Te extraño...
Y no sabes cuanto, y es que creo que extrañar es uno de los peores sentimientos que podrían existir. Todas las noches me acuesto sobre el techo de mi casa, ese en el que te solía encontrar.
— ¿Ves esa? — preguntaste una vez, apuntaste al cielo y sonreíste — es mi favorita, tan pequeña que de lejos parece insignificante, pero fue la primera estrella que investigué con mi padre.
Me quedo mirando las estrellas como tiempo atrás, preguntándome cuándo regresarás, y preguntándome si siquiera lo harás.
Solías decirme que todo estaría bien, siempre que tus padres discutían, subíamos al tejado. En el frió de la noche tomabas mi mano, decías que ese era tu único motivo para seguir.
— Contigo todo está bien...— susurrabas antes de dormir.
Solíamos salir a caminar en los días soleados, comprar un helado o ir a la playa. Los días de lluvia, dábamos un paseo en el parque, a veces íbamos sin sombrilla o protección alguna. Te gustaba sentir las gotas resbalar por tu rostro...por tu cuerpo.
Me decías que ese era uno de los mejores climas, que aunque pareciera triste o muchas veces un desastre...tenía su lado hermoso, tenía un encanto que los días soleados no tenían. Pues en el brillo de aquella oscuridad, en el centro de la tormenta...había una calma sin igual.
— Es hermosa ¿verdad? — decías mirando hacia arriba.
Yo te miraba sonreír y hacía todo lo posible por que siguieras así.
Algunas veces en la madrugada, tocabas a mi ventana y pedías que saliéramos al techo, yo lo hacía sin chistar, pues sabía que era por que te necesitabas desahogar.
— Ya no puedo, esto me está destruyendo — lloraste aquella noche — mi papá se acaba de suicidar.
— Enio… — intenté llamar tu atención.
— ¡No! ¿qué sentido tiene el seguir así?¿qué sentido tiene el pensar que esto se puede solucionar? — respiraste profundo y continuaste — mi papá se mató y mi padrastro solo se rió ¿es eso justo? ¿que mueran los más amables?
— Yo… no sabes cuanto lo siento — besé tus ojos llorosos intentando quitar tus lágrimas.
— Ya no sé qué más hacer… — dijiste mirando el cielo estrellado de la azotea mientras una suave brisa nos envolvía...te dormiste llorando...
Esos días eran los más tristes, pues llorabas acostado en mi regazo y susurrabas que ya no podías seguir, en varias ocasiones me tocaba limpiar tus lagrimas y darte palabras de aliento. Me partía el corazón verte en aquella situación.
Un día, llegaste cerca de las 3:00 a.m. a mi ventana.
— Toc toc — dijiste mientras golpeabas.
— ¿Enio? — me miraste con una sonrisa y me animaste a salir.
Te acompañé y el frío de la noche nos pegó en la cara. Esa vez, tus ojos tenían un brillo singular. Me dijiste que tenias un plan...ibas a escapar...
No supe qué decirte en ese instante, pero la emoción era tal en tus ojos que te apoyé y no te puse obstáculo alguno para que te quedaras. Pasamos meses planeando todo, y ahorrando dinero para que te fueras. Cuando ya todo estaba listo...llegó el momento de despedirnos.
Esa última noche en el tejado, me regalaste un anillo, un anillo de promesa. Prometiste que volverías, que dentro de tres años regresarías por mi y me llevarías contigo. Yo prometí esperarte,todo el tiempo que fuera necesario.
— Te extrañaré — susurraste mientras besabas por última vez mis labios — y siempre te amaré.
Llorando intenté sonreír para ti.
— ¿Me esperarás? — fue lo último que me dijiste antes de que yo solo dijera que sí con la cabeza.
Nos miramos por última vez y susurrando dijimos “adiós” .
Te vi marcharte al salir el sol, mientras yo con dolor en mi corazón, dejaba aquellos últimos susurros en el tejado…