Aiden Meyer
“El paso del tiempo a veces es tan rápido y otras veces tan lento, no es lo mismo pasar tres minutos debajo del agua que degustando un buen vino, todo depende si cada minuto se encaja como una aguja en el corazón o es tan dulce como una gota de miel. Para los inmortales es igual, solo que no contamos minutos, son insignificantes, banales, sin sentido o por lo menos no significan mucho hasta que nuestra vida eterna se vuelve un suplicio.
En mi caso, tengo dos momentos en la vida que han marcado un antes y un después, dos momentos que han dado sentido a mi historia, que me lo han dado todo así como me lo han quitado. El primer día fue cuando planeaba abandonar el distrito después de todo lo que había hecho, había creado suficiente caos para tener a todos entretenidos, solo era tiempo de que encontrarán todo, pero para ese entonces yo ya estaría muy lejos de ahí, en otra ciudad, lo más seguro que en otro país. Esa era la idea.
Ya había preparado todo, tenía mis maletas hechas y mi boleto de avión en el asiento trasero de mi Rolls-Royce wraith, aún estaba valorando si presentar mi renuncia o no, tal vez lo mejor sería simplemente desaparecer.
Dicen que puedes platicar tus planes con la vida para que esta se ría de ellos, y así fue, se rio tan fuerte que no pude hacer nada cuando ese challenger viejo color cereza salía de la casa de al lado, en reversa; pude evitarlo, pude volantear y seguir con mi camino, pero solo tuve que ver hacia la ventanilla del conductor para saber que no podía hacerlo, solo un pensamiento pasaba por mi cabeza, quería que volteara, quería ver sus ojos, su aroma era el de esa niña pequeña que conocí en aquella gasolinera, escondida detrás de las faldas de su madre, era ella, mi corazón lo gritaba, mis manos sudaban y mis nervios me traicionaron, no me di cuenta que nuestro autos habían chocado hasta que la vi salir por fin del suyo, apenada, nerviosa, un ángel recién caído, confundido y hermoso.
Supongo que lo ideal hubiera sido salir del auto, sonreírle, intentar seducirla y acercarme a ella, no darle rodeos al asunto, simplemente llevarla al asiento trasero de mi carro, hacerla mía y llevarla conmigo hacia donde fuera que la vida nos permitiera, tal vez si hubiera hecho eso las cosas hubieran sido más fáciles, la historia hubiera sido muy diferente, pero no lo hice, no fue así.
La traté con prepotencia, mala cara, mostrando una molestia que no existía y si existía ella no era la culpable; de pronto todo había tomado forma, recordé el perfil que había leído con anterioridad para el puesto de maestro en la academia de policía, “Simone Cárter”, la épica agente de narcóticos, con una vida llena de victorias y condecoraciones que había decidido dejar atrás la fama y esconderse en la academia que la vio crecer.
Tenía que conocerla, tenía que saber que esa niña con potencial se había hecho una mujer digna de admiración y fuerte, que lo que sentí aquella vez estaba justificado y así fue, no solo un conjunto de sensaciones nuevas se apoderaron de mí, como la lujuria y el deseo, claramente era una mujer hermosa, su cuerpo bien proporcionado, sus piernas largas y torneadas y esos ojos, esos malditos ojos que eran mi perdición; físicamente provocó un febril deseo, cada noche anhelaba tenerla en mi cama, saborear su piel y llegar a lo más profundo de sus deseos, pero intelectualmente era aguda, astuta, demasiado inteligente, me dejaba cada vez más sorprendido por como actuaba y lo cerca que estaba de descubrirme.
Pese a todos los riesgos que pudiera correr quedándome, decidí permanecer, quería verla explotar su inteligencia y regocijarme con su fuerza física, su agilidad y su fiereza para enfrentarse a cosas que la superaban por mucho; simplemente… me enamoré… había encontrado a esa mujer que no solo me gustaba y me atraía por una belleza natural e innata, sino que la admiraba en cada aspecto, cada vez quería más de ella, su tiempo, sus miradas, sus palabras, era para mí un deleite, ya fuera del mismo lado o de lado contrario del tablero, simplemente no quería estar lejos.
En lo que pude, la seguí, la cuidé, la vigilé; conseguí su admiración, su cuerpo, su amor, me volví lo más importante para ella y ella para mí… esos días fueron como miel, gota a gota, disolviéndose en la punta de mi lengua, hasta que la vida volvió a reírse de mí, la vida me dijo que era hora de pasar tiempo debajo del agua, solo fue necesario una mala decisión, creer que hacia lo correcto pensando que querer estar con ella era un acto egoísta, tal vez lo era, pero… las cosas no hubieran terminado de esa forma si me hubiera aferrado a ese egoísmo, cuando quise regresar era demasiado tarde.
Ese fue el otro día que me marcó, verla en los escalones de su casa, inerte, cansada… desangrada… la vida había huido de su cuerpo, solo quedaba la hermosa envoltura que había contenido mi dicha, toda mi felicidad… no pude besarla una última vez, no pude decirle cuanto la amaba ni demostrarle lo arrepentido que estaba por mis decisiones, sin ella… no tenía sentido seguir.
Hice todo lo que pude para acabar conmigo mismo, tal vez lograría encontrarla de nuevo en un cielo o un infierno, si nuestras almas regresaban, esperaba volverla a ver y por fin tener un final feliz, por fin tener una familia y una vida eterna o mortal a su lado.
Nada funcionó, cada intento fallido me sumía aún más en la miseria, todo era en vano hasta que decidí dejar que el monstruo que vivía en mí se apoderara por completo y envolverme en llamas, la piel se despegaba de mis músculos y me sentía tan cerca de lograr mí objetivo que no me importó.
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Editado: 07.01.2022