Irene
Siete años atrás
Abrí la puerta y la escena que recibieron mis ojos, me destrozó el corazón; en el escritorio, en medio de las piernas de una mujer, se hallaba Jeremiah acariciando su cuerpo y besándola como lo había hecho conmigo.
—¡Jeremiah...! —jadeé sintiendo el mundo caerme encima.
El llanto y el enojo surgieron cuando su mirada chocó con la mía y no vi arrepentimiento, menos vergüenza en aquel azul que me dejó estática la primera vez que nos encontramos. Permaneció quieto, con los ojos fijos en mí, observando cada movimiento y la manera tan temblorosa en la que avancé en busca de una explicación. Sentí mis mejillas arder, mi boca liberó un par de quejidos que se volvían más sonoros, convirtiéndose en un lamento imparable, y la sensación de dolor en mi pecho, era insoportable.
Conseguí arribar al escritorio y no dudé en hacerle bajar para poder observarla, pero la decepción se volvió mayor, y la furia me obligó a golpearla con la mano empuñada, en el maldito rostro. Escuché su alarido de dolor y quise frustrar su huida por situación que acababan de propiciar. Intenté ir tras esa ofrecida, pero sus brazos, aferrándose a mi cuerpo, me lo impidieron.
—¡Suélteme! —exigí en medio de gritos pretendiendo alejarlo de mi cuerpo, no deseaba que me tocara, no después de lo que acababa de presenciar.
Mi intento por zafarme de su agarre transcurrió con éxito y apenas me di vuelta, me descargué contra su pecho, mis puños se estrellaron en su torso al percibir las gotas trascender bravías a lo largo de mi cara. Mi pecho dolió al encontrar su mirada y hallarla vacía, carente de sentimientos, escasa de culpa.
—¿Por qué, Jeremiah? ¿Por qué si te amo Tal Como Eres? —sentí que todo lo que planeaba se iba de entre las manos que permanecían temblorosas.
—Porque ya no la necesito, continué con mi vida, uso la maldita prótesis, volví al trabajo y todo ha regresado a ser como era antes de que perdiera la pierna, previo a conocerla y por más que desee complacerla, usted ya no encaja en lo que deseo —soltó sin un poco de consideración, sin darle importancia a mis sentimientos, a lo que acababa de confesarle—. Hizo su trabajo, puede marcharse…
Mis piernas fallaron al entender que todo lo que pareció perfecto, ya no lo era, puesto que, lo que me enseñó durante aquellos meses, en contraposición con lo que demostraba en ese momento, me daba a entender que me había engañado a mí misma, dejé que sus juegos me enredaran y que los falsos sentimientos que asemejaba, nublaran mi razonamiento y todo sentido de juicio. Me enamoré y una vez más me decepcioné, quedé nuevamente con el corazón roto y no supe como recoger las piezas.
***
—No me toques, Jeremiah, no —Me alejo de él, prácticamente me arrastro hasta un rincón. Sabía que algún día tendría que enfrentarlo, pero no ahora, jamás me preparé.
—Irene… —insiste.
—¡Carajo! ¡No! —hago lo posible por alejarme. No es justo para Jr. verme de ese modo, notar el efecto que la presencia de su padre genera en mí.
Me pongo en pie y huyo, abandono mi oficina en busca de un lugar más seguro, uno que consiga protegerme de él y de los sentimientos distintos al odio que aun mi corazón se empeña en mantener. La huella que Jeremiah dejó en mí, estos siete años de abandono, no consiguieron hacer nada en su contra, no he podido erradicarlos.
(…)
Enfrente de la puerta, respiro profundo con el objetivo de que al tenerle frente a mí una vez más, no me haga huir y dejar en evidencia lo que provoca en mí su regreso.
Abro la puerta y lo encuentro con Jr. entre sus brazos, mientras mi pequeño hombrecito, le enseña sus libros del jardín de niños. Su rostro se eleva al notar mi presencia, sus ojos se posan en los míos que hacen un gran esfuerzo por mostrarse indiferentes.
—Puedes llevarme al jardín y así le enseñaré a todos que siempre digo la verdad, que si tengo un papá —propone y el corazón se me arruga por culpa del dolor que me produce escucharlo.
Hace meses tuve que ir a hablar con la maestra y algunos padres de sus compañeros, dado que llegaba a casa llorando porque todos le culpaban de ser un mentiroso, se burlaban de él porque su padre no existía.
—Tendremos que conversarlo con mamá y en el caso de que acepte, por supuesto, que lo haré, campeón —Su voz presenta dificultad y no es para menos, no después que desde su nacimiento ha hecho caso omiso de su existencia.
Mi pequeño merece más que un hombre que se olvidó de él durante toda su vida, uno que jamás llamó o escribió, nunca se interesó.
—Jr., por favor recoge tus cosas, tenemos que irnos —solicito, mientras trato de cambiar el matiz de mi voz, no deseo que asuma que me encuentro enojada con él, dado que no tiene la culpa de que su padre haya sido un estúpido durante siete años.
—Mami, ¿papi puede acompañarnos? —niego de inmediato. Amo a Jr., pero no estoy preparada para compartir de esa forma con su progenitor.
—Ahora, no, mi amor, será en otra oportunidad, ya que tu padre tiene cosas que hacer y recuerda que tenemos planes esta noche con Julian —hago referencia a que nos citamos con Julian para cenar esta noche y no pretendo faltar, solo porque el innombrable decidió aparecer.
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Editado: 01.04.2024