El sol se alzaba en un cielo despejado cuando Kai, Nerea y Eloy se encontraron en el pequeño comedor que solían usar como punto de reunión. Era extraño verse allí, como si nada hubiera cambiado, aunque la vida de cada uno había tomado caminos diferentes.
Nerea había regresado con su pueblo. Su voz estaba impregnada de orgullo y nostalgia mientras hablaba de ello:
—Me recibieron como si nunca me hubiera ido… —contó con una sonrisa melancólica—. Volver a escuchar los cantos, las historias de los ancianos, sentir la tierra bajo los pies… todo eso me dio fuerzas para seguir adelante. Pero, aun así, siento que falta algo, ¿saben? Como si el círculo no estuviera cerrado.
Eloy, sentado al lado, jugueteaba con una pequeña chispa de magia en sus manos. La flama azulada bailaba entre sus dedos con naturalidad.
—Yo he seguido explorando la magia. No podía detenerme… sentía que, si lo hacía, todo lo que Liam nos enseñó, todo por lo que peleamos, quedaría en vano. He aprendido mucho, aunque todavía siento que me falta. No es lo mismo sin él. —Su voz se quebró apenas, pero se recompuso enseguida.
Kai escuchaba en silencio, apretando las manos sobre la mesa. Finalmente levantó la mirada, y sus ojos reflejaban un cansancio más profundo que cualquier batalla.
—Yo… he decidido vender la peluquería —dijo, con calma.
Nerea y Eloy se giraron hacia él de inmediato, sorprendidos.
—¿Qué? —preguntó Nerea, entre asombro e incredulidad.
—¿Estás seguro de eso? —añadió Eloy.
Kai asintió despacio, como si llevara tiempo practicando esa respuesta.
—Sí. Ha pasado un año. Un año entero desde que Liam… desde que lo perdimos. Y cada vez que entro en ese lugar, siento que me quedé atrapado ahí, con él. No quiero que Liam me vea triste. No quiero que, donde sea que esté, piense que sigo llorando por él. Quiero… descansar, aunque sea un poco.
El silencio que siguió fue pesado. Nerea bajó la mirada, sus labios apretados en una fina línea. Eloy cerró la mano, extinguiendo la chispa de magia que había estado sosteniendo.
—Kai… —dijo Nerea en voz baja—. No creemos que sea buena idea. Esa peluquería es un recuerdo de él, de ustedes. Es parte de lo que compartieron.
—Es más que una casa o un negocio —añadió Eloy, con seriedad—. Es un símbolo.
Kai suspiró y se recostó en la silla.
—Lo sé. Y me duele pensarlo. Pero también me duele quedarme en el mismo lugar, atrapado en recuerdos. Necesito avanzar.
Nerea y Eloy intercambiaron una mirada, resignados.
—Está bien… —dijo ella al fin—. Si eso es lo que necesitas, te apoyaremos. Solo esperamos que lo pienses bien antes de dar el último paso.
Kai les dedicó una sonrisa débil, cansada, pero sincera.
—Gracias.
Unos segundos después, Eloy rompió el silencio.
—Antes de que vendas nada… quiero ir al templo. Quiero dejar algo ahí. Es lo único que me queda por hacer.
Kai lo miró, curioso.
—Yo también. —Se levantó y abrió la palma de su mano, mostrando un pequeño anillo de plata—. Lo compré para despedirme de él. Quiero dejarlo en el templo.
Nerea sonrió con ternura, aunque las lágrimas le humedecían los ojos.
—Entonces vayamos juntos. Como la primera vez, cuando levantamos el templo.
La tarde teñía de dorado el sendero que conducía al templo. El lugar parecía más vivo que nunca: flores de todos los colores crecían alrededor de la estatua de Liam, como si la tierra misma lo cuidara. El aire era fresco, pero cálido, impregnado de un aroma dulce que calmaba el alma.
Los tres se detuvieron frente a la estatua. Kai apretó el anillo en su mano, y sintió que el corazón se le encogía.
Eloy fue el primero en hablar, con la voz temblorosa pero firme:
—Liam… sigo practicando magia, ¿sabes? Cada vez que lo hago pienso en ti. Me esfuerzo porque quiero honrar todo lo que nos enseñaste, todo lo que diste. No sé si lo hago bien, pero quiero que estés orgulloso.
Nerea dio un paso al frente y colocó un colgante en la base de la estatua.
—Yo volví con los míos. Intenté ser fuerte, como tú lo fuiste, pero hay momentos en los que aún me siento vacía. Te hemos extrañado tanto, Liam… tanto que duele.
Kai cerró los ojos y apretó los labios. Finalmente, levantó el anillo hacia la estatua.
—Este anillo… es mi manera de decir que nunca te olvidaré. Aunque venda la peluquería, aunque cambie mi vida, tú siempre estarás aquí —se golpeó suavemente el pecho—. No importa cuánto intente avanzar… tú eres parte de mí. Gracias por haber estado, gracias por haberme amado, gracias por enseñarme a reír otra vez.
Las palabras se quebraron en un susurro, y Kai apoyó el anillo en el pedestal, junto a las ofrendas de sus amigos.
.
Liam observaba la escena desde su sueño. Los vio, escuchó sus voces, sintió cada palabra como si atravesara el velo de la realidad. El dolor de querer alcanzarlos y no poder se apoderó de él.
—No se vayan… —suplicó, con lágrimas en los ojos—. No me dejen aquí…
Una figura se acercó entonces: Lysan, su reflejo, su otra mitad.
—Es hora, Liam. La magia está bajo control. No necesitas quedarte atrapado más.
Liam lo miró con incredulidad, y por primera vez en mucho tiempo, una chispa de esperanza brilló en su interior.
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Kai, Nerea y Eloy se dieron media vuelta, listos para marcharse. El silencio los acompañaba, un silencio lleno de dolor y despedida.
Pero entonces, cuando apenas habían dado unos pasos, un resplandor inmenso los cegó. Se giraron al unísono, con el corazón en la garganta.
El templo resplandecía como nunca antes. Una figura se materializó frente a ellos: Lysan, con su forma luminosa, extendiendo los brazos como anunciando algo.
—¡No puede ser…! —murmuró Nerea, con la mano en la boca.
El resplandor se intensificó alrededor de la estatua. Poco a poco, la piedra comenzó a agrietarse, deshaciéndose en pedazos que caían al suelo como polvo brillante.
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Editado: 10.09.2025