Me quedo en silencio, tengo miedo, no confío en él, no como antes, es alguien totalmente diferente, ya no es el tipo divertido que me traía paz y confianza, es como si se hubiera vuelto un monstruo ante mis ojos. Se levanta y se estira, he perdido la noción del tiempo, cuando vuelvo mi mirada hacia el bosque me percato de que uno de ellos ha salido: el agente Rivera camina tranquilamente acomodándose los guantes que cubren sus manos y subiendo su bufanda. Atraviesa el puente de piedra solo, ¿dónde está Ortega?
—Es hora.
—¿Hora de qué?
—Tenemos que seguir —Sitriuc hace un movimiento con su cabeza invitándome a avanzar.
Nos escondemos detrás de uno de los barandales a lado del puente, esperando a que Akos termine de atravesarlo sin vernos. Cuando pasa, avanzamos en cuclillas, tratando de hacer el menor de los ruidos y retomar nuestro camino hacia el bosque donde se quedó Ortega. Levanto de nuevo la vista, buscando al cuervo que rondaba el lugar, este se está moviendo, sus círculos son cada vez más cortos y se desplazan.
—Hay que seguirlo —entiendo la orden de Sitriuc.
Avanzamos sin adentrarnos en el bosque, caminando por la orilla, escuchando los graznidos de lejos, nos quedamos entre las jardineras viendo como de entre los árboles sale una mujer rubia con una figura esbelta y una mirada fría, detrás de ella está la agente Ortega, ambas se aseguran de que nadie las siga, ¿esa rubia será la asesina?
Mi primer impulso es poner mi mano sobre el arma, podría detenerlas y pedir una explicación, pero Sitriuc me detiene, no considera necesario hacerlo en este momento, quiere seguirlas y posiblemente tenga razón, tal vez haya algo más que descubrir. Ambas se suben en la motocicleta de Ortega y se alejan a toda velocidad.
—Se escapan —salgo de nuestro escondite y troto hacia la avenida, viendo como el vehículo se hace cada vez más pequeño a la distancia.
—Descuida, vine preparado —camina hasta otra motocicleta que está a unos metros, se monta en ella y me ofrece el casco, ¿en verdad iré con él?
Tyra Lodbrok
El interior de la casa comunal me recuerda a los viejos tiempos: cuando se celebraban banquetes, se tomaba hidromiel y se hablaba de sagas, se cantaba y bailaba; era algo que disfrutaba como granjera, escuchar las historias de guerra, empaparme de esa esencia bélica, pero sin ensuciarme las manos con sangre. Llegué a fantasear con ser una guerrera, una doncella escudera, salir al campo con mis armas, pero me daba miedo, la vida de granja era más fácil, me conformaba con ver partir a Ragnar y verlo regresar con tesoros e historias sorprendentes que nos contaba a mí y al pequeño Björn.
Mis pensamientos regresan al aquí y al ahora; mis manos rodean una lata de cerveza mientras el destino me muestra un momento que se volverá épico: de un lado sale Björn y del otro Ivar, aún no se percatan del otro, pero por fin están en el mismo espacio-tiempo, esa plática que tenían pendiente llegó. Ambos se tensan en cuanto se ven; el más irritado es Björn, camina hacia su hermano inflando el pecho y cuadrando sus hombros.
—¡Ivar! —, grita para llamar su atención, obteniendo una sonrisa arrogante.
—¡Björn!, ¿en qué te puedo ayudar? —, esa soberbia tan característica del deshuesado.
—Controla a tu hijo.
—¿A mi hijo? —, Ivar pone una mano en su pecho, dramatizando el momento—. Creo que de quien te deberías de preocupar es de tu hija.
—Siggtrygg se ha encargado de ponerla en la mira de Burak, ¿crees que no sé lo que estás haciendo?, lo estás usando para conseguir tu batalla, quieres enfrentarte a ese maldito capo y a sus wendigos, quieres enfrentarte a Grendel, pero estás poniendo de por medio la seguridad de mi hija.
—No, tú no entiendes, Björn, hacer esto desde las sombras es una pérdida de tiempo, es cobarde, siempre lo he dicho, somos vikingos, somos guerreros, pero aunque mi pensar es muy diferente al tuyo y al de Simone, no me he entrometido y no he aconsejado a Siggtrygg de que se meta en sus asuntos.
Me recargo sobre la mesa con ambos brazos viendo a los dos hermanos con fuego en la mirada, quieren pelear, quieren enfrentarse, pero también están conscientes de que no son enemigos, no tendrían por qué hacerse daño. Cual sea la estrategia, una regla de oro es no pelear entre nosotros, no dividirnos.
—¿Dónde está Siggtrygg? —, pregunta peligrosa por parte de Björn.
—¿Para qué quieres saberlo?
—Quiero hablar con él —responde Björn con una voz demasiado calmada, pero que anuncia un trasfondo interesante y misterioso.
—¿Hablar? —, Ivar se acerca aún más con interés.
—Hay que detenerlo.
—Déjamelo a mí.
—¿A ti?, tú eres igual o peor, claramente no lo detendrás.
—¡Es mi hijo!, ¡no dejaré que le pongas una mano encima!, ¡¿entendiste Björn Ironside?! —, Ivar grita, pica el pecho de su hermano con su índice, molesto, dispuesto a defender a su cachorro.
—No le pondré una mano encima a menos que me dé motivos —en ningún momento Björn ha perdido la compostura, solo aprieta los dientes y ve sin parpadear a su hermano que cada vez se torna más iracundo.
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Editado: 07.01.2022