Temía por mi vida y por mi mentalidad, ese manicomio era lo más terrible que me hubiese pasado: los golpes de las paredes, los gritos todo el día, el maltrato de los guardias y el trato extraño de los médicos. Miles de veces intente explicarles lo mismo: “yo no debo estar aquí”; “¡me metió mi hermano para molestarme!”; “tengo miedo, no me dejen solo”. Ninguno me escuchaba.
A veces me cansaba y empezaba a golpear las paredes, gritaba en pedido de ayuda, y solo me respondían sacándome del cuarto o dándome un castigo allí mismo. Era sufrir lo mismo día tras día, noche tras noche, grito y castigo, castigo y, a veces, muertes.
Muchas veces vi por la pequeña ventana de mi cuarto como se llevaban a unos chicos, los llevaban a castigos. Sus gritos siempre penetraban las paredes de la habitación que me mantenía cautivo, lo cual siempre provocaba un llanto largo y abundante hasta que se calmaban. Los guardias eran brutos, los médicos también, pero en otros ámbitos.
Yo debería ya estar muerto. De no ser por mi especie inmortal, no tendría forma de sobrevivir. Hubo una vez que, según me contaron, estuve en coma durante tres días. No es mucho, pero tampoco es normal en los humanos. Todos se sorprendían de mi resistencia, y también se aprovechaban de ella.
En uno de los tratamientos conectaron unos sensores en mi cabeza, una pequeña pinza rara en mi dedo que mostraba mi pulso, y varios brazaletes que se conectaban a un generador de energía.
- haremos unas pequeñas pruebas Aiden, si tu nivel de estrés pasa del nivel normal te daremos una leve descarga eléctrica. Si vemos que sigue constante o en aumento ese nivel, subiremos la potencia.
Las palabras de los médicos no ayudaban en nada, me ponían más tenso, lo cual hacía que el nivel de estrés aumentara. La primera descarga fue leve, se sintió como si todo mi cuerpo lo recorrieran hormigas haciéndome cosquillas muy bruscamente que llegaba a doler, pero no tanto. Duró unos 5 segundos.
Me quedé mirando al médico, el cual solamente miraba las pantallas a la espera de otra subida de estrés. Vio como mi nivel seguía igual, y muy lentamente iba subiendo. Yo también miraba, y el ver eso empeoraba todo. La segunda descarga dolió más, eran las mismas sensaciones, pero más fuertes, más rápidas, más largas, y más dolorosas. Esta vez duró 15 segundos.
- sí que tienes resistencia – decía el médico – probaremos con unos 200 voltios, ¿Qué te parece?
Intentaba hablar, pero solo salían balbuceos y tartamudeos. No lo estaba pasando tan mal, si había quedado medio perdido, pero aun consciente. Aunque, su expresión me decía que esto lo debería estar sufriendo. No tenía ni idea de cuanto podrían ser doscientos voltios, pero mi mente me decía que sería horroroso. Intentaba decirle que no, que no quería más de esto, y aun así de mis labios salieron palabras perdidas.
- veo que no hay problema alguno con 200 – dijo. Hizo una seña a uno de sus compañeros y las descargas iniciaron – veamos cuando es tu resistencia por 20…
No logré terminar de escucharlo, aunque luego noté que hablaba de 20 minutos. Pasaron 5 minutos y mi vista ya estaba nublada, el dolor era inaguantable y mis gritos y llantos retumbaban en las paredes, lograba ensordecerme a mí mismo. A los 15 minutos ya no tenía voz, solo lloraba lo cual hasta creía que lo volvía peor, pero me estaba asustando de algo: sentía como si el dolor estuviera cesando. A los 20 minutos ya no sentía nada.
Esos malditos enfermos que había por doctores lograron quemar la mayor parte de mis nervios, no podía sentir mi piel, me golpeaba y no dolía tanto como debería. Lo pude comprobar apenas el médico golpeó mi cabeza con bronca, al ver como ya ni protestaba, pero seguía vivo. El golpe me dejó inconsciente, pero vivo.
Desperté en lo que llamaba mi habitación, un par de compañeros me miraban como si vieran un cadáver. Casi lo fui, solamente tuve suerte de sobrevivir.
-casi y te volviste pescado frito, ¿Cómo soportaste tanto Aiden?
Los miraba intentando soltar alguna palabra, aún tenía la lengua entumecida. Busqué entre mis cosas algún crayón o marcador y escribí en el suelo.
“diría que fue pura suerte, pero no. Mil veces dije que no pertenecía aquí, y esta es una de las razones, no pertenezco ni a este planeta podrido”
Ambos se me quedaron mirando. No entendían lo que escribía en el suelo, puesto que solo sabia escribir en mi idioma. Me recosté en el suelo a llorar, estaba cansado de estar allí, estaba harto de estar encerrado. Harto. Podrido. Agotado. Cansado. Destruido. Aburrido. Fatigado. Reventado. Hastiado. Muerto.