"Margo...
Margo, despierta...
Margo, por favor..."
—Dejenme en paz, solo intento descansar.
Podía ver la luz a través de las cortinas, el sol ya era parte del cielo y yo tenia que asumir mi responsabilidad de heredera del trono.
Diablos.
Abri los ojos llenos de pereza, hoy era el maldito dia de la maldita ceremonia de coronación, ¿por que carajos todos se tenían que morir?, ¿qué tan buena idea es que yo reine? Es decir, todos en el pueblo me temen, nadie se atreve a mirarme o dirigirme la palabra, ¿y solo porque soy yo me dejan el trono?
Mi padre no era el rey y no me casé con nadie cercano a la realeza, pero salve a la reina una vez y me prometieron una corona que no quería. Me llevaron al castillo y convivi con ellos cada dia de mi vida para entender como funcionan las cosas allí. Me trataron como a una hija, incluso formo parte del cuadro familiar.
La reina murió hace años, nadie sabe con certeza que sucedió y el dia de ayer llego la noticia que el rey y su hijo fueron hallados muertos por congelamiento. Aquí, es invierno todo el año desde que un rey vecino aprendió artes oscuras y decidió que seria divertido un invierno eterno sobre nuestro pueblo.
—Margo, ¿cómo estás? —Lía irrumpió en la habitación.
Lía era una dama de compañía/sirvienta que la reina me "regalo", pero para mí era una amiga. El primer día que estuve con ella, le dije que se vaya, que era libre y que iba a pagarle igual por su trabajo. Creo que vio en mi lo que nadie más, porque aún así se quedó y nos llenamos de confianza.
—Mi pueblo me teme, nadie quiere que lleve la corona y estoy de acuerdo con ellos. ¿Qué harías en tu primer día de reinado? —le pregunte mientras me ajustaba el corset del vestido.
—Yo utilizaría todas las joyas y enviaría a hacer todos los vestidos mas hermosos al sastre. —reía, así como si se sintiera tonta. No me resulta raro, ya que tenía prohibido poseer las riquezas de la familia. —Pero conociéndote, seguro venderías todo por mucho dinero y ayudarías a muchas familias... —suspiré. —Ya irán conociendo a su reina y dejarán de temerte.
Mis poderes, mi cabello de fuego y mi mechón de luna, mis ojos color sangre y la gema verde que llevo entre mis ojos. Siempre que voy al pueblo, cubro mi cuerpo con una capa roja que lleva el símbolo de la realeza, la mayoría de las veces paso desapercibida, pero cuando me descubren, corren a sus casas y las calles quedan muy solas, exactamente como me siento.
Ya casi lista, entro la sacerdotisa a la habitación, joven, alta y esbelta, la veía nerviosa y llena de miedo.
—Alteza, ya estamos listos. —dijo haciendo una reverencia.
—¿Cómo te llamas? —pregunté y noté como se sobresaltó al oír mi voz.
—Soy Amaia, sacerdotisa de la corona y el trono. —aun no se levantaba de la reverencia, no quería mirarme.
—Sacerdotisa Amaia, —me acerqué y gentilmente toqué su hombro. —puedo notar tu temor, y quiero que sepas que mis poderes no me hacen malvada, no voy a usarlos contra nadie y se que mi aspecto es fuera de lo normal, asusta. Pero soy como tú, también tengo miedo, también me pongo nerviosa o... triste, y te lo digo a ti, porque nadie confía en mí, pero todos creen en tu sabiduría. Me gustaría que fuésemos mas cercanas, seria algo bueno para ambas, ¿no crees? Dejarías de temerme y el pueblo dejaría de odiarme.
Pasé a su lado y salí por la puerta, oí un murmullo entre Lía y Amaia, y enseguida las tenía caminando detrás de mí.
Antes de entrar al gran salón, Amaia me detuvo y expreso que debía esperar a su llamado. Cruzo la gran puerta y solo se oía a ella hablar del futuro del reino, pidió una oración en mi nombre para que el señor me diera fuerzas y luz al gobernar. E hizo de mi entrada algo que me hizo sentir muy cómoda con mi nuevo lugar en el castillo.
—Gracias señor por enviarnos a un alma tan valiente, que no dudo en salvar a la Reina Edith, en paz descanse... Un alma noble, que quiso liberar a su sirvienta de serlo... Un alma tan humilde, que solo desea ser parte de nosotros sin esconderse... Por favor, reciban con todo respeto a su alteza, la reina Margo.
Las trompetas sonaban entonando el himno de Azbath. Podía oír a todo mi pueblo entonar las estrofas, me sentía poderosa y que todos me veneraban. Bajé las escaleras, pasando por debajo de las espadas que alzaba mi ejército, me pare frente a mi trono y voltee a mi pueblo. Nunca creí que tantas personas estarían aquí hoy, nadie los obliga a asistir y, aun así, llegaron al castillo. Amaia me entregó el bastón de la responsabilidad y la copa de la lealtad, mientras decía en voz alta unas palabras que yo repetía, y dos segundos antes de que me coronaran, algo sucedió.
Oí un caballo y muchos gritos.
Algo golpeo mi cabeza antes de saber que pasaba.
No podía ver nada...
"Margo...
Margo, despierta...
Margo, por favor..."