Me duele muchísimo la mano.
No sabía si ya estaba volviendome paranoico, o realmente, ella se estaba hinchando. Solo no podía dejar de verla, y muy a mi pesar, eso significaba que no ponía ni la más mínima atención a la clase, cuando claramente quería hacerlo.
Cuando trataba de poner un poco de atención, un pinchazo me hacía volver a poner la vista en ella. Volvía a ignorarla pero era imposible.
De verdad que no estaba paranoico.
A diferencia de mí, el resto sí parecía importarles lo suficiente la clase cómo para haberme ignorado completamente y no haberme dicho nada en todo el día. Eso era un logro, uno muy grande, la verdad. Generalmente siempre hacían comentarios sobre mí, los cuales antes de hacerme sentir mal, me hacían romper lo primero que encontrara.
Fingi entender lo que la profesora de Artes estaba diciendo asintiendo con la cabeza, y cómo consecuencia, ella posó su mirada en mí. Luego, sus ojos me miraron con horror al notar mi mano sobre el escritorio.
Sabía que no estaba entendiendo que sucedía.
Sólo hice una mueca, tratando de restarle importancia. A ella eso pareció parecerle desubicado, porque sin decir nada más, se acercó a mí para objetar:
—Ve a la enfermería. Eso se ve muy mal.
Entonces, a raíz de eso, todos giraron la mirada hasta a mí. Incluso, la del chico a quién le había dejado una horrible marca en el rostro. No quise ni moverme porque sabía que si pudiera, me asesinaría con lo primero que encontrara. Clave la mirada en el escritorio, nuevamente, en esa posición de vulnerabilidad.
La universidad no era muy grande, muy a mi pesar. Sin embargo, todos los estudiantes que yo conocía o al menos que frecuentaba en la entrada, eran los mismos con quiénes tenía que compartir clase.
Sí, y Danna también.
Al pensar en ella, clave mis ojos en su espalda. Ella siempre se sentaba delante de mí, casi de primeros en la fila. Creo que eso nunca me había importado tanto cómo ahora. Tragué grueso al notar sus manos apretarse con fuerza hacía ella misma. ¿Que estaba haciendo? La profesora notó lo mismo, y ella a diferencia de mí, suspiró con pesadez, cómo si supiese mucho respecto a ella.
Por arte de magia, giró su cabeza hasta mí dirección, nuestros ojos conectaron al segundo, tenía un brillo bastante singular en ellos, solo que eso desapareció cuando bajo la misma hasta mi mano, quién comenzaba a palpitar.
Su rostro se fracturó en la preocupación.
Y, volviendo a tomarme por sorpresa, levantó su mano está vez tomando la atención de todos incluso de la misma mujer que no había dejado de mirarme.
—¿Puedo acompañarlo?
Por segundos nadie dijo nada, lo único que sonaba en el sitio eran las agujas del reloj de la pared de ladrillos. Tenía en claro que eso había tomado por sorpresa a más de uno.
Y así el salón comenzó a inundarse en murmullos en dónde mi nombre predominaba, con cosas horribles junto con el de ella. O simplemente un comentario estúpido respecto a que yo le haría la tarea a ella.
—Vamos, nena. Si llega a hacerlo, tendrías que pasarla al salón entero al menos. —dijo, el mismo idiota que frecuentaba Dylan, el mismo chico que le lance el puñetazo.
El muy idiota ni siquiera sabía que rayos estaba diciendo, prefirió quedarse callado en cuanto todos pusieron su mirada sobre él. La mujer puso los ojos en blanco cuando Dylan abrió la boca:
—Resulta que Ronner necesita que una chica lo defienda porque él solo no puede —clavó sus ojos en mí—. ¿No es así?
El lápiz que sostenía en mi otra mano se partió en dos por la fuerza con la que lo apreté después de escuchar el comentario. La punta se clavo un poco en mi piel, pero cómo siempre eso no me importó.
—¡Basta ya! —pidió la mujer, mirando a todos con desaprobación—. Esto no tiene ninguna gracia.
—Pero sí que la tiene, Milly. —agregó la chica del fondo, acompañada de unas risitas.
Mi respiración se volvía irracional al igual que mis pensamientos. Este día iba cada vez peor. Yo sólo quería regresar a casa.
—Anda, digan algo más y los próximos en recibir un puñetazo son ustedes.
En un santiamén en el sitio reinó el silencio, acompañado de miradas cómplices de sospechas absurdas. Esto ya me estaba agobiando mucho. No me gustaba tanta atención.
Es decir, odiaba estar solo, toda mi vida lo había estado. La soledad comenzaba a ponerme muy triste algunas veces. Me sentía cada vez en un nivel más bajo del pozo sin fondo que yo mismo cree. Aunque, a la vez, prefería simplemente pasar por desapercibido. El que nunca está, el que no hace falta, el cero a la izquierda. Eso, antes de enojarme, podría hacerme muy feliz.
—Está bien —accedió al final—. Ve con él, Danna.
Eso me incómodo. No tenía en claro el por qué. Sólo me levanté de golpe, tratando de poner mi mochila sobre mi hombro sin tener que rozar la mano adolorida, y salí dando un puertazo, dejando la mirada de todos los adolescentes estúpidos que no dejaban de decir cosas que me hacían querer romper algo.
Yo lo único que quería era que ella se alejara de mí. No quería tener más problemas o en cuyo caso, que ellos consiguieran más razones para burlarse de mí. Ya no quería seguir teniendo su atención.
Que era una simple discapacidad, ¡joder! Más que una, era más cómo un Don, o eso decía mi madre. Últimamente me daba igual. Pero sus cabezas de nueces nunca les da lo suficientemente bien cómo para entenderlo.
Mi respiración estaba agitada y un poco cálida. Mis pasos eran apresurados, mientras mordía mi labio con frecuencia. Sentí unos pasos seguirme el paso con rapidez y ya tenía en claro quien era.
Me detuve de golpe para mirarla, la chica de quedó estática, mirándome.
—¿Qué quieres? —espeté— ¿Burlarte de mí? No te preocupes, no hace falta. Yo mismo lo he hecho está mañana.
—No es eso, Ronner —arrugó el rostro—. Es mi culpa que estés así, entonces solo quiero acompañarte.
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Editado: 08.05.2023