Super Purple: One Cursed Girl

Capítulo 3: ¿Y ahora qué será de mi vida? ¡Xian al rescate!

Ya no puedo más con mi desgracia. Ha pasado todo un día desde que decidí no volver a salir nunca jamás de mi casa, y la verdad es que estoy más aburrida que un hongo. ¿Qué hacer? Mi familia insiste en que salga de casa, mis amigos me escriben y me llaman para que salga con ellos. Deseo tanto poder salir y divertirme, pero… es imposible. Mientras cargue con esta maldición estoy expuesta a las burlas de todos… ¡No dejaré que nadie se burle de mí, jamás de los jamaces!! ¡Lo juro!

***

–Vamos, hija, tienes que salir. Vamos a ir toda la familia de compras. A ti siempre te ha gustado salir de compras. Por dios, hija, ¿es que en serio piensas pasarte toda la vida encerrada como una prisionera? ¡REACCIONA! –mientras hablaba, la señora Susan jalaba del brazo a su hija con todas sus fuerzas para obligarla a dejar su habitación. Mandy por su parte, con uñas y dientes se aferraba al marco de la puerta.

–¡Déjame en paz, mamá! ¡No insistas! –Mandy a duras penas podía hablar, dado el esfuerzo que le suponía permanecer pegada a su puerta cual una lapa.

–¡Harold, ayúdame hombre, que no estas de adorno! –la señora Susan le increpó a su marido. Él asintió y se aferró a la cintura de su esposa para ayudarla a jalar.

–Mira, mira, Robin, la hermana parece un koala pegado a su tronco, ji ji –dijo Tabata.

–¡Síí, que gracioso! –río Robin. Ambos hermanos acababan de subir al pasillo del segundo piso, provenientes de la cocina.

–¡Dejen de burlarse de mi desgracia, engendros del demonio! –Mandy exclamó en medio de su agitación.

–¡Mandy, cuantas veces te he dicho que no llames así a tus hermanitos! –la regañó su madre.

–¡Niños, ayúdenme con su hermana! –les pidió a los pequeños el señor Harold.

–¡Síí! A ayudar, a ayudar – Robin corrió hasta donde su padre y se aferró a una de sus piernas, la que a continuación se puso a jalar con todas sus fuerzas.

–¡Yo también ayudaré! –Tabata hizo lo propio con la otra pierna de su padre.

–¡Nooo, déjenme en paazzz! –Mandy les increpó a sus familiares.

–¡Un poco más, jalen, jalen!! –exclamó la señora Susan.                

–¡Nooo! –Mandy gritó con lo que le quedaba de fuerzas, cuando en eso se oyó un crujido.

–¡Woooa! –todos los miembros de la familia Carpio se fueron contra el suelo cuando la madera a la que Mandy se estaba aferrando se desprendió de la pared.

–Ayayayayy –el señor Harold se incorporó pesadamente del suelo en tanto se sobaba adolorido la cabeza–. Niños, ¿están bien?  

–¡Lo logramos, lo logramos! –Robin comenzó a bailar la ronda con su hermana.

–¡Sí, lo logramos! ¡Mandy por fin se soltó! –Tabata expresó.

–Yo no estaría tan segura –la señora Susan se puso de pie y observó hacia la dirección en donde estaba su hija. La ceja derecha le subía y le bajaba en un tic provocado por la cólera. Resulta que Mandy estaba aferrada a la madera rota tal y como lo habían mencionado sus hermanitos: como un koala.

–Dejémosla por ahora –agitado por el esfuerzo, el señor Harold sugirió–. Mejor vamos a terminar de desayunar.

–Sí, creo que tienes razón. ¡Ay, Mandy, ¿por qué serás tan terca?! –la señora Susan se limpió el polvo de la ropa y fue tras su esposo.

–Hermana, ¿no vienes a desayunar con nosotros? –Tabata se acercó a Mandy.

–Ven con nosotros a desayunar – Robin le jaló la blusa de dormir con una de sus manitos.

–¡Largo! –Mandy, cogiendo la madera con ambas manos, ahuyentó a sus hermanitos amenazando con golpearlos. Los pequeños huyeron a toda velocidad. Una vez bajaron las escaleras, Mandy permaneció con la madera aferrada a sus manos, en tanto se recuperaba de su reciente agitación.

El tiempo transcurrió inexorable y así llegó la hora del almuerzo. Mandy no había bajado a desayunar, de modo que en ese momento el estómago le rugía del hambre. –Waaa, que hambre que tengo –ella se quejó, encamada en su habitación. Se destapó y consultó la hora en su celular.

–¡Mamá, papá, alguien! ¡Tráiganme algo de comer, que me muero de hambre!! –gritó.

–¡Nadie te llevará nada! ¡O sales de tu cuarto o te mueres de hambre! –desde abajo le gritó su madre.

–Vaya, y esto que es sábado – Mandy suspiró–. No quiero ni imaginarme como se pondrá mamá cuando sea día de colegio.

“Tic, tac”, “tic, tac”, las manecillas del despertador de Mandy sonaban ininterrumpidamente. Fuera de eso, en la habitación todo era silencio. –Rayos, estoy tan aburrida y hambrienta…

“Tic, tac”, “tic, tac”, fue la monótona respuesta que recibió.

En su despertador las manecillas marcaron las dos de la tarde. Mandy ya no podía más con el hambre. –Waaa, creo que moriré de inanición –con voz apesadumbrada, Mandy se quejó. Entonces a su habitación le llegó el olor del almuerzo proveniente desde la cocina.

–¡Insensibles! –ella se quejó, y con la almohada se tapó la cara.

El reloj marcó las tres de la tarde.

De pronto el timbre de la casa sonó. –¡Ya voy! –Mandy oyó decir a su mamá.



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Editado: 30.12.2022

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