"El encargado de la mansión Howard"
Los días en el pueblo transcurrían tal y como siempre, no había muchas noticias nuevas, la única diferencia era el hecho de que uno de los nobles que habitaban en el pueblo pronto se marcharía a la ciudad, pues la reina Victoria requería de su presencia en la capital del reino Inglés y, el hecho de que recientemente la mansión de la gran familia Howard, había empleado una familia entera para el servicio y mantenimiento de la mansión.
Esa, bastante vieja noticia, se había vuelto la comidilla del pueblo y sus habitantes desde mediados de octubre hasta la fecha.
Los pueblerinos como siempre, se hallaban bastante alegres y vivaces, lo único que molestaba la calma de las personas era el saber que pronto la última hija de lady Ealeen se marcharía y se casaría con algún otro noble, todo lo contrario a los deseos de la difunta condesa.
Por otro lado, la señorita Ethelanta se preparaba para la marcha de su padre con gran esmero, pues le extrañaba el hecho de que pronto tendría para sí la gran mansión y sólo la compartirá con sus hermanos.
Aunque, antes de alegrarse, debía compartir una última comida con su padre y, para ello, Edric debía despertarse primero.
Los hijos mayores de la familia Claudine, quienes eran los únicos sirvientes de la mansión Howard, corrían de un lado a otro, limpiando todo a su paso; pues el día anterior habían sido informados de que, en el viaje que el noble realizaría bastante pronto, ellos y toda la mansión quedarían al cargo de la más joven de los hijos del noble para quien trabajaban y la pelirroja no toleraba que ninguna pieza, así tuviera el más mínimo valor, estuviese fuera de su sitio.
— ¿Por qué tanto ruido? —musito desperezándose el mayor de los tres hermanos. Edric era un pelirrojo con gran ego, un voraz apetito y un excelente don para la música. El joven de tan solo 21 años encajaba donde se le colocara pues, aunque sus gustos eran un poco peculiares para su época tenía un carisma e inteligencia excepcionales y eso a ninguno de sus dos hermanos menores le fastidiaba. —Apenas ha salido el sol y ya andáis de ruidosos. Si padre no estuviese preparando sus cosas para marcharse, estoy seguro de que os daría un regaño.
—Discúlpenos joven amo, pero la señorita Ethelanta estará a cargo de la mansión en cuanto vuestro padre se marche a la capital del reino y sabe bien usted que a la señorita no le gusta ver desorden alguno— esa fue la respuesta que le ofreció Dalton, quien hacía de mayordomo, a Edric. El joven asintió pensativo y se marchó camino al comedor, donde otro miembro de la servidumbre se encargaba de servir el desayuno en la gran mesa.
Dalton y André tenían una pequeña ventaja en la mansión. Si uno de los dos no se encontraba a gusto con hacer un trabajo en una ocasión, podría cambiar de puesto con el otro, todo lo contrario a lo que podían hacer los otros dos miembros de la familia que trabajaban en la mansión.
— ¿Cómo lo saben?
—Su padre nos lo contó hace algunos días y nos pidió, a cada uno, que no le contásemos nada a lady Ethelanta, por lo que me encantaría contar con su silencio.
—Cuente con ello.
—Muchas gracias. —sonrió Dalton, causando gran perturbación, de motivos desconocidos, en Edric.
El pelirrojo se marchó rápidamente, donde el resto de los miembros de su familia le esperaban.
Ethelanta ya se encontraba sentada a la cabeza de la mesa, Sir Howard a su izquierda y el hermano del medio al costado de este. A Edric no le quedó otra opción además de sentarse al lado derecho de su hermana menor. Comieron en silencio hasta que sir Howard se puso de pie, interrumpiendo a los jóvenes que degustaban su desayuno.
—Imagino que ya sabéis que me marcharé hacia la capital mañana, y que la casa debe quedar bajo el cuidado de alguno de ustedes. Mi primera opción siempre habías sido tú, Edric—dijo a su hijo mayor, que permanecía sentado frente a su padre. Edric ya estaba al tanto de que no sería el elegido en esta ocasión, pues los sirvientes habían dejado escapar quién sería la afortunada. —Pero cuando te deje al cargo en mi anterior viaje, casi me quedé sin casa, por ello no te dejare a cargo en esta ocasión, aun cuando se que es diferente, antes no había nada de servidumbre en la mansión.
Los dos hijos más jóvenes del conde rieron, pues los recuerdos de aquella ocasión habían acudido, mucho más divertidos que en la primera ocasión, a sus mentes. Edric les miro simultáneamente, primero al castaño, quien era el mayor culpable de su momentánea desgracia, y luego a la pelirroja. La indignación en Edric era tan explosiva y digna de admirar, tanto, que sólo provocó más risas en sus hermanos menores.
Al noble también se le llegó a escapar una risa, mas la callo para no ser víctima de una mirada acusadora por parte de su hijo mayor.
—Entonces, si mi amado hermano mayor no será el que quede a cargo de la mansión ¿Quién será? —Pregunto la pelirroja, ella no estaba al tanto de los planes de su padre y bastante intrigada se encontraba. —Le recuerdo padre que Jophias no está calificado ni para cuidar de una vaca a punto de morir.
La chica hablaba con toda la sinceridad de su alma, Jophias Howard era un galán, muy popular entre las chicas, pero nada más. Con sus dieciocho años de edad, la música y el arte se le daban fatal; la cocina, como para cualquier otro noble, para él era un campo inexplorado y totalmente imposible; las letras eran lo que se le daba mejor, era un ávido lector y pasaba la mitad de sus días entre las páginas de un libro.
La otra mitad de sus días los pasaba coqueteando con las damas del pueblo y, en los viajes que realizaba, se volvía un completo fastidio para los padres de jóvenes que no estaban prometidas. Al menos así llegó a ser hasta que volvió a ver a la joven Adalgeline, la hija de un noble igual de poderoso que su padre y la más cercana amiga de su hermana.