Capítulo 4
SOPHIE
—No pensé que el parque estuviera tan bien cuidado —digo, viendo el parque.
—Lo está. Se supone que hicieron una campaña para el cuido de nuestra comunidad —dice Mathew, dándome una explicación clara.
—Entonces sí, por eso está tan cuidado. —Sonrío.
Él asiente la cabeza, observando el parque verdoso.
Sinceramente, cuándo venía de niña, el parque era completamente diferente a cómo lo veo ahora. El monte era amarillo, casi seco. Ahora está de un verdoso lleno de mucho color. Hay unos juegos para que niños puedan disfrutar. Hay bancas coloridas por todo el parque. Una gran fuente de agua cristalina. Todo es tan hermoso. Desde el último día que vine.
Camino lentamente, hasta la fuente azul en el centro del parque. Una fuente que tenía una estatua de un ángel colocado en una posición; con la pierna derecha levantada, y su rostro dirigido a un lugar exacto. Sus manos elevadas cómo las de un ángel de verdad, y de su boca soltaba un chorro de agua. Le sonrío de lado a la fuente, y toco cada textura de él. Cierro mis ojos, y un recuerdo se acerca a mi mente.
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—Papá, papá, ¿qué es eso? —dice una niña, de unos 4 años.
—Eso, hija, es una fuente de agua.
—¿Y ese muñequito que está ahí? —pregunta.
—Es un muñequito que lo usan para que eche el agua de la fuente —dice el hombre.
La niña sonríe por la curiosa respuesta de su padre.
—Me gustaría tener uno, papá —dice la niña, observando al ángel de la fuente.
—Cuándo seas más grande, te compraré uno igual.
—¿En serio, papá? ¡Te amo mucho! —dice la niña, abrazándolo.
—Yo te amo más, mi niña. —El hombre, abraza a su hija con felicidad.
La niña se separa del abrazo, y observa la fuente atenta.
—Mira, papá, ¡un pez! —La niña señala un pez anaranjado, cómo si hubiera descubierto algo nuevo en su vida.
—Sí. Es muy lindo, ¿no crees? —El hombre sonríe a su hija, que está súper emocionada.
—¡Sí! —Salta, riendo.
—También te compraré uno cuándo tengamos una pecera para él —dice, poniendo su mano en la espalda de su hija.
—¡Yey! —celebra, su hija.
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Quito mis manos de la fuente, atónita por el recuerdo de mi padre, la vez que me llevó a éste mismo parque. Pero después sonrío, para no preocupar a Mathew. Volteo directo al chico a mi lado, y le regalo una sonrisa.
—Que lindo se siente estar en uno de los primeros lugares a los que he ido —digo, observando a Mathew.
—No lo dudo. Se siente cómo una… —Lo interrumpo.
—¿Nostalgia? —Trato de adivinar.
—Exacto. Ésa es la palabra, nostalgia. —Me sonríe.
Le devuelvo una sonrisa, y vuelvo a observar la fuente. El parque es uno de los lugares más especiales en mi corazón, ya que fue el primer día en que pude pasar tiempo con mi papá, a mis 4 años aproximadamente. Recuerdo que él me balanceaba en los columpios. O cuándo me perseguía, fingiendo que era un monstruo sediento, tratando de atraparme. Podría estar pequeña ésa vez, pero recuerdo todo a la perfección.
Su voz tan llamativa. Una dulce voz, llena de una melodiosa sonata. Sus grandes brazos protectores. Me sentía protegida. Su sonrisa radiante, y su pelinegro cabello, igual al de mi hermana. No entiendo porque tuvo que fumar esas sustancias, y arriesgar su vida así. Pude haberlo conocido más a fondo, pero no pude. Ya era demasiado tarde.
Tomo un suspiro. Observo a Mathew, viéndome con curiosidad, cómo si quisiera preguntarme qué me pasa, pero no lo dice, porque sabe que sería incómodo para mí contarle sobre el recuerdo que tuve de mi padre. Así que se lo guardó.
—¿Alimentamos a los peces? —pregunto, a Mathew.
—Pensé que nunca me lo dirías. —Sonríe.
Mathew saca un bollo de pan de su mochila negra, y la parte a la mitad cuidadosamente. Me entrega un pedazo, para así, poder alimentar en parte, a los peces. Observo el pan, y agarro con mi dedo índice y pulgar, un poco. Tiro unas migajas, y los peces salen cómo locos hambrientos. Se reúnen cómo una tropa de soldados, y devoran las migajas que había desechado en el agua. Ahora que los veo de cerca, son muy lindos. Algunos tienen esos tonos anaranjados que solía ver de niña, y otros son de unos colores distintos. Hay otro que es de un color azul esmeralda. Me impresiona ver nuevas especies en este estanque. No cualquier pez, podría estar en un estanque cómo este.
Sigo echando más migajas, riendo con Mathew, por lo divertido que está siendo. No creí que alimentar peces, fuera tan divertido.
—¿Una competencia?
—¡Sí!
—Quién alimente más peces, gana —dice Mathew, retándome.
—Acepto —digo, decidida.
—A la cuenta de 1, 2, y 3.
Mathew y yo, empezamos a tirar migajas a lo loco. Algunas caen fuera de la fuente y otras sí caen al agua. Tenemos nuestro lugar exacto, para ver cuántos peces van a nuestras migajas. Algunos se asoman al mío. Mientras que al de Mathew, no hay señales de algún pez. Empiezan a llegar muchos más peces a la esquina mía. Mathew no tuvo suerte.
—¡Gané! —digo, celebrando con mis brazos al aire.
—Bien hecho, Sophie. —Sonríe—. Nunca nadie me había ganado en esto, pero al parecer, nunca creí que fuera a ser derrotado por nada más y nada menos que, Sophie.
Rio.
—No seas idiota. —Lo golpeo, amistosamente, mientras me rio.
Él ríe—Oye, ¿y cuándo sales del hospital? —pregunta, Mathew.
—Exactamente, Martina me había dicho que en unos días. No me dijo exactamente cuántos, pero sería en algunos días —explico.
—Entonces pronto ya saldrás. —Sonríe, Mathew.
—¡Exacto! —suelto, sonriéndole también.
—Espero llegue pronto. Así podré mostrarte mi lugar favorito.
—¿Lugar favorito? —Alzo la ceja.
—Sí.
—¿Cuál es ése lugar favorito? —pregunto.
—Cuándo salgas del hospital, te lo enseño —dice, Mathew.