Accedí a esta entrevista por miedo. Miedo a lo que pasó, a mi padre, a los hechos que lo involucraron, quizá también a mí mismo. Pero también porque quiero sacarme de encima esta sensación, esta opresión en el pecho que no me deja respirar. Y porque quiero terminar con esto de una vez por todas.
¿Empezamos? Bien.
Papá se había levantado temprano ese día. Se tomó una taza de café negro, sin leche y se sentó en su silla favorita a leer el periódico. Por esas fechas estaba suscrito a varios diarios. Clarín, La Nación, y otro que ahora no me acuerdo. Esa mañana traía una camisa sin planchar. Quizá la plancharía después o no sé, ah sí, como cábala nunca planchaba una camisa. ¿Qué? Sí. Cuando sacó su primer libro antes de ir a buscarlo a la imprenta se olvidó de planchar su camisa, y ese fue su primer éxito. “Los Ovnis y sus huellas”. Es muy difícil de conseguir, creo que muy pocos pueden decir que tienen un ejemplar firmado por él.
La cuestión es que esa mañana se lo veía bien. Normal. Se fumó unos cuantos cigarrillos, cosa que a mí siempre me molestó, y después se cambió de ropa. Quería ir formal, ya sabe como suele ponerse. Pero lo que más recuerdo es que no planchó su camisa. Se devoró media docena de medialunas y cuando estaba por lavar la taza en la que tomó café, sonó el teléfono. Dejó lo que estaba haciendo y levantó el tubo de inmediato.
-Buen día-dijo-¿Sí? ¿De la editorial? No. Yo iba a ir más tarde. Cerca del mediodía.
Lo vi meditar unos segundos. No pude oír las palabras del otro lado de la línea. Pude notar la duda en los ojos de papá porque me miró como si yo supiese de qué iba la llamada.
-Ah bueno-dijo-Eso cambia las cosas. ¿Cómo?-dijo y luego me extendió la mano derecha, como si se tratara de una estrella de mar. Esa era la orden para “traé algo para anotar.” Le acerqué su anotador y una lapicera. Se llevó el tubo a la oreja derecha y lo sostuvo con el hombro-Bien. Deme una hora y un poco más-dijo-¿Su nombre? Bien. Esto es algo inusual… pero acepto. Gracias a usted.
Colgó y se quedó un par de minutos observando lo que anotara en el papel.
-¿Qué pasó?-le dije-
-Una llamada de sorpresa-dijo-De la Editorial. Un tal… Dominico Kier; Dice que quiere arreglar unas cuestiones del nuevo libro, hablar conmigo y charlar. Me citó en la confitería “La espiga.” ¿Conocés vos?
Le dije que sí. Que solía llevar a Eve cada tanto.
-Bueno, salgamos. Si llaman tan de repente ha de ser por algo.
Se vistió, se peinó como solía hacerlo y salimos. No. No tomamos subte, fuimos en un remis. ¿Cuándo? Fue hace diez años más o menos. El ya tenía cierta fama entre sus colegas investigadores y sus libros, bueno el primero, se vendía bastante bien. El segundo estaba ya en la imprenta, como solía decir él “en el horno, a punto de salir.”
Cuando llegamos al lugar, nos desorientamos. Bueno, yo más que nada porque ni siquiera sabía cómo era el tipo ni quién era. Papá por su parte, que ya estaba metido en la editorial, podría haber tenido alguna referencia o algo, pero tampoco sabía con quién tenía que reunirse. En eso, de una mesa se levanta un hombre y se acerca a nosotros. Las demás mesas estaban ocupadas por personas dispares, ya sabe. Un par de mujeres por allá, muchachos, oficinistas, personajes por el estilo. El sujeto que le digo estaba sentado solo. Se acercó a papá y le sonrió. Estiró un brazo largo como una rama.
-¿El señor Fuentes? ¿Arnaldo Fuentes?
Papá le echó el ojo de arriba a abajo. Respondió que sí, pero con cierto aire dubitativo.
-Yo soy Dominico, Dominico Kier. De la editorial-dijo sin dejar de sonreír-¿Nos sentamos?
Papá asintió. Yo reparé en el aspecto del tipo muy después. Era alto, flaco y llevaba el pelo corto. Vestía un traje negro y sus piernas se asemejaban a palillos chinos. De un momento a otro pensé que se tropezaría con una mesa y se quebraría en dos. Pero no. Se movía con la seguridad de quién sabe lo que está haciendo. Sobre el rostro tenía unas gafas negras.
-Queremos hablar con usted Arnaldo-dijo el tipo este Kier. De su nuevo libro.
-¿Alguna contingencia?-dijo mi viejo. Siempre que pasaba algo imprevisto usaba esa palabra. “Contingencia.” Nunca dijo lío, problema, o algo que se le parezca. Usar esa palabra y no planchar las camisas eran cosas que sólo se le daban a él.-
El hombre sonrió y llamó al mozo con una seña.
-¿Toma algo? ¿Un café? ¿Un té?
-No gracias-dijo-
-¿El muchacho?-me dijo sonriendo. Su piel iluminada por el rayo de luz que se colaba por la ventana que teníamos cerca, se veía amarillento. Como si se hubiese dedicado toda su vida al arte de fumar-¿Una chocolatada?
Me reí para mis adentros. ¿Acaso era un chiste? Le dije que no. “Gracias” dije y el tipo no volvió a hablarme. Se dirigía a papá de manera solemne y cruzaba y descruzaba los dedos de manera majestuosa.
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Editado: 07.11.2018