Rose caminaba tranquilamente por las calles que la dirigían a su hogar, pero no llegaría a este exactamente. Había salido de su escuela hace veinte minutos, y sentía que el tiempo que iba a perder caminando, lo podría recuperar en la casa de Mei.
Rose Foster, una chica bastante alocada, pero bueno, tiene quince años, ¿qué se puede esperar de alguien con esa edad?
Su sonrisa es la más hermosa que alguien en su vida pueda ver y es algo que los chicos de su clase saben y han buscado una cita con la rubia, aunque sin éxito.
Pero lo que no sabes es que Rose no ha tenido ni un solo novio, pero no significa que no lo tendrá nunca, porque todo puede suceder.
— Hola. — Saludó un chico de pelo casi blanco y ojos azules oscuro. Tenía aspecto de chico popular, pero su mirada es demasiado vacía y abrumadora.
— Oh, Nathan. — Dijo Rose con una sonrisa. Nathan es un chico de otra academia que hay cerca de la suya. Se conocen desde pequeños, pero actualmente no hablan mucho. — ¿Sucede algo?
— No, solo pasaba por aquí. — Dijo con un rostro sereno, metiendo las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón negro escolar. — No nos vemos desde hace mucho, quería saludarte. — Sus ojos se oscurecieron rápidamente. — Y ver si querías salir conmigo a algún lado un día cercano.
Rose abrió sus ojos. Sonrió mientras los cerraba y miraba el camino que debería seguir para llegar a casa de Mei.
Tal vez esa fue la peor decisión de su vida, en verdad que lo fue.
— Lo siento, Mei — Pensó Rose.
— ¿Por qué no vamos ahora mismo a algún lugar? Tengo hambre.
— Contestó Rose mirando la hora en su teléfono.
— Tal vez vaya más tarde, no creo que le importe — Pensó una vez más.
En serio, se equivocó más de lo que creyó.
Eran las 21:49 pm. Mei se encontraba en el suelo del baño mirando cómo de sus brazos brotaba la sangre con furia, sus ojos aún llenos de lágrimas. Un pequeño peluche de felpa
frente a ella, al parecer, ella y el pequeño hablaban entre miradas.
Sonó el timbre de la casa, pero Mei no fue a abrir. Sonó una vez más, y otra vez.
— ¡Stone! — Sonó fuertemente en el interior de la casa.
Mei se golpeó internamente por no haber cerrado apropiadamente la casa.
— ¿Stone? — Ahora el sonido de la voz de Rose sonó dentro de la habitación. Mei dio gracias al cielo por haber cerrado con seguro el baño.
El dolor en sus muñecas era insoportable. Sentía un mareo que iba y venía. Tres golpes sonaron contra la puerta del baño.
— Stone, sé que estás ahí, la luz encendida te delata. — Dijo Rose soltando una pequeña risa.
— Vete. — Dijo Mei en un susurro débil, tan débil que Rose no alcanzó a escuchar lo que dijo.
— ¿Disculpa? — Dijo Rose pegando su oído a la puerta.
- ¡Vete! - Gritó Mei.
Rose se preocupó enseguida, ese grito no había sonado como si quisiera que se fuera exactamente.
Las cosas acabaron con una Rose limpiando las heridas de Mei y con una Mei quejándose.
— ¿Qué sucede, Stone? — Murmuró Rose guardando las cosas dentro del botiquín, suspirando al ver que ya había acabado con su trabajo.
Mei se quedó callada mirando fijamente la venda sobre ambos antebrazos.
— Stone, si no me dices qué te sucede, no voy a poder ayudarte. — Dijo Rose con su ceño fruncido.
Los ojos de Mei se veían perdidos, su respiración era delicada y pausada, nada comparado a como estaba hace poco.
— Todos somos enviados a hacer algo que no queremos hacer, o ser algo que no queremos ser. — Susurró Mei mirando la repisa bibliotecaria en su cuarto. — Creamos problemas sin siquiera notarlo. Dañamos la orden de las cosas sin darnos cuenta, somos inocentes. — Rose no entendía nada de lo que decía. — Pero hay personas que sí saben lo que hacen y las consecuencias que no quieren aceptar.
Rose miró los ojos de Mei directamente, quería entender lo que estaba pasando, quería entender a Mei.
Pero nadie en este mundo lo ha podido entender, no pueden negarlo.
— Creo que empiezas a gustarme. — Murmuró suavemente Mei, tan bajo que podía haber sido fácilmente una fantasía, pero sonó tan claramente que se sintió real a la misma vez.
Los ojos de Rose se abrieron ampliamente, se levantó de su lugar y se quedó allí, en shook.
Mei suspiró y cubrió su rostro, había dicho algo sin pensar nuevamente. Apretó su mandíbula y se levantó, pasó por el lado de Rose y salió a toda prisa del lugar en el que estaba.
Correr por las calles de su ciudad a las 22:43 pm, mientras que las lágrimas rodaban rápidamente por sus mejillas, con su uniforme aún puesto y sus ojos cansados y necesitado de lo que fuese.
Cuando sintió el cansancio en sus pies, se sentó al instante en la acera del lugar, el cual desconocía.
— Hola. — Saludó una chica de pelo rojo sentándose a su lado, la cual llevaba un vaso en sus manos con un extraño contenido.
Mei congeló su mirada al notar su presencia.
— ¿Sabes que estás enfrente de una fiesta, no? — Informó la chica señalando la casa de detrás de ambas, donde la música era tan alta que podría ensordecer al que se adentrara en aquel lugar.
Mei se quedó callada evadiendo la mirada celeste de la chica a su lado.
— Soy Zoe. — Dijo mirando disimuladamente sus muñecas. — Zoe Quinn. — Completó al mirar su rostro con secas lágrimas en este.
Mei abrió los ojos al haber escuchado su apellido en alguna parte.
— ¿Tu apellido es famoso? — Preguntó Mei mirando fríamente a la chica.
— Sí. — Dijo Zoe sintiendo un escalofrío al chocar miradas con Mei.
— Wow, tu mirada es profunda. — Murmuró.
— Stone. — Dijo su apellido levantándose de su lugar. — Y necesito perderme con algo ahora mismo.
— En esa fiesta justo detrás de ti, hay toda clase de drogas. Salí de allí por ese motivo, pero si quieres entrar, voy a acompañarte.
Con su mirada fría y lo vulnerable que se veía, todos voltearon a mirar a la joven recién ingresada.
Cuando Mei sintió la aguja golpear su piel, no pudo evitar apretar sus ojos con desesperación.
¿Qué estaba haciendo? ¿En qué clase de mundo se estaba metiendo?
— Stone. — Susurró Rose aún en la habitación de la nombrada.
Sus ojos miraron por el alrededor del lugar y sintió un vacío en su corazón. Miró uno de los libros en la almohada de Mei y notó que era el que tenía rotulador la vez anterior que lo miró. Lo tomó y miró la única frase delineada con rotulador azul fuerte.
"El amor es tan lejano como lo puede ser una estrella, pero cuando lo encuentras y te enamoras de su brillo, solo quieres huir porque sabrás que ese brillo morirá, al igual que una estrella."
Al finalizar el día seis, Rose aún no sabía que Mei desaparecería de su vida por dos largas semanas, y Rose tampoco sabía que la encontraría fuera de su casa llorando delante de su puerta, negando lo último que le dijo.