Algo ardía.
No fuera. Dentro. Como si mi pecho hubiera tragado una chispa y esta se expandiera con rabia por cada rincón de mi cuerpo.
Corría.
Pero no podía ver adónde.
El suelo era fuego. O era sangre. O eran ambos.
Y el cielo… el cielo no existía. Solo gritos. Voces que conocía y que no quería volver a oír.
Una mano me sujetaba. No la veía, pero la sentía.
Y yo gritaba, gritaba tanto que no tenía voz.
***
Desperté de golpe, jadeando.
La habitación estaba oscura, pero no tranquila. Sentía el aire denso, como si algo invisible me observara desde la esquina. Me incorporé bruscamente, las sábanas empapadas, el pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido de verdad.
Y entonces lo vi.
Mis brazos. Mis piernas. Todo mi cuerpo… marcado por venas incandescentes.
Como brasas líquidas.
El fuego bajo la piel.
Lo había olvidado. O lo había reprimido. Pero era parte de mí.
Cuando los de mi estirpe —fuéramos lo que fuéramos— se agitaban, ya fuera por miedo, furia o un dolor insoportable, sus venas se iluminaban. Como si la sangre ardiera. Como si la magia gritara con ellos.
"Estás bien", me repetí. "Estás aquí. Ya pasó."
Sira seguía durmiendo. Su lado de la habitación estaba envuelto en penumbra, protegida por esas sombras que la abrazaban como una segunda manta.
Me levanté con cuidado. El suelo estaba frío, pero enseguida dejé de sentirlo, dando paso al calor.
Caminé hasta el ventanal. Observé el bosque que estaba fuera de la academia, y los que rodeaban el interior de está.
Pero esta vez… me pareció que me devolvía la mirada.
Una figura lejana, de pie entre los árboles.
No era real. Tenía que ser parte del sueño.
Y sin embargo, no parpadeaba.
Me alejé de la ventana. Las venas comenzaron a apagar su luz poco a poco, como si la magia volviera a dormirse conmigo.
Pero yo ya no podía cerrar los ojos.
No sin recordar por qué había llegado aquí antes de tiempo.
Ni qué fue lo último que vi antes de marcharme de casa.
El amanecer llegó demasiado pronto.
Sira fue la primera en moverse. Se desperezó entre sus sábanas oscuras, y un suave susurro de sombras se retiró de su cuerpo como si también despertarán con ella. Su mitad de la habitación tenía ese tono nocturno constante: cortinas gruesas de un negro profundo, una lámpara que brillaba con un fulgor azul tenue, muebles de madera oscura tallados con símbolos extraños. En contraste, mi lado seguía luciendo... casi improvisado. Las paredes tenían vetas cálidas, con un leve resplandor rojizo como brasas apagadas. Una repisa con libros nuevos, un escritorio que aún no había tocado, y una planta que alguien había dejado como bienvenida y que ya parecía morir de calor.
—Buenos días, brasa —dijo Sira con una media sonrisa mientras me lanzaba un uniforme doblado con precisión imposible.
—¿Brasa?
—Tuve que darte un apodo. Brillabas toda la noche —respondió con un guiño. No parecía asustada, ni molesta. Solo divertida.
Me forcé a sonreír mientras me sentaba en la cama. El uniforme era elegante, más de lo que esperaba: pantalones oscuros, una camisa blanca de cuello alto con bordes bordados en hilo violeta, y una capa corta con el emblema de la Academia bordado en gris y verde. El escudo parecía un mapa circular dividido en cinco símbolos, representando los reinos, y en el centro una criatura alada que no reconocí.
—La primera clase es de orientación mágica —anunció Sira mientras se vestía con la misma precisión con la que hablaba—. Nos dividen por elemento, pero hoy estamos todos juntos para una evaluación inicial. Al parecer, el profesorado quiere "sentir nuestro potencial" —repitió haciendo comillas en el aire con los dedos.
—¿Y eso significa…?
—Significa que van a mirarnos raro y luego decidir si valemos para algo —rió—. Ven, iremos juntas. Los pasillos pueden devorarte si no sabes por dónde vas.
***
Los corredores de Arken eran un laberinto de piedra viva.
Los muros cambiaban sutilmente de tono a medida que avanzábamos. Había ventanas que no daban a ningún sitio, cuadros que parpadeaban, puertas que se abrían solas si las mirabas el tiempo suficiente. Todo parecía observar, y al mismo tiempo, ignorarte por completo.
La clase de orientación estaba en una torre circular, con el techo abierto al cielo. Había más de treinta alumnos ya sentados en bancadas semicirculares, murmurando entre ellos. Noté enseguida los mismos grupos de la cena: los de Umbra, los de Terra, los de Ignis… Y, al fondo, aquel grupo del que Sira me había advertido la noche anterior
Todos ellos sentados juntos, idéntica postura, rostros impenetrables. No hablaban. No se reían.
Aun sin saber quién era, su presencia pesaba. No porque hiciera nada en particular, sino por cómo los demás evitaban mirarlo directamente.
El fuego en mí, ese que anoche había ardido, volvió a chispear con un cosquilleo leve.
—Recuerda, no te acerques a ellos —susurró Sira al notar mi mirada—. Son guardianes, pero no solo eso. Se entrenan juntos, viven juntos… hacen todo juntos. Como un clan. Nadie entra y nadie sale.
—¿Y él? —pregunté sin pensar.
Sira ladeó la cabeza y me respondió en voz baja:
—Ese es Yael. Dicen que es medio Umbra, medio… otra cosa. Nadie sabe bien qué. Es peligroso. Y brillante. Y por eso mismo... también está con ellos. Nadie sabe de qué reino es exactamente, pero parece ser que es importante.
Me senté sin decir nada, mientras el profesor entraba en la sala con una túnica que parecía hecha de aire en movimiento.
Comenzaba la primera lección.
Y yo, aún sin saberlo, estaba a punto de descubrir que mi fuego era mucho más que una herencia peligrosa.
El profesor se detuvo en el centro de la sala, alzó las manos y la brisa se arremolinó a su alrededor como si respondiera a su llamado. Su túnica ondeó, pero sus pies permanecieron firmes. Tenía el cabello recogido en una trenza alta que parecía flotar por sí sola, y sus ojos, aunque no miraban a nadie en particular, daban la impresión de atravesarlo todo.
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Editado: 13.05.2025