Survine: Los caballeros de la princesa

Capítulo 4

En un movimiento lleno de gracia, Charlotte elevó una elegante taza de té a sus labios. Cada movimiento, practicado miles de veces, tenía la fluidez que las estrictas institutrices del palacio aprobarían. Junto a ella, Camille disfrutaba de los dulces esparcidos en la mesa y realizaba comentarios sobre los últimos chismes del palacio.

Hablando con su hermana, la rubia ignoraba las miradas fulminantes de sus madrastras.

—Camille, es hora de tus tutorías, no querrás hacer esperar a madame Letich. Charlotte, ¿puedes venir aquí un momento?—Amelia pide elevando su voz.

Con una sonrisa hacia Camille, avanza hasta el lugar de sus madrastras, donde se encontraba el asiento vacío de la ausente Marianne, en el que se sentó siguiendo las indicaciones de la reina.

—Qué día tan terrible has de tener–tomando su mano, Giselle acercó sus hombros mientras sacudía su cabeza con pesar, moviendo sus rojos cabellos—.Pobrecilla, todo debe ser muy difícil para ti. Debes mantener al imperio, rodeada de esos crueles hombres. Unas bestias, que jamás entenderán el corazón de una mujer.

—Terrible, sin duda. Tu matrimonio también deberá ser por el bien del imperio. Sacrificaras tu belleza y juventud por Survine—continuó Amelia con una sonrisa de piedad—Buscamos tu bien, querida, por eso queremos que te niegues.

A pesar de los terribles pensamientos que inundaban a la rubia en formas de responder, solo movió su mirada de los ojos azules de Amelia a los castaños de Giselle.

—Madre Real, segunda madre concubina, entiendo sus buenos sentimientos, y los agradezco, pero jamás me atrevería a negarle algo a mi benevolente padre—dijo con su voz temblando.

En el momento en que las palabras dejaron sus labios, ambas miradas se enfriaron y las sonrisas desaparecieron.

—No sabes lo que es mejor para ti, querida—junto a las palabras de Giselle, Amelia tomó la taza, y con una notablemente falsa y exagerada tos, derramó el té hirviendo en la falda de la joven, atrayendo la atención de todas.

Notando que todas miraron en su dirección, ambas saltan de sus sillas y gritaron apenadas.

— ¡Dios mío! ¡Se te ha caído todo el té encima! Lo lamento tanto querida—se disculpó Amelia presionando una servilleta en la falda azul.

— ¿Estás bien querida?—preguntó con preocupación Giselle.

La rubia sonrió con pena para continuar con su farsa, no dejaría que los problemas de la familia real se convirtieran en chismes por la escena. Sin embargo, antes de que pudiera hablar una voz se le adelantó.

—Vi perfectamente lo que sucedió, madre. Estoy muy decepcionado. Espero que sea la última vez que algo así ocurra, y también va para usted, segunda madre concubina—con el porte que un príncipe debía de tener, Christopher tomó los hombros de su hermana y la movió detrás de él, adquiriendo una pose protectora.

— ¿Qué estás insinuando, Christopher? Soy tu madre, no te atrevas a hablarme así—gritó Amelia.

—Y yo soy el primer príncipe, no te olvides cuál posición es más alta aquí—contraatacó el joven, dirigiendo una helada mirada a su madre antes de cambiarla por una amable cuando observó a las damas mudas por la escena—.Espero no haber arruinado la tarde de mujeres tan bellas. Si nos disculpan, mi hermana debe ir a cambiar su vestido.

Empujando levemente a la rubia, la instó a salir del jardín.

Ambos caminaron en silencio, asintiendo a las reverencias en su camino. El primer príncipe y la primera princesa, tan perfectos que parecieran salidos de un cuento de hadas.

Una vez traspasado la puerta de Charlotte, Christopher levanto el brazo derecho de la rubia, sacándole una queja. Allí, entre el encaje, se notaba las ampollas que el agua hirviendo había provocado al entrar en contacto con la sensible piel de la princesa.

—Eres una idiota, lo estabas por dejar pasar—con el ceño fruncido, el príncipe soltó el brazo de su hermana.

Con un suspiro, la joven empezó a caminar hacia su habitación.

—Y por tu escena, mañana todos estarán hablando del chisme. De todos modos, gracias por ayudarme. Dile a padre que esta noche me siento indispuesta, que no podré asistir a la cena.

Con un resoplido hacia la figura que acababa de salir de la sala, Christopher pasó sus dedos por su cabello rubio, heredado del rey, antes de salir.

En la habitación, por otro lado, se veía a las dos criadas de la rubia totalmente indignadas.

—Debe notificarle al rey, mi señora, y no se atreverán a tocarla de nuevo—aconsejo Anne con ira en su voz.

—No, no es necesario. No deseo agrandar la situación—con un suspiro cargado de cansancio, Charlotte continuó—. Gracias por sus servicios el día de hoy, ahora quisiera dormir.

—Ante cualquier cosa que necesite no dude en llamarnos, alteza—dijo Mary, antes de retirarse ambas con una profunda reverencia.

La habitación se volvió silenciosa hasta que se escuchó la puerta principal cerrarse.

—Princesa, debe ser más cuidadosa la próxima vez—comentó Opal rompiendo la manga del vestido, permitiéndole sacarlo sin lastimar a su maestra.



#23760 en Fantasía

En el texto hay: caballeros, princesa, profecia

Editado: 20.04.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.