Jeremiah
La observo entrar sin mi permiso e intento ignorar su presencia, dado que el trabajo que tengo es demasiado importante, no puede esperar.
—¿Cuándo irás a conocerlo? —debo alejar los dedos antes de que mi computadora se cierre.
—No lo sé —Es lo único que contesto queriendo abrirla una vez más, pero la rubia me lo impide.
—¿A qué le temes, Jeremiah? —insiste. Al igual que yo, necesita saber el motivo por el que después de siete años no he ido tras ella y no he llamado. No he intentado comunicarme.
—¿Por qué mejor no me dejas trabajar? —cambio el rumbo de la conversación y mi hermosa abogada se da vuelta de brazos cruzados y algo enfadada.
—Antes no querías abandonar esa maldita casa, recuerdo haber insistido un sin fin de ocasiones y tú nada, en lugar de salir, me obligabas a estar encerrada allí junto a ti —Al recordar sus mil intentos por hacerme cambiar de ambiente, únicamente logro sonreír. Mi vida era más sencilla en ese momento—. Y ahora, mírate, no sales de la oficina y hay que rogarte para que pases una noche en esa casa —enfurece, pero jamás podrá entenderme.
—La casa me recuerda a ella, todo el maldito lugar huele a ella, sus cosas aún están allí —Ni Candace, Gianna o mi familia lo entienden.
Desde que puso un pie por primera vez en mi habitación, todo se volvió un caos, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados; en un momento me encontraba amargado y únicamente disfrutando de la compañía de Candy y en otro, me estaba divirtiendo y sin querer enamorándome de Irene. Sin darme cuenta, repentinamente desperté un inigualable deseo por sus risas, sonrojos, disgustos y gritos; comencé amarla.
De un momento a otro la casa dejó de ser mía para convertirse en nuestra. Paso de hallarse diariamente en completo silencio a ser el epicentro de nuestras discusiones y bromas, de sus gritos y de los míos; pasamos de demostrar lo mucho que nos odiábamos en cada maldito lugar a amarnos en cada rincón de mi habitación, en cada espacio de la casa y sus alrededores, que ahora perdieron esa esencia.
—Lo siento —Se acerca y se deja caer sobre mis piernas—, pero debes hablar con ella, necesitas verlos y tratar de recuperar el tiempo perdido —La abrazo y lo hago fuerte.
Candy o Candace cómo me ha exigido que la llame, ya es una mujer casada, una reconocida abogada y una madre devota. Sí, mi hermosura tiene un pequeño de un año y medio, a pesar de todo esto, continúa a mi lado, no se ha alejado de mí ni por un momento. Permanece igual de dulce y atenta que antes.
—Lo sé…
(…)
Contemplo la vista, me encuentro de pie mirando a través de la ventana de su oficina en la universidad. Llegué hace un par de horas y decidí enviar las maletas al hotel, renté un auto y conduje hasta aquí sin saber qué decir. Regreso mi mirada a su foto, me contagio de su sonrisa. La observo y no consigo asimilar todo lo que perdí; la destruí y mandé por el caño al amor de mi vida; a consecuencia de esto, llevo seis años ausente y aquellos momentos en los que no pude estar, jamás podrán ser reemplazados.
Escucho la puerta abrirse y no tengo el valor para darme vuelta.
—Buenas tardes —saluda y por su reflejo en el cristal, noto que aún no se ha dado cuenta de que soy yo quien la espera—. ¿En qué puedo ayudarle, señor…? —busca mi nombre en la libreta y segundos después, levanta la vista, me giro antes de que consiga pronunciarlo— ¿Janssen…? ¿Jeremiah? —Se cuestiona sin poder concebirlo.
—Papi —grita Jr. emocionado, rápidamente se acerca corriendo , no dudo en extender mis brazos y recibirlo, acogerlo con fuerza y sentir como mi corazón se quiebra por haber esperado tanto tiempo para conocerlo.
—Campeón —Las lágrimas que descienden por mis mejillas me hacen saber que no hay justificación alguna para mi ausencia.
—Mami, papi llegó —Se emociona y mi cuerpo se sacude sin control, dado que ni yo puedo perdonarme por todo el daño que les causé.
—Jeremiah... —regreso mi vista para encontrar en el suelo y envuelta en llanto a la mujer cuyo corazón destrocé...
Irene
—Espera cariño —Le pido a Jr.—, debo atender a un último paciente y ahí nos iremos —El pequeño ha estado todo el día en la universidad y ya está algo aburrido y cansado. Su niñera no pudo cuidarlo hoy y tampoco asistió al jardín, debido a que un pequeño presentó un virus y no saben si todos los demás se contagiaron.
—Mami —insiste quedándose a medio camino. Su actitud, misma que por el que lo he reprendido y le reprocho a diario, me recuerda a su padre. Además de ser físicamente idénticos, se comportan igual o lo hacía, ya que desde que salí por aquella puerta no he tenido razón de él.
—Jeremiah Janssen —Avanza de inmediato al escucharme alzar la voz. Solo tiene seis años, pero conoce muy bien como torearme y sabe lo que le conviene.
Camina delante de mí y con todas sus fuerzas, abre la puerta de mi oficina; es un niño, es algo malcriado y juro que he seguido los concejos de mi madre y ni aun así lo he hecho cambiar, parece que esta vez le echaré la culpa a la genética. Es consentido, no obstante, es un hombrecito, es un caballero y es todo lo que tengo.
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Editado: 01.04.2024