Survine: Los caballeros de la princesa

Capítulo 5

Charlotte contuvo la respiración mientras el corsé se ajustaba. Una vez atadas las cintas, Opal pasó el miriñaque sobre su cabeza y lo acomodó sobre la cintura de su maestra.

Eran las únicas en la habitación, ya que la rubia siempre se había negado a que alguien más la vistiese. Ambas suspiraron aliviadas, ya había pasado lo peor. Un vestido de seda blanca se acomodó sobre el cuerpo de la princesa, seguido de uno cian que lo oculto. Sus delicados hombros quedaron al descubierto, con pequeñas mangas acampanadas hasta los codos. Y el detalle que había enamorado a Charlotte, pétalos esparcidos en el escote y la cintura, que hacían juego con la horquilla de flores que recogía un lado de su cabello.

Mientras dejaba que Opal esparciera polvos en su rostro, aplicara el kohl y pintara sus labios, entraron Mary y Anne, quienes quedaron pasmadas por la belleza de la princesa.

Una vez terminados los arreglos, las tres acompañaron a la rubia fuera de la habitación a donde esperaban las damas de compañía.

Cinco jóvenes hermosas con vestidos grises se inclinan ante Charlotte en cuanto la ven, y en respuesta ésta sonríe de forma amable, a pesar del llanto en su corazón. La principal razón por la que detestaba las ceremonias oficiales, excluyendo a los nobles hambrientos de beneficios, era las aduladoras damas de compañía, capaces de todo por ganar su favor. Con su posición, las hijas mayores de nobleza de rango medio, o las menores de nobleza de rango alto, debían acompañarla.

Lo único que consolaba a la princesa es que Opal, como su criada personal, podía acompañarla, aunque detrás de todas.

Las siete atraviesan el ala este del palacio, donde se encuentra la habitación de la princesa mayor. Mientras avanzan Charlotte escucha la voz de su hermana llamándola, por lo que se detiene permitiéndole alcanzarlas.

Como hija menor solo tiene permitido tener tres damas de compañía, quienes portan delicados vestidos pálidos, combinando con el vestido beige de Camille.

Ésta, animada, se coloca junto a su hermana y empieza a platicar con ella, permitiéndole distraerse hasta que se encuentran en la entrada del salón del trono. Luego de que el vocero anunciara su presencia, ambas entran.

El gran salón siempre le había parecido imponente a la rubia. Tres grandes candelabros iluminaban el centro de la sala, pero por la extensión del lugar había candelabros de pie bañados en oro cada veinte pasos, llenando de luz hasta el más recóndito rincón. En el lado izquierdo se encontraba un balcón, tan grande que permitiría a quinientos hombres adultos estar hombro a hombro sin problemas. En el frente se encontraba el trono que dio nombre a la sala, hecho de oro macizo y cubierto de piedras preciosas. Charlotte dio un suspiro al pensar que ella, de hecho, debería de sentarse ahí en el futuro.

Junto a su hermana menor y a su séquito, se dirigió al lado derecho del trono, donde había seis tronos más pequeños, destinados a los príncipes y princesas.

Christopher, Robert y Alexander ya se encontraban en sus respectivos lugares, así como Amelia y Giselle estaban presentes al otro lado del trono.

Luego de tomar asiento, la rubia vio entrar a Marianne y Andrew, que se había apresurado para participar de la ceremonia y llegó en la madrugada al palacio.

Con una sonrisa amorosa Marianne se despide de su hijo antes de dirigirse a su asiento. Andrew hace lo propio, y en cuando nota la mirada de su hermana menor le sonríe y le guiña un ojo, antes de retomar la conversación con sus hermanos.

El rey aparece poco después, y después de las reverencias correspondientes, inicia la ceremonia. Una voz en la cabeza de la rubia le recuerda que no están todos presentes, y a pesar de suprimirla, no puede evitar mirar el trono que debería pertenecer a la tercera concubina, aún vacío luego de doce años.

Recordándose que ese no era el momento, vuelve a centrar la atención en el discurso del rey que, como cada año, los invitaba a los balcones secundarios, donde presenciarían su discurso para el pueblo.

Trasladándose a las elegantes sillas en el balcón principal, como su estatus de princesa demandaba, no pudo evitar observar la puesta del sol. El rey, frente a ella, contaba la historia de la primera reina Survine que cada habitante conocía de memoria. Su preocupación por el pueblo, su bondad, su valentía, su inteligencia.

Luego de esto, enumeraba los logros del imperio durante el último año y rogaba la protección de los dioses creadores por el año venidero. Y el corazón de Charlotte, a pesar de estar preparado, comenzó a latir más rápido con las siguientes palabras del monarca.

—Este imperio tiene muchos prodigios y genios, el orgullo de todos nosotros. El tiempo de que la anterior generación ceda su lugar a la nueva se acerca. Aprovechando este festejo por la gran reina Survine, voy a anunciar al futuro gobernante de estas tierras—todos mantuvieron la respiración mientras el rey giraba hacia los asientos donde los príncipes se encontraban y exclamaba—. Charlotte Adelaida Survine Benne, ¿aceptas la responsabilidad y honor de ser la heredera de la corona?

Avanzando hasta quedar frente a su padre y al pueblo, ahora mudo, Charlotte se arrodilló.



#23758 en Fantasía

En el texto hay: caballeros, princesa, profecia

Editado: 20.04.2018

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