El aire estaba cargado de un silencio pesado, como si el mundo mismo se negara a aceptar lo que había sucedido. Kai permanecía de pie frente a la figura inmóvil de Liam, su cuerpo ahora convertido en piedra, con esa expresión serena y cálida que había dejado en su último suspiro. Sus ojos, antes llenos de vida, sueños y esperanza, ya no podían mirarlo de regreso.
Kai apretaba los puños, sintiendo un vacío que se expandía en su pecho como un abismo sin fin.
—¿Por qué tú? —murmuró, con la voz rota—. ¿Por qué siempre tú, Liam?
Nerea y Eloy se encontraban a unos pasos detrás de él, sus propios rostros devastados. Ambos sabían que no había palabras que pudieran calmar ese dolor, pero también sabían que Liam merecía algo más que lágrimas.
—Kai —dijo Nerea, con los ojos vidriosos—, Liam no puede quedar en el olvido. Lo que hizo no fue solo por nosotros, sino por todos. Tenemos que conmemorar lo que fue, lo que representó.
Eloy asintió, aunque su voz temblaba—. El mundo tiene que saber quién fue el que cerró las grietas, el que contuvo la magia con su propio ser. Nadie más se atrevió, nadie más lo hubiera hecho. Liam no solo fue un mago, ni un guerrero... fue el héroe que eligió darlo todo.
Kai levantó la vista hacia la estatua, su corazón desgarrado, y supo que tenían razón. Liam no podía ser recordado como una sombra, sino como la llama que iluminó incluso la oscuridad más profunda.
Fue entonces que, con la magia que aún quedaba en ellos, los tres comenzaron a levantar algo digno de su sacrificio. Las manos de Nerea trazaban runas de luz en el aire, Eloy alzaba muros de piedra y Kai aportaba la esencia de su propia energía. Entre los tres, piedra por piedra, luz tras luz, se fue levantando un templo que se alzaba como un canto eterno a Liam.
Los muros reflejaban destellos de la magia antigua, y en el centro, la estatua de Liam descansaba en paz, rodeada de flores que nunca se marchitarían, aquellas mismas flores que habían brotado en sus últimos momentos. La luz bañaba su rostro de piedra, haciendo que pareciera que todavía sonreía.
Cuando el templo estuvo terminado, enviaron un hechizo a todos los rincones del mundo. Historias se propagaron como fuego en el viento: la hazaña de Liam, el chico que fue semilla, el que se convirtió en la magia misma. Los aldeanos, magos, viajeros y hasta criaturas que antes habían temido al caos, aprendieron su nombre. Liam dejó de ser solo un amigo, pasó a ser leyenda, un héroe eterno.
Un año después:
El tiempo había pasado, pero las cicatrices permanecían. El día era especial, cargado de un significado que dolía. Kai, Nerea y Eloy se reunieron nuevamente frente al templo. El ambiente estaba cubierto por una brisa cálida, como si la naturaleza misma quisiera conmemorar aquel día.
Las flores alrededor de la estatua seguían intactas, como si hubieran sido tocadas por la eternidad. El tiempo no podía marchitarlas, tal como el recuerdo de Liam no podía borrarse.
Nerea se arrodilló y dejó un pequeño ramo de lirios blancos. Eloy bajó la cabeza, en un silencio que hablaba más que cualquier palabra. Pero Kai permanecía inmóvil, con la mirada fija en esa expresión que aún conservaba la estatua: una mezcla de calma y ternura.
Se acercó, con paso lento, y al estar frente a Liam, habló con la voz cargada de dolor y amor al mismo tiempo.
—Liam... aún te recuerdo. Sigues siendo ese tormento en mi mente, desde el primer día que nos conocimos hasta el momento en que partiste. Siempre tan divertido, tan optimista. Yo... yo di por hecho que nunca me dejarías, que nunca estaríamos separados. Fue un error, un gravísimo error.
Kai tragó saliva, sintiendo cómo se quebraba su voz.
—Todos te extrañan, Liam. Todos te quieren. Yo... yo te quiero. Te amo. Y duele, duele mucho vivir sin ti.
Sus dedos temblaron cuando se inclinó y, con cuidado, limpió el polvo acumulado en la estatua. Sus movimientos eran delicados, como si temiera lastimarlo incluso en esa forma de piedra. Después, sacó un ramo de flores frescas, las que él mismo había recogido, y las dejó a los pies de Liam.
El silencio se hizo profundo. Kai cerró los ojos por un momento, respiró hondo y se permitió un instante de vulnerabilidad. Sabía que, aunque el mundo entero recordara a Liam como un héroe, para él siempre sería más que eso: el amigo, el confidente, el amor que había marcado su vida.
Cuando abrió los ojos, se quedó unos segundos más contemplando aquella sonrisa de piedra.
—Feliz cumpleaños, Liam —susurró con una lágrima resbalando por su mejilla—. Donde sea que estés... espero que aún puedas escucharme.
Con el corazón pesado, Kai se dio media vuelta. Sus pasos resonaron en el templo, dejando tras de sí un silencio solemne y las flores frescas que, como siempre, permanecerían eternas junto a las que Liam había hecho nacer en sus últimos momentos.
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Editado: 10.09.2025