Sara
Por fin, Lili se queda dormida. ¡He esperado este momento todo el día! Hoy decidió rebelarse contra la siesta y, para colmo, tampoco quería cerrar los ojos por la noche… murmuraba, se retorcía, se quejaba… hasta que al fin se rindió. Rodeo la cama con almohadas para que no se caiga, dejo encendida la lamparita de noche y la dejo sola. Necesito, aunque sea un ratito, estar sin ella. Amo a mi hija, pero… a veces extraño desesperadamente aquellos días en los que no tenía que cargar con la responsabilidad de otra persona las veinticuatro horas del día.
En el salón enciendo la tele, sin volumen, para poder oír enseguida si Lili empieza a llorar. Me dejo caer en el sofá, me envuelvo en una manta y abrazo un cojín. Todas las noches me invade la ansiedad. Empiezo a pensar en mi vida, y siempre llego a la misma conclusión: no tengo ni idea de qué hacer con ella… Y hoy se suma un sentimiento de culpa con respecto a Hunter.
Es bastante tarde y él todavía no ha vuelto. ¿En serio necesita entrenar tanto? Con ese ritmo, va a llegar a casa necesitando silencio y descanso, no una niña que no entiende lo que es “dar un respiro”, ni siquiera detrás de una puerta cerrada.
Quizás le estoy complicando la vida más de la cuenta. Cuando me ofreció quedarme aquí, no calculó bien lo que implicaba. ¿Y si ahora mismo está en un bar con los chicos, bebiendo cerveza, riéndose, pensando: “Maldita la hora en que dejé que Sara entrara a mi casa”?
No quiero creerlo. Pero tampoco me sorprendería.
El móvil vibra en mi bolsillo, sacándome de ese espiral de pensamientos. Miro la pantalla y aprieto los dedos. Oliver.
Me obligo a contestar con voz segura. Aunque todavía me pone nerviosa hablar con él.
—Hola.
—Hola —su tono es tranquilo, pero sé que no llama porque sí—. ¿Cómo estás?
Trago saliva.
—Bien —respondo casi en automático.
—¿Hunter ya llegó?
Parpadeo. ¡Como si me hubiera leído la mente!
—Eh… no. Aún no. Dice que se quedó entrenando.
—Es normal. Hoy les toca repasar errores… Y por lo que vi del último partido, tienen trabajo para rato.
—¿No ganaron?
—Ganar no es suficiente, Sara. Hay que ganar bien.
No digo nada, para no quedar más ignorante de lo que ya soy en cuestiones de hockey.
—Si en algún momento hay problemas entre ustedes, o si te sientes incómoda, dímelo, ¿vale?
—¡No! —respondo demasiado rápido—. Hunter es genial. Es divertido, empático, se lleva de maravilla con Lili… ¡ella lo adora!
Oliver suspira.
—Y además es un mujeriego empedernido.
—Bueno, eso ya no es asunto mío…
—Lo sé. Solo te aviso… por si acaso —bosteza—. Buenas noches, Sara.
—Buenas noches. Y… no te preocupes tanto, ¿sí? —le sonrío, porque en realidad, me hace sentir bien su preocupación.
—Lo intentaré.
Cuelgo. Subo un poco el volumen y cambio de canal. Me quedo viendo un programa de viajes que ya vi, pero no tengo ganas de irme a dormir sin que vuelva Hunter. Solo quiero saber que está bien.
Cuando por fin oigo las llaves en la cerradura, me enderezo de golpe.
Hunter entra, se quita la chaqueta y deja su bolsa junto a la puerta. Me siento mal por haber pensado que estaba tomando cerveza en un bar. Parece tan agotado como si lo hubiera arrollado una apisonadora tres veces seguidas.
—¿Estás bien? —le pregunto, mirándolo con atención.
—Ajá —se pasa la mano por el pelo—. Solo… necesito dormir. Hoy fue una tortura, no un entrenamiento.
La culpa me aprieta el pecho otra vez.
—Hunter… —le sostengo la mirada—. Perdón por lo de esta mañana.
Parpadea, sorprendido.
—¿Por qué?
—Porque por nuestra culpa llegaste tarde…
—¡Anda ya! —hace un gesto con la mano y se deja caer en el sofá junto a mí—. Solo fueron unas llaves. Habría sido peor si Lili hubiera incendiado la casa o se hubiera comido mi desodorante.
Me cubro la cara con las manos.
—En realidad… una vez sí intentó comerse un desodorante. Dios… soy una madre horrible.
Hunter me observa con más atención esta vez.
—¿Por qué dices eso?
—Porque lo siento así. No sé cómo hacer que se porte bien. Que sea más tranquila. Siento que debería criarla mejor.
Niega con la cabeza.
—Sara, es una niña. No tiene que portarse bien. Solo tiene que ser feliz. Ese es su único trabajo a su edad.
—¿Tú crees que es feliz?
—Estoy seguro.
Aparto la vista.
—Es que cuando vi lo bien que se llevaba con Alice, me sentí… no sé. ¿Por qué con una chica que recién conoce es un angelito, y conmigo se transforma en un demonio?
—Yo sé por qué.
—¿Por qué?
—Porque tú eres su mundo entero. Siempre sabe que estás ahí. Que la amas, pase lo que pase. No tiene miedo de ser ella misma contigo.
Sus palabras me dejan sin habla. Jamás imaginé que alguien capaz de comparar a un bebé con un panda y querer guardarla en un balde pudiera decir algo tan profundo.
—Por cierto, ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo para ti? —pregunta de repente.
—¿Qué?
—Siempre estás con Lili. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que te diera placer?
Abro la boca. Pero no tengo respuesta.
—No… no lo recuerdo.
—Exacto. Estás agotada, Sara. Por eso piensas así.
Estoy por discutirle, pero sé que sería mentira.
—Cuando empiece la guardería, tal vez…
—Tengo una idea mejor —me sonríe, misterioso—. Pero será una sorpresa.
—No me gustan las sorpresas.
—Esta te va a gustar. Prometido —se recuesta y cierra los ojos—. Ahora ve a dormir, Sara. Es tarde. Yo también iré… cuando me junte el alma con el cuerpo.
—¿Ni siquiera vas a cenar?
Hunter se reincorpora como si lo hubiera atravesado un rayo.
—¿¡Hay comida!?
—Claro. Pasta con salsa cremosa en la olla… Tal vez ya esté un poco fría…
—¡Gracias! ¡Eres la mejor! —grita, ya camino a la cocina—. ¡Comidita, ven con papá! ¡Este es oficialmente el mejor momento del día!