Tuve que respirar hondo unas cuantas veces mientras que miraba el mapa en mis manos. Después de largas corridas, de estar atenta a lo que me rodeaba y de las pocas horas de sueño. El cansancio estaba embobándome lo suficiente como para tener que verificar muchas veces nuestros pasos. Si no hubiese sido por la adrenalina corriendo por mis venas y la imagen tatuada en mi mente de mis amigos siendo torturados, probablemente podría haber colapsado en los primeros metros. Ellos eran la patada de corriente necesaria para volverme a centrar en el objetivo.
Las horas se sintieron eternas al correr o trotar en dirección al campamento. Podrían no haber estado tan lejos de nosotros, pero a pie parecía ser más difícil de lo que lo habían hecho pensar. A diferencia del otro grupo, la urgencia en nosotros era distinta y no podíamos detenernos en el camino. Teníamos que encontrarlos, a los que quedaban o si estaban todos.
Me sentí orgullosa del grupo que me siguió y cómo a pesar de estar exhaustos después de tanta corrida, ninguno abandonó. Se quedaron conmigo, agitados y boqueando en busca de aire cuando tomábamos solo unos segundos para recuperar el aliento y continuaban. Solo esperaba que tuvieran la misma energía para cuando llegáramos en donde nos necesitaban.
Por cada árbol que esquivábamos, más buscaba la luz o movimiento que me dijera que habíamos llegado, que estábamos cerca. En momentos pensaba escuchar voces o gritos, pero sabía que eran de mi cabeza, de mis miedos y preocupación por quienes estaban allá. Me aterraba la idea de perder a cualquiera que había ido ahí, ya había pasado por ese vacío en el pecho y esa impotencia. No podía volver a pasarla, ni tampoco peor.
Era como un fuego en el pecho que no podía apagar y que solo se agravaba con el paso del tiempo y que no llegábamos.
Una vez más tuvimos que detenernos, el grupo tambaleándose en busca de aire y me animé a que tardáramos unos segundos más que las últimas veces. Mientras que yo me masajeaba un costado del vientre, Claire se apoyó levemente contra un árbol que pareció ceñirse a su agarre y brotar algunos pimpollos en sus hojas.
Abrí el mapa, que siendo sincera no servía de nada más que direcciones básicas, y miré hacia lo que seguía siendo el lado Este. No habíamos dejado de correr en esa dirección, pero tampoco quería equivocarme y que llegáramos a otro lado.
—¿Sabes cuánto podría faltar? —la escuché soltar por lo bajo, su estado agitado haciendo que sea más difícil entenderla—. No creo que podamos correr tanto más…
Tenía razón. Nuestros compañeros prácticamente parecían caerse en sus rodillas en busca de oxígeno; solo dos días de entrenamiento no equivalían a meses de lo mismo. Con la inquietud volviendo a mi pecho, me acerqué a ella que poco a poco se estaba recuperando hasta separarse del árbol y pararse.
—No pueden estar más lejos, venimos corriendo hace mucho. El Doc dijo unos kilómetros, pero son más de los que pensé…—suspiré, pasando el dorso de mi mano por mi frente para limpiar el sudor. El latido constante por el calor se estaba volviendo bastante molesto—. Solo espero que sean pocos, ya estamos perdiendo tanto tiempo…
Una de las manos de Claire cayó en mis hombros.
—Vamos a llegar, Tay —me animó, ella también bastante inquieta al morderse el labio inferior—. Vas a ver que sí.
Por instinto me aferré a su mano, esa esperanza en ella contagiándose un poco, pero de igual manera preocupada. El mínimo rasguño que cayera en cualquiera de ellos me dejaría sin aire, la mala sensación en mi pecho expandiéndose al pensarla y tuve que agitar la cabeza antes de seguir con el camino. Esperando a que el resto se recompusiera caminamos unos minutos, preparándonos para volver a seguir la misma corrida, y de no ser porque escuché las voces cerca, habríamos caído frente a frente con campamento militar que tanto habíamos buscado.
Le señalé al resto que se escondieran, Claire al instante ayudando a los que se tiraron cuerpo a tierra con unos brotes largos que taparon sus cuerpos, y yo tomando la mano de ella para que se invisibilizara conmigo. Las voces se hicieron más presentes, hasta que, delante de nosotros en un camino que se dirigía a una apertura del bosque entre unos árboles, aparecieron dos soldados que parecían estar acampando como de vacaciones. Sonriendo de costado y caminando como si no tuvieran sangre en sus manos.
Les faltaba la gaseosa en las manos y la caña de pescar.
—¿…vamos a ganar algo de esto? —estaba cuestionando uno, estirando sus brazos por sobre su cabeza para elongar sus músculos—. Digo, capturamos una cantidad inmensa de anómalos en unos pocos días, debe tener un aumento o algo…
—No lo sé, Summers —le respondió el otro, el apellido familiar recordándome al pobre inútil siendo congelado por Thomas. La forma en la que rengueaba confirmándolo—. Tenemos que esperar a que lleguen las furgonetas para cargarlos y cuando lleguemos al escuadrón nos dirán las ganancias.
Me empezó a arder el pecho al instante. ¿“Ganancias”? ¿Qué éramos? ¿Ganadería? ¿Muebles? Nos trataban como escombro en la bota, cómo si nosotros fuésemos los asesinos cuando ellos venían cazando hasta sus propias familias de ser el caso. Claire tuvo que tirar de mi brazo para que no me tirara encima y les arrancara el cuello.
Summers soltó una risa amarga.
—Más vale que sí, Antón. Después de tener que inmovilizar a ese par de gemelos me merezco una medalla de honor —soltó y no hubo una célula en mí que no se prendiera fuego por la rabia en mis venas—. Vengo lamiéndole las suelas a Romero desde hace meses y logré capturar al par importante, me merezco totalmente un premio…
Claire se había tensado tanto que su mano me había soltado, y sin haberlo pensado correctamente, me abalancé sobre uno de ellos cuando no sentí la restricción de su agarre. Un puñetazo directo en la mandíbula al tal Summers que lo descolocó de lugar, y antes de que el otro pudiera reaccionar, una rama le había rodeado el cuello y apretado tanto que en cuestión de segundos y sin oxígeno, cerró los ojos.