Daniel soñaba.
Era de noche cuando empezó a caminar. Unos pasos sobre un camino oscuro lo llevaron a una bifurcación; el camino izquierdo, en forma de pendiente, lo llevaría a un pueblo que divisó a lo lejos. La noche y el bosque lo ocultaban, sino fuera por las farolas que adornaban el lugar.
Una procesión surge de las tinieblas, mujeres con rostros ocultos y vestidas de negro como sombras, cargaban en hombros a una virgen con mirada triste, dejando un rastro de monedas a su paso. Él observa las lágrimas convertirse en monedas, la procesión se dirige al pueblo.
Por el segundo camino, más largo, termina a las faldas de una colina. Daniel comienza a subir, cada paso es agotador y lento como si se hundiera en el fango. El primer paraje al que llega, una cabra negra de tres cabezas y ojos rojos mira al horizonte y se lamenta, su balar resonando de tristeza; la cadena que la amarraba se encuentra incrustada en la montaña. Ríos de sangre descienden.
Sigue su andar hasta llegar al segundo paraje, donde lo reciben unas ruinas de mármol blanco que yacen enterradas, encuentra a un hombre viejo vestido con indumentaria papal lamentándose, llorando a los pies de una piedra blanca. Sus ojos son negros.
Llega al tercer paraje, donde solo observa la imagen difusa de un puente de madera, y continua. Finalmente llega a la cima, donde un hermoso amanecer lo espera, cielos rosados mezclados con los rayos del sol.
Editado: 13.12.2023