Creía que era un sueño. ¿Por qué? En los sueños, nada tiene lógica.
Recuerdo que cuando abrí los ojos, yo estaba dentro de una casa. Una casa enorme, repleta de escaleras, cuadros, espejos ovalados, y pisos de cerámicos blanco y negro. Yo corría dentro de esa casa. El aire se escapaba de mis pulmones, las piernas me dolían, y un hilo de sangre brotaba de mi nariz. Mientras más corría, más sangraba. Y no podía parar de correr.
A pesar de que rodaba escaleras abajo, mi cuerpo se erguía y continuaba su marcha. Los huesos crujían y se asomaban por encima de la piel como maderos destrozados. Yo era un títere sin dueño, roto en mil partes. Corría dejando enormes manchas escarlata en los azulejos.
Sentía el rostro aplastado, me faltaban varios dientes y la lengua dentro de mi boca era un gusano muerto, reseco y supurante. Apenas podía respirar.
Para salir de esa pesadilla, Tenía que encontrar la puerta, la salida. Pero a pesar de que corría, no dejaba de ver paredes, esquinas y los mismos cuadros y espejos ovalados. Una y otra vez, el decorado se repetía. Pero no encontraba puerta alguna, y mucho menos ventanas.
Yo creía que era un sueño, porque no podía parar de correr. Y no pararé. Aún cuando los huesos de mis pies se hayan desgastado hasta volverse muñones sanguinolentos. Hasta que me vuelva un torso arrastrándose hasta el infinito, no pararé.
Porque al parecer, este es mi castigo.
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Editado: 07.11.2018