La primavera que inició su desfile en febrero era algo totalmente nuevo para mí. El ropaje multicolor que se había extendido como una gigantesca cobija de infante brillaba intensamente. Para las personas de la región era un ciclo que ya estaba acostumbrados a presenciar, más, para mí era algo que me imposibilitada poder ocultar lo feliz y tranquilo que se sentía mi ser. Me levantaba temprano para ejercitarme con un recorrido que consistía en otro objetivo anexado; llevaba mi cámara colgando del cuello y tomaba fotos furtivamente a los jardines más hermosos sobre los que revoloteaban docenas de mariposas monarcas sobre flores de llamativos colores, formas y tamaños. Las paredes cubiertas de enredaderas lucían espectaculares con el verde resplandeciente y sus flores bien pigmentadas.
En las noches, enviaba las fotos a Andrea, César y Daniel, siempre con una descripción extensa en donde expresaba puntual que deseaba estar aquí con ellos para disfrutar en persona de una de las estaciones más hermosa que podía existir. En mis primeros días de estancia, mi comunicación con los chicos a través de internet había más sólida, pero con los días, las ocupaciones académicas y el hecho de estar considerablemente separados, se fue haciendo más esporádica; y ninguno aparte de mí parecía notarlo. Nos estábamos adaptando a reemplazar sutilmente los espacios que cada uno ocupaba en la vida del otro. No significaba que dejábamos de ser amigos, pero sí que necesitábamos a alguien a quien mostrar nuestras expresiones y hacer sentir nuestras emociones al hablar de frente.
Habían pasado varias semanas desde aquella noche de la madrugada en que se había ido la chica pelirroja. No obstante, mi subconsciente no se negaba a superarla, y en ese periodo la vi en mis sueños al menos una vez por semana; esto considerablemente aumentaba mi ansiedad y me hacía repasar todas las mañanas nuestros diálogos.
Desde que la confianza en todos se solidificó, fue su casa la que frecuentaba en aquellos días a finales de febrero. Sus padres eran personas maravillosas, no solo lucían felices, lo eran. Ellos no eran de los padres que desconfiaban de sus hijos, eran de los padres confidentes, pues nunca dudaban acerca de lo que les dijera Tommy. Pensé que se debía a un sano trato recíproco.
Estella era delgada, bajita, y de piel clara, las arrugas solo se marcaban suavemente sobre su rostro. Ella era la madre de mi nuevo mejor amigo. Reía a carcajadas los primeros días que me escuchaba hablar, mi acento ocasionaba eso y no solo a ella, a varios de mis amigos que con los días dejó de causarles gracia, pero no es difícil adaptarse si te dejas llevar, sobre todo si quieres pasar desapercibido, así que en poco tiempo adopté su mismo acento.
Edward, el esposo de Estella, escasamente articulaba alguna palabra, no era que no lo quisiera, se debía a su activa costumbre analítica, siempre estaba leyendo algo, estaba convencido de que si le dabas una hoja en blanco este la leía, en ocasiones le pedía que me recomendara libros y le preguntaba por sus favoritos; era una persona indudablemente amable. Tommy me contó que mucho antes de nacer, Su caucásico padre fue alcohólico, pero con la ayuda de su esposa superó esa mala costumbre, quizá por eso su madre siempre nos decía “las personas pueden ser lo que quieran ser, tratar de cambiar sin creerlo es convencerse de no hacerlo”.
Luego de mi estancia en casa de los Park, volvía a mi hogar, y buscaba mi libreta de anotaciones en la que estaban escritas las líneas de Ariel. Sin dar tregua al olvido, escribía lo que en el camino en plena relajación llegaba a mi análisis.
“Pienso que hay infinidad de filosofías, cada ente lo es. Las experiencias en la vida de una persona construyen un pensamiento diferente, aun cuando las vivencias son homologas, siempre habrán factores que la convierten en única. Si les preguntaras a la gente su opinión entorno a un tema, sus respuestas no serán iguales y es fácil deducir el por qué. Immanuel Kant, mi filosofo favorito decía “El hombre no ve al mundo, ve su mundo”. A veces se nos hace difícil aceptar la opinión de otros, bien sea por terquedad o lo defectuosa y estrecha que puede llegar a ser la mente de selectivas personas. No obstante, culpar la intolerancia de una postura es innato, ya que como bien lo reseña Kant, cada cabeza es un mundo”.
La inspiración no es algo que acude cuando la llamas, surge cuando menos la esperas, como las tragedias, los rayos y las picadas de abejas que también son inesperadas, al menos para mí lo eran. Este tipo de pensamientos siempre invadía mi mente, no todos los seguía, pero trataba de integrarlos poco a poco a mi vida haciéndome sentir más insatisfecho y adaptado a los demás, porque en efecto, algunas personas nos sentimos insatisfechos. Solo cuando me analizaba con profundidad, me percataba de que las cosas que creía formaban un camino, y las cosas que veía y copiaba, creaban otro. Al final me convertía en ecléctico y forjaba mi camino con ladrillos de ambos.