Capítulo VI
Subí a mi cuarto para vestirme, me puse pantalones cortos sobre el traje de baño, una franela blanca de tela suave y no tan gruesa. Busqué mi morral y metí una toalla que de seguro no usaría, solo lo hacía por ser precavido. Me detuve en medio del cuarto, había lanzado mi vista en diferentes áreas para recordar si algo de esas zonas tenía que llevar conmigo, pero estaba paralizado pensando si el color que había captado de pronto era lo que pensaba, no solo el color, sino la silueta, giré mi cara hacia la derecha suavemente, luego bajé los ojos y no me había equivocado, sobre la mesita estaba el envase con letras azules “Clozapina”, la boca de la señora estaba surgiendo, el contorno iba apareciendo, y se apretujaba mi garganta, sentí una resequedad probablemente ficticia en mi boca, recobraba uno de los efectos secundarios que me provocaban los antipsicóticos – ¡Aquí sigo! ¡¿Cuánto tiempo ha pasado?! ¿Casi siete años desde que aparecí en tu vida? –. La voz chirriaba, pero afectada, no tenía mucha potencia. Relamí mis labios. ¿Qué era aquello? ¿Otra nueva escena invisible? Me fui acercando poco a poco intentando regular la presión en mi pecho, si no la controlaba me volvería presa de mi preocupación porque se me estaba escapando de las manos. Tenía que ser una jugada imaginaria, eso debía ser, extendí mi mano esperando tocar la nada, pero mis dedos no pasaron a través del potecito. Limpie mi frente con la mano izquierda, allí estaba, era sólido, lo cogí y lo presioné en el puño, recordé claramente que lo había tomado en mi mamo y lo había tirado muy lejos, había escuchado las pastillas sonar en el interior, tan lógica y real había sido la mentira de mi cabeza. Me tranquilice, me había dicho que solo era cuestión de no perder el rumbo, así que abrí la gaveta y metí el envase, respiré hondo y me senté en el borde de la cama hasta sentirme sereno y eliminar de mi cabeza lo vivido.
Salí por el patio dándome cuenta del “buen clima” –según la Ariel de mis sueños – que estaba haciendo, sonreí al recordarla. Llegué al árbol casi sin darme cuenta porque en el transcurso del camino estaba recordando mi conversación con la hermosa pelirroja y preguntándome cuando volvería a verla a parte de mis sueños.
- Hola amigo – le dije al árbol una vez frente a él.
- Hola, Matt – pensé por él.
- Tu seriedad me hace pensar que me consideras inferior o que soy una molestia – dije.
- Ninguna de las dos, aunque por la primera tengo más simpatía.
- Eso es un insulto muy elegante.
- Es lo que sea que quieras dependiendo del modo en que lo entiendas.
- Buen punto, déjame analizar eso. Soy inferior a ti por ser humano, porque mi naturaleza está sujeta a cambios que por lo general a juzgar por mí raza tienden a ser malas transformaciones, ¿No?
- Tu manera de escudriñar lo que digo me sorprende, pero más lo hace tu conclusión.
- Eso es un sí entonces – respondí.
- Si hubiera respondido que eras una molestia ¿Cuál habría sido tu conclusión?– me pregunté mentalmente distorsionando mi todo de voz por uno grueso, tono con el que ahora representaba la voz del árbol que parloteaba en mi cabeza.
- Habría dicho que quizás era una molestia para ti el hecho de que venga a interrumpir tu apacible soledad, pero tú eres yo, dado que tus argumentos provienen de mi imaginación, tus respuestas emergen de mi propio empirismo y racionalismo, aunque me arrojo más por el primero.
- Muy bien, buena respuesta, pero si sigues mintiéndote te creerás tu propia mentira.
- Eso no es tan malo como preferir conversar con personas carentes de intelecto – dije.
- Son prejuicios – sonó mi propia respuesta.
- Es como un impulso el ser prejuicioso, no podría extinguir eso, solo disminuir su poder, pero creo que tengo causas para hacerlo.
- Me gustaría escucharlas.
- Soy un anciano prematuro y la lectura no ha tenido más poder que mi razón para serlo, soy una especie en la propia especie y no lo digo por arrogancia, ellos mismo me han dado ese calificativo.
- Entonces sabes cómo me siento, soy una especie diferente en medio de una ordinaria población – rodé mi vista de un árbol a otro y era cierto, el extraño árbol lo era.
- ¿Puedes entender lo que dicen?– pregunté frunciendo el ceño.
- Puedo tratar de entender lo que ladran, pero no tengo más interés en entender lo que dicen además de analizar sus formas de pensar.
- Comprendo, sabio amigo. A veces ese mal hábito surge en mí como lo es el respirar, inevitable.
- No sabía que era malo. No creo que lo sea, si tienes esa capacidad de análisis que lógicamente son suposiciones en lo cual creo eres bueno, es porque tu forma de pensar transciende a la de otros.
- Ahora quien peca de prejuicioso eres tú – dije alzando una ceja.
- ¿Quién dijo que las excepciones se habían extinguido como ciertas especies que perecieron por el hombre?
- Buena respuesta convertida en pregunta – respondí. – “Nos quedamos en silencio por varios minutos” hasta que hice una pregunta –. ¿Te sientes solo aquí?
- ¿Tú te sientes solo?– me devolvió la interrogación.
- Sí, aunque solo en ocasiones, bueno casi siempre. Puedo estar rodeado de personas y aun así estoy solo. Cuando eres diferente solo te sientes a gusto con las personas que se asemejan a ti, con personas que no están “en la caja” como la mayoría de las personas y en especial los jóvenes. Hay momentos en los que me parece caminar entre robots, personas cuyos cerebros emiten movimientos rígidos de pensamientos. Son títeres cuyas cuerdas son manipuladas por “el qué dirán”.
- Tus amigos no se equivocaron con tu apodo. Parece que te estas saltando unas cuantas etapas de tu vida.
- Solo “parece” anormal para las personas que siguen los torrentes de lo ordinario y vulgar, lo es para quienes están adaptadas a ver solo un patrón regular en la sociedad. Yo soy lo contrario a esos patrones, yo y pocos que yacen gesticulando en sus mentes ideas revolucionarias contra el estereotipo juvenil. En realidad no siento como si estuviera desperdiciando mi juventud, siento que es la mejor manera de decirle a muchos que hay jóvenes que si estamos evolucionando.
- Se oye a megalomanía.
- No negaré esa parte, la que suena a que me creo superior a todos, algunos de mis pensamientos lo son aunque no sonarían así si mi generación fuera más consciente, de igual forma no se manifiestan en mis actos, si llegará a pasar sería por descuido.
- Entonces, debo suponer que es para mí un golpe de suerte el que me hayas encontrado, una mente que se divide en dos para poder darme vida, un mismo pensamiento. Opino que tu forma de pensar es muy dura hacía los de tu especie, eres muy severo.
- Estaba pensando en ello y admito que tienes razón. Es cierto, soy muy duro con ellos y eso me involucra porque lo soy conmigo mismo, pero la verdad siempre será el hecho de que los amo y ese amor es el que me convierte en tolerante y hace que me olvide de los errores que cometieron en el pasado y los que cometerán, siempre los voy a elegir a ellos, a mi raza que, buscando la perfección se vuelve más imperfecta, que buscando una solución genera ciertos problemas.
- Lo sé, siempre será así y es una de las cosas más hermosas de la naturaleza humana, amar al prójimo. Aun cuando estén colmados de defectos, estarán llenos de experiencias que malas o buenas tuvieron suerte de pasar por ellas.
- Así es, raro amigo – dije mirando entre los altos troncos de los pinos.
- Yo soy el raro y quien supone hablar con un árbol eres tú.
- Es una forma de decir cuan peculiar eres.
- Soy tu propia soberbia, soy el altar en el que te arrodillas para adorarte, el espejo de tu narcisismo intelectual.
- O quizás mi remordimiento conspirando con mi soberbia, la misma me juzga y me enaltece – dije mientras con mi dedo índice trazaba un circulo en la tierra.
- Deberías considerarte afortunado por tal fusión. Tu remordimiento te juzga de manera inteligente y objetiva, ¿Quiénes podrían ser tan dichosos?
- Ese es mi consuelo. Hay conciencias que solo intentan levemente condenar un acto, por lo general uno malo.
- Están corrompidas y pierden fuerzas porque fueron ignoradas, y la seguirán perdiendo porque las personas se infectan con malos actos y eso incluye la cordura.
- No había pensado en ello de esa forma. ¿A ti que podría infectarte?
- Ustedes desde luego, los árboles no nos destruimos entre sí, ni siquiera los animales atentan contra nosotros, pero ustedes nos talan.
- Ese ya es otro tema, por ahora debo irme. Hasta luego.
- Lo mismo digo.