Olivia
—¿Qué es esto, una comedia romántica? —cuestioné con ironía y lo escuché reír— Mira, voy a ayudarte a mantener tu farsa porque de algún modo u otro ya me arrastraste con vos a todo esto. Pero no voy a vivir contigo, eso es demasiado.
Observé como llevaba la botella a sus labios y bebía lo último que quedaba en su interior. Observé cada detalle de su rostro, desde el grosor de sus labios, hasta la pequeña irregularidad de su nariz cuando se ponía de perfil y como su cabello rubio era más oscuro en las raíces.
Luca era lindo, pero no en la forma en que al mirarlo pensarías instantáneamente que es lindo, era el tipo de chico lindo que solo notarías cuan atractivo era si prestabas total atención a cada detalle de su rostro.
—Deberíamos hacer que esto parezca medianamente real. —pronunció y yo dejé de verlo.
—¿Cómo? —no hizo falta que respondiera para que yo pudiera darme cuenta de a qué se refería. Su mano tomó la mía, entrelazó nuestros dedos y se apañó para tomar una foto con su otra mano.
—Ronnie. —pronunció luego de sacar aquella foto, mirando desde la pantalla del celular el pequeño tatuaje que tenía en mi mano— Es tu...
—Gato, era mi gato. —respondí y busqué mi celular en el bolsillo de mi pantalón— Murió de viejo hace unos dos años.
—¿Cuántos años tenía?
—No lo sé, era de mi abuelo. Me lo dejó a mí cuando decidió que quería irse a pasar sus últimos años a un asilo de ancianos. Puede que haya tenido unos dieciséis años o más.
—Nunca oí que un anciano decidiera irse a ese tipo de lugares por cuenta propia...quiero decir, la mayoría de las veces son las familias que ya no quieren vivir con ellos y los terminan mandando a esos sitios. —comentó aún con la mirada fija en su celular.
—En este caso, era él quien no quería vivir con nosotros. No soportaba a su hijo, bueno, a mi padre. Siempre lo tachó de inútil por no querer ser militar como él, siempre decía que era una vergüenza que su hijo quisiera dedicarse a defender criminales, que en vez de sentarse en un tribunal y cobrar grandes sumas de plata, debería dedicarse a poner el pecho por la patria y todas esas cosas.
—Los militares no son fáciles eh. —asentí— ¿Qué opina de ti?, ya sabes, sobre tu carrera.
—No entiende mucho de lo que va mi carrera, piensa que nos dedicamos a crear pócimas y todas esas cosas a pesar de que le he dicho que no estudio química. —hice un ademán con mi mano, como restándole interés.
—Física, química, es lo mismo. —reí— Mi abuelo solía decirme eso cuando le tocaba explicarme la tarea. Es bueno que te lleves bien con tu abuelo.
—No es que me lleve bien con él, es más...—hice un par de movimientos raros con mis manos, dándole a entender que no sabía cómo explicarlo— Digamos que soy la única integrante de la familia a la cual le permite verlo los fines de semana. No sé si me quiere, pero al menos sé que me soporta.
—Quizás solo sea parte de su personalidad, hay personas que no pueden expresar lo que sienten de manera evidente, pero lo hacen de una manera que la mayoría de las veces no podemos ver.
No quise terminar esa agradable conversación en ese momento, ni tampoco hacerlo de una manera tan brusca, pero la gran cantidad de notificaciones que llegaban a mi celular no era normal. Deslicé mi dedo sobre la pantalla para ver los mensajes por encima, esperaba ver las miles de notificaciones de instagram como siempre, pero ellas no eran la causa de que mi celular sonara a cada segundo.
—¿Problemas? —cuestionó Luca y yo asentí mordiéndome el labio con fuerza.
Leí solo los que estaban a la vista y de inmediato guardé el celular. No quería leer ni un mensaje más, al menos no hasta llegar a casa y solucionar todo el problema.
Miré momentáneamente a Luca, casi sin poder encontrar una excusa comprensible con la cual irme del lugar.
—No hace falta que lo expliques. —comenzó a recoger los envoltorios que descansaban sobre el capó del auto y metió los que podía en sus bolsillos— Solo déjame tu número, va a ser más fácil comunicarnos así, en instagram a veces se pierden algunos mensajes. —rascó su nuca y me pasó su celular. No tardé mucho en anotar mi número en su celular, pero no lo guardé, simplemente dejé que él lo hiciera.
—Gracias. —le dije cuando le entregué su celular, le agradecí por no hacer preguntas al respecto y me despedí de él con un intento de saludo-abrazo que fue lo más incómodo de mi vida.
Subí al auto y me alejé del lugar tomando rumbo hacia mi casa. En ese momento eran apenas las una y media de la madrugada y llegar a casa solo me había tomado poco más de quince minutos, no porque estuviera cerca, más bien fue porque conduje lo más rápido que pude.
Ni siquiera me tomé el tiempo de estacionar bien el auto o de siquiera meterlo al garaje, dejé el vehículo frente a mi casa, si estaba cerca o lejos de la vereda realmente no me importaba. Entré a casa y sin pensarlo mucho subí las escaleras para ir directo a la habitación de mi hermano.
—¿Por qué les dijiste? —pregunté luego de abrir de un golpe la puerta de la habitación. Lautaro se sobresaltó por lo repentino que había sido todo, pero no tardó en expresarme su desinterés.
—No me digas que pensabas guardártelo. —contestó él y eso no hizo más que aumentar mi rabia.
—Sí, porque para mí no tiene relevancia. —respondí y lo escuché reírse— No tienes por qué andar contando mis cosas, porque son mías, no tuyas.
—Llevas dos años estancada en el segundo año de la carrera y para el colmo te sigues dando el lujo de desaprobar materias. Los viejos deben saber cuan mediocre es su hija ¿no?
—Me dices mediocre a mí cuando tú eres quien necesita andar acusando a otras personas solo para sentir un ápice de satisfacción, que ridículo. —Lautaro cruzó sus brazos y me sonrió con soberbia, listo para soltar aquellas palabras que él sabía que me hundían.
—Por lo menos yo si pude terminar mi carrera en tiempo y forma, y lo hice de una manera exitosa.