Leo
El amanecer llegó antes de que pudiera cerrar los ojos. Jamás dormía. No podía. Pero de vez en cuando cerraba los ojos y fingía que podía ser como los humanos, a veces tenía la esperanza de que algún día pudiera conciliar el sueño, pero aquello era imposible. Pero hoy era diferente. Una morena impedía que pudiera cerrar los ojos. Rubí dormía tan cerca… y a la vez tan lejos. Su respiración era el único sonido que me mantenía cuerdo.
Rítmica.
Suave.
Como si el mundo, al menos mientras ella duerme, pudiera detenerse un poco.
No sé en qué momento me convertí en esto: un hombre inmortal que teme el paso del tiempo… porque cada minuto a su lado se siente prestado. Quise tocarla. Solo un roce. Un mechón de su cabello rebelde que se deslizaba sobre su frente. Pero no lo hice. Me he prohibido muchas cosas… y ella es la cima de todas. Cuando abrió los ojos, me miró como si lo hiciera por primera vez. Su mirada siempre me desarma. Es como si intentara leerme. Como si supiera que detrás de mis sonrisas hay más sombras que luz. Pero no dice nada. Jamás pregunta por lo que realmente importa.
—¿Desayunamos en la playa? —le ofrecí, apenas con voz.
—¿Tú cocinas?
—Tengo gente para eso… pero podría hacer una excepción.
Su risa llenó la habitación y, juro por lo que me queda de alma, fue el sonido más puro que he oído en siglos. Me hubiera quedado ahí. Encerrado en ese eco. Dejé que se arreglara y luego la llevé a la playa donde estaban todas las cosas para que ella desayunara: fruta, jamones, queso, pan y varias cosas que adornaban la mesa. Creo que exageré un poco, pero no importa, ella lo vale. Luego de verla comer, reír mientras me observaba, partimos a conocer la isla. Caminamos por la isla mientras yo fingía ser un guía cualquiera. Le hablé de historias, de leyendas, de cosas que viví en carne propia. Ella solo me escucha con la atención de quien quiere aferrarse a algo que desconoce. La vi dibujar flores, pintar el mar. Le pedí que se detuviera y asintió dejando su lienzo a la mitad, ya que quería que disfrutara de lo que Brasil le podía ofrecer.
Al mediodía fuimos al pueblo. Rubí probaba frutas y hablaba con la gente. Su dulzura era peligrosa, y ella no lo sabía. No sabía que un mundo tan oscuro como el nuestro huele la inocencia desde lejos. Y justo cuando pensé que la paz podía durar un poco más…
...apareció ella.
Lillith
Sentí su presencia antes de verla. La atmósfera en mi cuerpo cambió. El calor se volvió áspero. La brisa dejó de soplar. Y ahí estaba, con sus gafas oscuras, su sonrisa venenosa, y ese aire de quien siempre está a punto de destruir algo por puro entretenimiento.
—Leo... no sabía que me encontrarías, ¿aún sigues enamorado de mí? —dijo mientras miraba a Rubí con curiosidad, hasta que esa curiosidad se convirtió en… ¿celos? ¿odio?
—¿No piensas presentarme? —preguntó con su tono de cínica, tratando de acercarse a ella, pero se lo impedí.
—Nunca fuiste importante, Lilly. No sé por qué pretendes que alguna vez lo fuiste —respondí enojado—. ¿Además, qué haces aquí?
—Vaya, vaya, se me olvidaba lo rencoroso que podías ser —respondió riéndose. Cómo deseaba tumbarle aquella sonrisa—. Sabes que las playas de Brasil siempre han sido mi debilidad. Igual que los secretos.
Rubí se acercó, con la mirada en alto, mostrando que Lillith no es capaz de intimidarla. Su presencia me salvó de responder. Apenas me rozó con el brazo, pero fue suficiente para volver a respirar y no caer en los juegos de la rubia que tenía frente a mí.
Lillith lo entendió todo.
Lo vio.
Lo olió.
Sabe que la morena que tengo a mi lado es importante para mí, que la reclamo como mía. El problema de esto es que también sabe que ella es una humana. ¡Maldita sea! De tantas personas con las que me podría encontrar, justamente tiene que ser ella.
—Esto no ha terminado —dijo, y desapareció entre las miles de personas que estaban aquí.
Rubí
(Esmeralda)
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué le habló con esa familiaridad a Leo? Como que si ella fue importante para él… ¿lo era? ¡Claro que sí! ¿Ha dicho que él sigue enamorado de ella? ¿Acaso será cierto? Si es así, ¿por qué Leo me trata como si estuviese enamorado de m… ¡Por Dios! ¿Qué ideas me estoy haciendo? Es claro que Leo solo siente lástima por mí, era claro. ¿Cómo podía yo tener la osadía de compararme con esa mujer? Ella es hermosa, delgada, con un cuerpo despampanante, cabello rubio y rizado. Es hermosa en todos los sentidos.
No sé cómo pude enfrentarme a ella, hay algo mal conmigo.
Noté cómo Leo intentó tomarme de la mano, pero lo rechacé. No quiero seguir haciéndome ideas falsas en mi cabeza. No es lo correcto. Leo es mi salvador, mi amigo, solo eso.
—¿Qué sucede, Rubí?
—Nada, solo quiero seguir viendo todo el arte que está en la calle que está frente a nosotros —respondo evitando verle. Sentía mucha vergüenza por mi comportamiento de hace un rato.
—Claro —respondió no muy convencido, pero aun así asintió—. Vamos.
El resto de la tarde nos la pasamos viendo cuadros. Nos detuvimos en la ocasión para comer o, bueno, para solo comer yo, ya que Leo solo estuvo con un vaso de té helado que nunca probó. Ya entrada la noche me llevó a Lapa, donde enseguida me sentí cautivada por el sonido de todos los instrumentos que sonaban a mi alrededor. Él, como parejas, bailaban de manera sensual. Sus químicas se desbordaban a flor de piel, la vibra que transmite ese lugar es inexplicable.