Beatriz llevó a sus dos hijos a casa. Ni siquiera había podido presentarse al funeral, aunque le hubiera encantado poder despedirse de Alejandro.
Su maleta ya estaba llena sobre la cama, y también la de su hijo Enrique.
El despertar de Joaquín había servido para arrojar luz, pero no podía permitir que nadie se enterara de todo eso. Así que iba a llevar a su hijo al centro en el que había querido internarlo desde hacía meses. Ya no podía postergarlo más.
Mientras conducía hacia el aeropuerto con la única compañía de su hijo Enrique, miró por el retrovisor para verlo enfadado.
— Mamá, no quiero ir a ese colegio.
— Ya hemos hablado de esto Enrique, es por tu bien.
— Siempre dices que es por mi bien, pero creo que lo estás haciendo por el tuyo.
La entrada al aeropuerto estaba despejada, y pudo acceder a el aparcamiento fácilmente.
Joaquín había quedado a cargo de su familia, quienes cuidarían de él hasta que ella volviera. Sabía que lo dejaba en buenas manos, pero no podía permitir que Enrique estuviera a su lado, era peligroso.
— Mamá, ha sido Enrique.
— ¿Qué?
— El me dio con la piedra.
— ¿Cómo?
— Si, ha sido él. Y también puso el veneno para papá, y empujó a la señorita Celia.
— ¿Cómo sabes eso Joaquín?
— Yo estaba con él, pero no me ha dejado decir nada.
— Eso es imposible. No me cabe en la cabeza que Enrique pueda hacer una cosa así.
— Mamá, si ha sido él.
La confesión de su hijo menor no paraba de reproducirse en su cabeza mientras hacían cola para facturar.
— ¿Y dónde dices que esta ese colegio?
— En Londres.
— Pero, allí hace mucho frío, ¿no?
— Lo hace, pero puedes aguantarlo.
Cuando el avión despegó, Beatriz y Enrique estaban a bordo, poniendo tierra de por medio de todo aquel caso. Como yo cuando volviendo a casa o Sonia de camino a Madrid.
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Editado: 09.10.2021