Un día después del viaje, una agencia de mudanzas se encargaría de transportar todas las cosas de la casa, al menos las que mis padres habían seleccionado, el resto se quedaría y pasarían a pertenecer a su nuevo dueño.
El rocío de la mañana aún estaba presente a las seis, y casi no había podido dormir por la ansiedad, solo por tres horas permanecieron cerrados mis ojos. Muchas preguntas bailaron en mi cabeza al compás de una suave balada de dudas. No creo haber sido el único al que le haya pasado, Cloe ya me había contados sus inquietudes y la emoción que la albergaban.
Papá nos dijo días después de informarnos de la mudanza, que no nos pusiéramos tristes, que podíamos volver de visita. Pero sabíamos que no sería igual hasta después de un largo tiempo, y eso si lo considerábamos. Lo que si nos animaba era que conoceríamos en persona el pueblo en el que nació nuestra abuela, la madre de nuestro padre, quien nació y vivió en aquel lugar hasta los veinte años. Recorreríamos la localidad que solo en fotos y relatos nos trasmitía ella, quien por cierto, fue la persona que sugirió nuestros nombres. Casualmente, de todas las empresas a las que pudieron enviarlos, se les asignó esa sucursal en el pequeño pueblo.
En el transcurso del viaje a El aeropuerto de Maiquetía, en el taxi, las costillas de mi pecho se iban desintegrando, más lágrimas acompañaron a las pequeñas torrentes de gotas de lluvia que se resbalaban por la ventana. Tuve que girar mi rostro al vidrio para que Cloe y mi padre no pudieran verme, ya que estaban en los asientos traseros, aunque ya sabía que ellas también estaban llorando por su interrumpida inhalación de aire. El golpeteo de las gotas al caer sobre el cristal me distrajo un poco, al igual que las figuras abstractas e inentendibles que iban formando mientras se deslizaban por la superficie lisa, era poco usual que lloviera en esa época del año.
En el aeropuerto todo era agitado, personas iban y venían, unas se abrazaban y otras lloraban. Solo en TV había visto el estilo de Carlos Cruz Diez en el piso de aquel lugar, ese día me deleité detallando la composición mientras caminaba sobre las líneas coloridas durante el tiempo en el que me disponía a esperar. La pantalla de vuelos indicaba que el avión despegaría a las ocho y media de la mañana, aún faltaba una hora, así que nos posamos sobre los asientos de espera.
Mis abuelos maternos acudieron al terminal media hora antes de nuestro vuelo, allí otro momento de triste despedida se gestó. Por suerte, ya nos habíamos despedido de nuestros abuelos paternos. Ellos tenían alrededor de los sesenta años, aunque su vida activa y saludable lo disimulaba muy bien; parecía que venía en el gen lo de no aparentar la edad, porque lo mismo ocurría con sus hijos y nietos.
La alfombra del túnel que nos conectaba al avión silenciaba el sonido de mis pasos, se sentía extraño estar ahí, con cada pie en el avance me alejaba de mi familia y amigos. Algunos asientos del avión estaban ocupados por personas que mostraban tristeza en sus caras y no era necesario preguntar para saber qué les ocurría. Dejaban atrás una esencia de las muchas que componían sus almas. Me senté cerca de la ventana, quizás para torturarme mientras me alejaba del país en el que había nacido, del suelo que pisaban aquellos a quienes amaba.
El despegue fue peor de lo que esperaba, por un momento sentí que iba a derramar el desayuno sobre mis piernas a causa del movimiento del avión que me hacía vibrar y recordar todas aquellas películas que documentaban accidentes aéreos. Poco a poco Caracas, y luego Vargas se hacía más pequeña a través de la ventana hasta que las nubes la taparon para mí, luego mis ojos lo hicieron por el sueño.
Desperté por el mismo brusco movimiento del avión, ya estábamos aterrizando sobre Londres, pero el viaje aun no terminaba, debíamos tomar otro avión hasta el aeropuerto de Killaloe y de allí solo el bus hasta nuestro futuro hogar.
Fue a los tres días de nuestra llegada a la casa que realmente terminamos de instalarnos porque las cosas de nuestro antiguo hogar habían llegado luego. Mi madre siempre quiso vivir cerca de un lago y seguro por eso la ubicación de la nueva casa, y yo no me quejaba de ese gusto aunque realmente fue por razones laborales la causa del traslado. El frío era un poco insoportable ya que veníamos de un país tropical y no estábamos acostumbrados a una temperatura que llegaba hasta los ocho grados, aunque también era debido a la estación invernal; pero de acuerdo al resto de las estaciones, la temperatura se mantenía fresca.
Mi hermana Cloe compartía algunos gustos de mi madre, y a mi padre le complacía satisfacerle ciertos caprichos que incluían a la familia. Mi hermano Ricardo estaba de gira por España haciendo lecturas públicas de la última entrega de su exitosa saga. La escritura era algo que mamá le había inculcado y que él disfrutaba, trató de hacer lo mismo con mi hermana y conmigo, pero ella ama dibujar y yo la fotografía, así que al final se rindió. Papá le decía “los dones no había que suprimirlos, más bien enriquecerlos con ejercicios afines”.