Oculto entre las místicas montañas nevadas del país se alza el ancestral pueblo de Gunadule, forjado en un misticismo primigenio y consagrado a la protección de sus tierras contra todo aquel que ose mancillar su pureza.
Para los Gunadule, todo bien material posee su contraparte espiritual, y cada una de estas fibras invisibles teje un nivel distinto en el universo. El cosmos, según su tradición, está compuesto por doce planos, dispuestos de arriba a abajo: empezando por el nivel más bajo, el plano terrenal, pasando por el del sacrificio, hasta llegar hasta los planos más importantes que eran los del renacimiento y del infinito. Todos se hallan separados por el río Dabali, cuyas majestuosas e impetuosas aguas permiten que espíritus, animales y plantas recorran las nervaduras del todo y encuentren el alivio eterno al hallar su Purba, o alma.
Pero el fino hilo del destino comenzó a corromperse. Los continuos ataques de los herejes —adoradores de dioses falsos y profetas sin compasión— asolaban los sagrados asentamientos de los Galus, guardianes del equilibrio entre el bien y el mal en todo el universo.
Entonces, un pequeño grupo de Neles, guerreros sagrados, emprendió el viaje hacia el mundo terrenal. Renunciaron a toda facultad primigenia que les había sido otorgada, con el único propósito de proteger su mundo. No era solo un acto heroico: era un sacrificio absoluto. Descender significaba no poder regresar jamás al plano espiritual.
Al atravesar la primera capa del universo —esa que separa la vida de la muerte— dejaron atrás su Purba, desprendiéndose de aquello que los mantenía vinculados a la esencia de su ser. Esta renuncia les otorgó, por obra del plano del sacrificio, la fuerza y la resistencia necesarias para el combate: un intercambio digno para salvar a su pueblo.
Y así lo hicieron.
Al pisar el mundo terrenal, se encontraron ante un escenario desolador. No quedaba vida, solo muerte y ruina. Lo que antaño fue belleza estaba ahora manchado de sangre; la pureza de la nieve se había convertido en un pañuelo de lágrimas para los pocos sobrevivientes Gunadule.
Con el corazón inclinado, se encomendaron a la Madre Tierra. Cuando alzaron la mirada, el presagio fue claro: tres cóndores en el norte, tres en el sur, tres en el oeste y tres en el este. El destino estaba sellado.
A lo lejos divisaron a los herejes. La misión era clara: despojarlos de la vida y desterrarlos de cualquier plano existencial posible.
La guerra se prolongó durante días. Los herejes caían uno a uno, pero también lo hacía el pequeño grupo de Neles.
Solo quedaron en pie dos guerreros: Gunabiri y Malugir. Lucharon codo a codo hasta que sus corazones dejaron de latir al unísono. Cumplieron su cometido, pero ya era demasiado tarde: el pueblo Gunadule había quedado reducido a casi nada.
Se cuenta que sus cuerpos fueron enterrados en un valle entre las montañas. Con los años, en ese mismo lugar floreció un gran árbol de nance el día en que Gunabiri y Malugir murieron, y volvió a marchitarse el día en que fueron sepultados. Desde entonces, el ciclo de la vida y la muerte se restauró. En los pocos días en que el árbol de nance florece, es posible nuevamente atravesar el plano terrenal a través de los sueños… y regresar desde ellos.