN.

Durante la cena, el ambiente se siente… casi familiar. Lili embadurna el puré por toda la mesa y luego lo lame como si fuera una gatita. Sara, como si estuviera sedada, ni se inmuta ante el desastre. Y, curiosamente, a mí me gusta esa sensación de hogar. Cuando busco algo parecido, normalmente voy a casa de mi madre. Pero ahora vive con su… novio. Si es que así se le puede llamar a mi entrenador. Un tipo con una escoba clavada donde no da el sol. Así que no paso mucho tiempo allí. No es agradable cenar mientras te dan un análisis táctico de tu último partido.

—Está rico, ¿verdad? —pregunto, oliendo con placer el pollo asado.

—Sí —asiente Sara. Limpia la boca de Lili con una servilleta, recibiendo un quejido de protesta.

—Diría que es gracias a mis talentos culinarios…

—No te flipes.

Suspiro. Y sin pensarlo, digo:

—A mi madre le encantaría todo esto.

Sara levanta la vista.

—¿El qué?

Dudo un momento.

—Verme cenar comida de verdad y no nuggets congelados.

Ella sonríe, pero noto el brillo de curiosidad en sus ojos.

—¿Eres muy cercano a ella?

—Bueno, me crió. Sola.

No es algo que suelo contar. Pero a ella sí. Tal vez porque ahora está sola, también con una hija a cuestas.

—Fue dura. Quería que siempre luchara por mi lugar en el mundo. Supongo que por eso me convertí en un taquillero.

—¿Pero te gusta lo que haces?

Observo a Lili, que aplaude feliz con las manos sucias de puré.

—Ser un taquillero es más que una función en el equipo —me encojo de hombros—. Es proteger a los tuyos. Y no solo sobre el hielo.

—Creo que lo entiendo —susurra.

Nos miramos. El silencio no es incómodo. Solo… está ahí.

—Bueno —digo, recogiendo el plato vacío—. Ahora, como buen caballero, me toca lavar los platos.

—Entonces yo intentaré lavar a mi hija. ¿Puedo usar tu baño?

—¡Claro! Siéntete como en casa.

Sara toma a Lili y se la lleva al baño.

—Aquí está mejor que en casa… —escucho que murmura desde la otra habitación.

No sé qué habrá pasado en su vida. Pero sinceramente… me duele por ella.



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En el texto hay: humor, amor, niña

Editado: 07.06.2025

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