2.- Antes y despúes
Dicen que las enfermedades matan y es verdad, uno nunca sabe cuándo va a llegar, al final, lo único que se sabe de las enfermedades es que ninguna tiene una causa, razón o circunstancia. Las causas de una enfermedad depende el tipo de persona y el tipo de enfermedad.
La peor enfermedad que puede existir es el miedo, miedo a ser rechazado, miedo a no encajar, miedo a la muerte. Los humanos suelen tener miedo a las cosas más diminutas, pero, esa cosa diminuta, puede significar mucho a uno, por ello, existe el temor.
- Lucí, ven- susurró la mujer con sus últimas fuerzas, necesitaba dejarle la enseñanza que ella había capturado de su larga vida.- mi niña, recordad siempre estas palabras que por lo visto, son las últimas. Vuestra familia ha sido muy generosa conmigo, vosotros han sabido cuidar de mí, nunca creí que pasaría mis últimos días con vosotros, mis días han ido de maravilla gracias a vuestro apoyo. Todos sabíamos que en algún momento llegaría el día de mi muerte, Lucí, mi nena chiquita, cuídate mucho, no tengas miedo…- dijo la mujer tocando el rostro de su tan querida nieta.- ten fe, pase lo que pase, cree en mí, yo te prometo que el miedo, es solo un amigo más, uno de los más fieles y comprensivos, el miedo te hace fuerte pero no debes de temer, puede que te sirva pero recuerda, “La vida es como una rueda. Lo que nace, nace para morir. Lo que muere, muere para nacer. La vida es un ir y venir. Lo que se hace se paga, siempre. Y recuerda, hija, es preferible morir honrado, que vivir deshonrado. Es ley. Disfruta cada momento, hasta los malos, es necesario, siempre algo bueno se saca de ellos. Agradece las pequeñas cosas de la vida, un abrazo, un amigo, una palabra de aliento…- recito la mujer a duras penas, soltando un suspiro, terminó.- La vida es una rueda Lucí, debes aprender a rodar con ella. Aprende a ser feliz en el camino, sé feliz. Ese es mi único deseo.”- dijo la mujer, soltando un último suspiro, tomo con ambas manos, débilmente la cabeza de su nieta, depositando un beso en su frente.- sé feliz, prométeme que… lo harás.- dijo la mujer, sus fuerzas eran nulas, con sus manos tomó las de su nieta, las tomó con delicadeza y cerró sus ojos, su respiración cada vez se hacía más lenta, más pausada, más corta, hasta que esa lenta, pausada y corta respiración dejó de ser eso, pasó a ser dolor, mucho dolor, ese dolor, esa culpa, ese miedo, ese deseo que fuera solo un sueño, pero era a cruel realidad, tenía miedo, sentía culpa, miedo a no poder cumplir con la promesa que acababa de hacerle a su abuela y culpa al saber que pronto, rompería su promesa.
- Lo prometo, Yaya.- Dijo entre sollozos, no iba a dejar de pelearla, porque sabía que si lo hacia se moriría, se caería, se iría. Lo único que ella sabía, era que lo que la mantenía viva no era ganarle a la vida, era pelear por ser feliz. Como solía decir su abuela, “La pela perdida es la que no peleaste, la que no supiste pelear, eres como un camarón. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.” No está muerto el que pelea por un objetivo claro. Como suelen decir los presentadores de la lucha libre, “Quizás te pasen un cross de derecha.” Te hicieron besar la lona, sangrar, llorar, pero debes seguir peleándola, hasta el final, hasta conseguir el objetivo, la única forma para poder cumplir ese objetivo es aprender a pelar, es pelearla, no rendirse, nunca, para pelear, hay que eliminar la palabra “rendirse” de el diccionario de uno mismo. Rendirse, es mirar la pelea desde afuera, ver como otro pelea esa pelea que no es de ellos, es nuestra. Aprender a pelearla no es fácil para nada, pero lo que hay que aprender es a no rendirse, a no decir “No puedo”, porque sí podemos, podemos pelarla, podemos seguir hasta el final, podemos seguir hasta “El último Round”- te prometo que no voy a dejar de pelarla, por ti, por mi, por todos.- susurro antes de caer profundamente dormida sobre el cuerpo sin vida de su abuela.
***
Una anciana caminaba con sus pies descalzos, mientras un hombre la miraba, la mujer se veía confundida, sabía que no estaba en su casa, ni con su nieta, pero por alguna razón, le agradaba estar en ese lugar.
No supo cómo ni porque, pero ese lugar, lleno de paz, se transformó en un bosque, donde solo estaba ella y un hombre, aquel hombre le inspiraba confianza, sentía que solo él podía ayudar a su nieta, solo él.
- Doñita, ¿Se siente bien?- se decidió a decir por fin aquel hombre, el eco de su voz logró estremecerla, nunca ninguna voz la hizo estremecer, nunca nadie logró asustarla, pero aquel joven hombre lo logró, con solo pronunciar esas 4 palabras, solo esas 4 palabras le dijeron que confiara, solo esas 4 palabras le abrieron un antes y un después.
- Sí, gracias por vuestra preocupación.- dijo con una sonrisa, una sonrisa sincera.
- doñita, yo soy Manuel Ordoñez, su fiel servidor, acá me tiene doña Josefina, para lo que necesite- dijo aquel hombre, ¿Cómo sabia su nombre? ¿Cómo conseguiría aquel hombre cumplirle el único deseo que tenia? ¿Podría?