Una gran puerta de madera se abrió para darle paso a tres jóvenes, dos de ellos sintiéndose algo incómodos al poner un pie en la taberna. La nariz de Abby empezó a atrapar algunos olores que jamás había conocido, aunque muchos otros eran parte de su pasado.
Abby analizo con cuidado la taberna. Era algo diferente a lo que había imaginado. Un gran candelabro se alzaba desde el techo con gran presencia; la luz que este despedía hacía sentir a la taberna fresca y atractiva. Había un escenario algo práctico pero a simple vista parecía espectacular, con madera exageradamente pulida, como si los mejores músicos se pararan allí tocando sus más recientes éxitos.
La muchacha londinense se sintió cautivada ante las tonadas que eran tocadas en ese momento, tanto así que sus pies la forzaron a colarse entre el público. Era Jazz. Pero la canción que se tocaba en ese momento no le sonaba familiar a pesar de que ella fuera una fiel fan al género.
Aunque la tonada para ella fuera desconocida, sus caderas empezaron a acompañar el ritmo de la canción. Se sentía cautivada. Su padre adoraba con su alma el Jazz, era lo que más amaba después de su amada esposa. Recordaba que su padre conservaba un viejo tocadiscos que le fue regalado en su décimo cumpleaños junto a unos cuantos discos, algunos de Jazz y otros de Rock clásico. Ellos siempre bailaban hasta quedarse exhaustos. Siempre, incluso con Marie.
- ¿Te gusta? - Una suave voz se hizo presente al lado suyo. Abby se exalto al ver a James sin previo aviso, lo cual hizo que las mejillas del muchacho se tornaran rojas.
- Es mi género favorito.- Contesto algo emocionada.- Pero no logro captar la canción.
El muchacho rio, lo cual hizo que Abby se sintiera un poco estúpida.
- Los muchachos la compusieron, ellos escriben sus propias canciones.- Respondió algo ruborizado.
Al escuchar eso, Abby se sorprendió mucho. Se sentía extrañamente cautivada y curiosa. Hecho un vistazo más a los músicos en escena. Todos eran chicos, tocaban como nunca, como si tocar fuera su más deseado deseo. Todos tenían un fino saco azul noche que los hacia lucir como verdaderos profesionales.
- Cuando vengo con Maggie solo les pongo atención a ellos.- Comento James.- En casa no escuchábamos mucha música y al principio de nuestra estancia en Cuppova venir aquí, era nuestro lujo. Ella tenía bebidas e historias de aventura que escuchar con esmero, mientras yo tenía música en vivo y una gran consejero.
- ¿Consejero?- Pregunto Abby mirándolo de reojo.
Los ojos de James se fijaron en una silueta solitaria que bebía un gran tarro de cerveza en la barra. Los ojos de Abby se fijaron en la silueta tratando de descifrar su código.
- Maggie tiene sus asuntos.
De nuevo, los ojos de ambos viajaron juntos hasta Maggie. Rodeada de varios jóvenes que gritaban con euforia cuando Maggie parecía llegar al clímax de su relato. Al mirar a James, ella pudo notar desilusión en su mirada.
- Pero te diviertes aquí sin necesidad de complacer a los demás.- Abby tomo el hombro de James cálidamente.- No te sientas mal por algo tan tonto.
James miro a Abby por unos segundos. Al principio desesperado, pero al final pacíficamente.
- Supongo que es cierto.
Abby tomo la mano de James. Aunque Abby no lo notara, el interior de James estallo.
- Ven.- El chico sujeto firmemente su mano y la llevo hasta donde la barra. Aquella figura misteriosa seguía tomando del exagerado tarro mientras movía sus mugrosos dedos haciendo un ritmo vagamente extraño.
El sonido de la garganta de James aclarándose hizo la diferencia entre todos los demás. La extraña figura volteo y dejo ver el rostro de una mujer bastante hermosa. Con los ojos almendrados y los ojos que parecían la rencarnación del mismo universo. Abby creía que se desmayaría al verla fijamente.
- ¡Anastasia! Que alegría verte por aquí.
La muchacha tardó en reaccionar pero al hacerlo, se abalanzó hacia James en un abrazo.
- ¡Maldito hijo de perra! Te extrañe.- La voz de aquella mujer era suave y a la vez manchada. Era como si una botella de vino se hubiera derramado en el perfecto mantel blanco que simbolizaba su perfecta voz.
Abby sonrió, tontamente pero lo hizo.
- A mí también me alegra verte.- James rio por un momento mientras el abrazo finalizaba. Miro de reojo a Abby la cual no paraba de sonreír.- Anna, ella es Abby, es nueva en Cuppova.
- Mucho gusto, es un placer conocerla.-Abby le extendería la mano, pero tenía miedo a ser rechazada así que solo hizo una reverencia.
Anastasia se acercó a Abby. Paso su mano por su fino cabello castaño; exploro con sus sucios dedos sus pómulos y finalizo acariciando el fino marco de sus ojos. Al terminar, le sonrió.
- Bienvenida, querida.- Dijo con una inmensa felicidad.
La tarde se fue volando. Los tres conversaron de varios temas mientras tomaban algo y la música de Jazz los alentaba. Abby les conto de donde venía, sobre Marie, trabajo y estilo de vida. No toco nunca el tema de sus padres, por respeto a ella y a los mismos. Descubrió más cosas sobre James. James tenía 12 y su hermana 15 cuando llegaron a Cuppova; Vivian en Massachusetts junto a su abuelo que era fabricante de relojes. Maggie y James habían crecido en su taller, entre manecillas y diminutos engranajes; para James, los relojes eran su presente y su deseado futuro. Todo estaba planeado para que el sueño de James se volviera realidad, hasta que un día su abuelo empaco sus cosas y las de los niños. Ellos aún no comprendían porque su abuelo se notaba tan alterado, ni siquiera cuando la pequeña familia se abrigo bien, ni siquiera cuando salieron del taller con maletas en mano. Fue hasta que el abuelo de James le dio un pequeño reloj de bolsillo y le dijo: