Dejo que el agua de la regadera se encargue de retirar hasta la última gota de sangre de mi cuerpo, me siento cansada y algo confundida, mi cabeza es todo un caos, esperaba no ver a la asesina, creía que al estar con nosotros Ortega tal vez la pondría en aviso, pero no fue así, simplemente apareció y sin que pudiéramos anticiparnos, logró entrar a la bodega, ¿cómo lo hizo?, estábamos vigilando y aun así ella entró sin realizar el menor ruido, mató a los hombres de Top Dollar sin que se realizara ni un solo disparo y mató a su objetivo.
Si no hubiera sido por Aiden que decidió entrar sin mi permiso, jamás nos hubiéramos dado cuenta de que las cosas habían ocurrido, y hablando de él, ¿cómo desapareció de ahí sin que nadie se diera cuenta?, ¿en qué momento huyó?, jamás escuché el abrir de puertas o ventanas, simplemente desapareció por arte de magia. ¿Cómo sé que quien en verdad está confabulado con la asesina no es Aiden?, no, voy a empezar a hacerme ideas de nuevo, eso no funcionó la última vez, si hubiera hecho caso a mis falsos instintos en este momento Ortega estaría retenida y la asesina aun libre, tengo que pensar mejor las cosas antes de abrir la boca.
Salgo del baño envuelta en mi toalla y me veo por un momento al espejo, tengo pequeños moretones en la piel, es muy sutil el color violeta y azul, posiblemente mañana sean más visibles. Recuerdo por un momento la pelea que tuvimos Ortega y yo contra la asesina, sus movimientos me recuerdan tanto a aquel vídeo que me pusieron en la academia, era sobre una rusalka peleando, el maestro estaba maravillado por la forma tan elegante en que peleaba, era como verla bailar, como si cada paso de ballet tuviera un final contundente y mortal, algo que los rusos lograron con años de perfeccionarse, haciendo mujeres con una apariencia delgada y frágil unas asesinas letales y por lo general, muy efectivas.
—El encuentro en esa bodega… ¿cambió tu perspectiva?—, la voz de Aiden resuena detrás de mí, su imagen es clara en el espejo, pego un brinco y sujeto la toalla manteniéndola sobre mi cuerpo.
—¿Cómo entraste?—, digo en un susurro, temerosa de que mi hermana o mi padre lo escuchen.
—Descuida, tu hermana ya está dormida en su habitación, tu padre está viendo infomerciales en la pantalla de la sala, prácticamente estamos solos— camina hacia mí de esa forma animal, con sus ojos clavados en los míos; ¿cómo logra congelarme con su presencia?, incluso mis piernas se sienten débiles, estoy a nada de caer de rodillas ante él.
—¿Qué haces aquí?—, pese a la forma tan fácil con la que entró, no siento miedo, por el contrario, no me molesta que esté frente a mí, es como si todo temor por su naturaleza de asesino no fuera tan grande como las ganas de tenerlo frente, ¿qué me está pasando?
—Tenía que hablar contigo después de lo sucedido… sospechabas que la asesina era Ortega, pero por lo que vi, fallaste— cuando dice esa última palabra me siento mal, pero no por haberle fallado al caso o a mis compañeros, es como si mi más grande intención fuera complacerlo a él.
—Sí, bueno… no soy la mejor detective— levanto los hombros y decido sentarme, pese al baño refrescante mi cuerpo eleva su temperatura.
—Ahora ¿qué?, te has quedado estancada… un hombre más ha muerto y todas tus sospechas eran infundadas… ¿qué sigue?
—No lo sé, no tengo más sospechosos— frunzo el ceño y recuerdo lo que pensé hace unos segundos, levanto la mirada y provoco esa sonrisa arrogante de medio lado que hace que su hoyuelo se marque en su mejilla.
—¿Sospechas de mí?—, parece divertido, avanza hasta ponerse enfrente.
—¿Quién más?, tienes suficiente información… te he dado todo lo que sé cómo si… no fueras un maldito asesino, truhan, patán… te tengo una… confianza infundada… no puedo creer que cada paso que he dado en él caso, te lo he dicho… ¿quién eres?
—Creí que eso ya lo sabías…— se cruza de brazos y me ve fijamente, con esos ojos que parecen llegar hasta mi alma. Me levando fascinada por ese color carmín que salta en sus iris como chispas.
—No solo me refiero a… el psiquiatra, el forense… el asesino… ¿qué eres?—, con algo de temor extiendo mi mano hasta tocar su mejilla y entrecierra su ojos, desconfiado, pero esperando.
Lentamente me acerco mientras sus brazos caen a cada lado de su cuerpo, frunce el ceño, confundido, parece querer rehusarse, mantener la distancia, pero no lo hace, se mantiene frente a mí, por un momento, débil, aparentemente dócil, mientras que yo tengo mis cinco minutos de valentía, me siento temeraria, mi cerebro se apaga, mi corazón comienza a agitarse dentro de mis costillas, tanto que siento el pulso en mi garganta. Me apoyo con ambas manos sobre su pecho, mi peso no mueve ni un poco su cuerpo, es como si fuera un fuerte roble, inamovible.
Me apoyo en la punta de mis pies para poder acercarme lo suficiente, su aliento choca contra mis labios y antes de cerrar mis ojos veo los suyos, aun manteniendo una lucha interna que parece torturarlo. Sin pensarlo dos veces deposito mis labios en los suyos, siento la frialdad de su beso y aun así me dispongo a compartir mi calor con él. De pronto la toalla que cubre mi cuerpo cae a mis pies y no me importa, no pienso en otra cosa que buscar un poco de su aprobación, de poder rozar con la punta de mi lengua un poco de esa miel que Cárter saboreaba, pero ella ya no está, eso lo sabemos los dos.
Sus manos enguantadas se posan en mi cintura suavemente mientras que mis brazos buscan rodear su cuello y acercar su cuerpo al mío, pero cuando me siento cerca de la victoria decide alejarme, caigo sentada sobre la cama desconcertada, confundida, incluso yo me siento ajena a mí misma, creo que el poco valor que tenía se esfuma y ahora me siento arrepentida por lo que hice. Tomo las sábanas y cubro mi cuerpo de su mirada, pero por el contrario a lo que espero, sus ojos no aprovecharon mi desnudez, por el contrario, los mantiene cerrados y su mandíbula tensa.
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Editado: 07.01.2022