Sueños escabrosos de las noches de agosto

Remanente de luz

Me quedé callado ante el diagnostico final del medico, podía sentir claramente que todo mi mundo se desmoronaba de a poco y no podía hacer absolutamente nada para frenarlo o postergarlo, yo solo repetía sus palabras en mi mente una y otra vez. ¡Ceguera degenerativa!

Era la tarde perfecta para comenzar a trabajar, el verano me brindaba una deliciosa y fresca escena. Los rosales estaban en flor y su intenso aroma embriagaba el aire y este a su vez, esparcía la magia por el prado. Desde las raíces que se entrelazaban debajo del manto de la tierra hasta las copas de los arboles y el cielo mismo.
Mi espíritu deseaba con gran fulgor poder retratar tal paisaje, y no solo lo deseaba, era mi obligación capturar ese momento y yo estaba totalmente listo.
El caballete estaba puesto, un lienzo pulcro y blanco me esperaba, mis queridos pinceles, los que me acompañaron en innumerables obras estaban ahí, a la espera de mis ordenes.

¿Por qué se me castiga con un tormento así? ¿Hay peor tortura para mi alma? ¿Será que la musa de mi inspiración me ha abandonado y su ausencia no solo me arrebata la vida, sino también la luz para verla?

El día de la preciosa tarde de verano, el día en que traté de retratar la hermosura de las ninfas del prado, ese día comencé a perderlo todo, ese día la luz de mis ojos comenzó a apagarse.
Cada momento posterior a la mágica tarde de cielo azul radiante, cada crepúsculo, cada noche y madrugada mi vista se nublaba más y más.

Durante toda mi vida ese lazo estrecho, esa relación tan profunda que tenía con mis lienzos y mis pinturas, fue lo único que me mantuvo a flote, lo que me mantenía cuerdo y sinceramente lo único que me hacía feliz.
¿Qué pasaría una vez que esté totalmente ciego? ¿Habría de esperar el frío abrazo de la muerte? ¿Me acostumbraría a la oscura fosa que aguardaba por mí? era momento de despedirme de mi musa, decirle adiós.

El tiempo me jugaba en contra, pues yo cada mañana despertaba más ciego que el día anterior.
Ante la pena de aceptar lo inevitable, afronté como un verdadero hombre lo que habría de venir y utilizando el ultimo remanente de luz yaciente en los faros de mis ojos, decidí pintar mi ultima obra. Sería mi despedía, una honorable despedida y luego de eso moriría tranquilo o en su defecto viviría con dignidad el resto de mis lúgubres años.

Salí al prado una fresca mañana de junio, el viento soplaba y cantaba una melodía jovial, las flores se reían y susurraban a la hierba, "ahí viene el artista, cantad vuestras canciones ninfas, dadle inspiración."
Cualquier cosa que mis pobres ojos hubieran ignorado esa mañana, mi corazón lo contempló con un éxtasis y un asombro tal que solo sucede y da lugar cuando un recién nacido observa el mundo por primera ves. Todo me era sublime y hermoso, fue ahí que comencé a pintar, una tras otra pinceladas, me absorbió un frenesí que envolvió mis sentidos, fuí dejando mi alma y mi esencia en cada capa de pintura.
Toqué los labios de mi amada musa y entregándole en un suspiro mi ultima obra le dije:

 Adiós para siempre querida mía, las tinieblas han de separarnos pero he aquí que te entrego la muestra fiel que comprueba que tú y yo un día fuimos uno, que me amaste y que yo te amaré aún cuando me dejes en el olvido.




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